Revista Literatura

Tardía tania

Publicado el 29 diciembre 2014 por Rogger

Es año nuevo. No hay gente en las calles. Miro aquí y allá pero no veo a nadie. Hace el mismo sol de todos los años nuevos. Un sol pesado, inútil, vacío. He salido a caminar. Llevo lentes oscuros, sandalias y sombrero. Llevo también, debo decirlo, una sensación que más parece nostalgia y no tranquilidad. Respiro profundo, miro lejos, quedo mudo ante el silencio de este lugar. Y agradezco a la vida por haberme puesto aquí en momentos como este.
Los restaurantes están cerrados. Tengo hambre. No escucho voces. Los únicos murmullos vienen de los árboles. Decido caminar sin buscar nada, sin pensar en nada, en nadie. Sólo caminar. Cruzo la enésima esquina. Hoy los semáforos alumbran inútilmente.
Todo esto se me antoja resumir en una sola palabra: armonía.
He llegado al parque. Veo dos bancas ocupadas de un total veinte. Ambas albergan parejas. Dos parejas de enamorados quienes parecen tener el mismo ritual previamente ensayado: se miran, se hablan, parecen seducirse, pertenecerse. Me he quedado parado mirándolos. Este es el mismo parque que con Tania veíamos desde la ventana del hotel. Debe haber sido mi inconsciente que trajo. Veo flamear las cortinas. ¿Habrá alguien allí? ¿Una pareja furtiva? ¿Acaso pasajeros? ¿O estará la habitación vacía, al menos en este momento?
Un tipo cruza intempestivamente ocupando por un instante mi campo visual. Rompe mi abstracción. Lo que no logra interrumpir es el paréntesis. En la vida siempre aparecen los paréntesis. Suelen apartarnos, cerca o lejos, de la conciencia, de la sensatez, de la cordura, de la razón, de la realidad.
En mi íntimo paréntesis vive Tania. ¿Qué estará haciendo en este momento? ¿Dibujará eses sobre las arenas de playas ignotas? ¿Dejará sus huellas de gacela montaraz en calles, montañas y colinas provincianas? ¿Echará vapores de aliento en las heladas calles nórdicas? ¿Compartirá sus tiempos libres entre pasillos, cines, conciertos, mercados, plazas centenarias, iglesias lúgubres? ¿Abrirá su sonrisa mientras dicta conferencias? ¿Soslayará sus recuerdos en puertos olvidados, barcos idílicos, trenes fugaces, cotidianas avenidas? ¿Detestará los rotundos silencios y los reemplazará por ruidosos afectos?
Suena mi teléfono. Es Paco. Me dice: ¡Feliz año nuevo!... Hey flaco, desmodórrate. Le debe parecer que no le escucho, por eso vuelve a decir: Alex, ¿me escuchas? Yo le digo que sí, que hable. Que se apure y me diga de una vez para qué llama. Paco suelta un improperio. Algo muy a su estilo y que yo conozco. Y cuelga. No me importa. No necesito su banal saludo de año nuevo. No quiero saber lo que quería decirme. No siento la curiosidad que él cree.
Guardo mi teléfono en el bolsillo, recupero la realidad y la ruta de regreso a casa.
De: EL JUEGO DE LA VIDA © 2014 Rogger Alzamora Quijano

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