Se citaron en un café del centro después del trabajo. Él le dijo que lo de él eran los números. Ella, rotunda, retrucó:- Lo mío es la lengua.
Restándole importancia a esa oración simple con verbo copulativo y predicativo obligatorio, él agregó que, matemáticamente hablando, ella era la suma de todos sus deseos. Ella se fue por la tangente mirando intensamente su boca en espera de otro número.
Por una de esas innumerables sutilezas de la lengua, él no la calculó del todo bien: fue una de esas ecuaciones mal planteadas que no tienen solución.
A boca de jarro