¿Cuánto tiempo sin besarse, puede pasar entre dos personas que lo que más recuerdan del otro es su aroma?
¿Cuánto puede durar el olor de un ser amado en uno?
¿Cuánto dura ese deseo de querer que ese aroma vuelva a invadir el cuerpo, el alma misma?
¿Cuánto uno puede esperar por revivir eso?
Lo primero que uno atina a pensar ante la posibilidad de cumplir ese deseo, es si las emociones y las sensaciones combinadas con el recuerdo, pueden equivocarse o desilusionarse. A punto tal de incluso pensar en reprimir ese deseo. A punto tal de barajar la idea de no predisponerse a revivirlo. Porque hay cosas feas en la vida, pero desilusionarse debe ser de lo peorcito.
Estaba en mi casa, sentado, leyendo, esperando a que llegue. Un poco mintiéndome porque en realidad lo que yo quería era que el tiempo pase. Y no pasaba.
Sonó el timbre y la velocidad de mi corazón era inaudita, irrefrenable, incontrolable.
Llegó al otro lado de la puerta de mi casa y me preguntaba como sería verla ingresar a mi mundo. Le dediqué lo mejor de mí, que era dejar la casa tal cual estaba. Sin liturgias, sin preparados, sin acomodar. Para que al entrar ella vea el instante preciso y sólo el instante preciso.
Cuando chocamos el pecho sentí su latir, pero no le dije nada porque no quería distraerlo, distraerla.
Yo en realidad ansiaba el momento de chocar mi nariz en su cuello, y con algunos espacios del cuerpo, que creo son poco valorados por el mundo.
¿Cuáles? el espacio detrás de la oreja, los párpados que al cerrarse regalan una textura de la piel de ensueño, la comisura de la boca, el punto exacto en el medio de alguna de sus mejillas, el espacio que existe entre la tabique de la nariz y el ojo. Podría seguir enumerando durante toda la vida, pero lo que ansiaba yo era su cuello, oler de nuevo su cuello.
Temía que lo que recordaba no coincida con lo que hoy era.
Temía que si eso sucedía ella lo note.
Temía que ella no me dejara anclar mi amor en ella.
Me saqué el miedo. Acerqué mi alma a su cuello y sentí que estaba a punto de estallarme el cuerpo entero. A cada centímetro que me acercaba, temía morir de amor. Pero por miedo a que el corazón no aguante tanta adrenalina.
Mi nariz acarició su cuello y mi cuerpo me susurró cosas que nunca le voy a contar a nadie.
O tal vez a ella.