Revista Talentos
te la vas a comer doblada
Publicado el 04 septiembre 2010 por McaellasA veces me pasa. Sobre todo últimamente. Me pasa: de repente, estoy en Rosario. Aunque físicamente esté en Carcelona, estoy en Rosario. Debe ser uno de los misterios de Rosario, de los que habla César Aira. A veces coincide que estoy de verdad en Rosario, o sea que estoy en realidad allí, en los términos que normalmente se usan para explicar lo que realmente sucede -a pesar de que lo que no sucede puede ser tan real como lo que sucede. Ya lo sabemos. Cada uno crea su propia realidad-. Pero, ¿y la verdad? Ay, la verdad. El caso es que uno de esos días en que estoy de verdad en Rosario, también está el señor Toni Puig, teórico del modelo Carcelona. Un señor que se dedica a ir por el mundo explicando las maravillas de la marca Carcelona. Un señor al que definen como “gurú” (lo pongo en comillas porque el corrector del word no admite la palabra) de las ciudades. Un señor que inventó el concepto marca ciudad. Tremendo invento, pienso, mientras me cuentan que el gurú se enorgullece de su pasado libertario -fue unos de los fundadores de Ajoblanco- en la misma charla en la que afirma, encantado de haberse conocido, que una ciudad con caca de perro es ideal. Dejo aquí el link donde un porteño le contesta con cifras e inteligencia. Y es que mientras el gurú viaja a costa del herario público carcelonés para decir sandeces como ésta, sus congéneres del Ayuntamiento, esos que buscan “la excelencia” (Isabel Obiols dixit), llenan la ciudad con carteles en los cuáles se pide a los guiris que por favor: “please, do not defecate”. O sea, que quede claro, una ciudad con caca de perro es ideal pero una ciudad con caca de guiri es un asco. Obvio. Ahora entiendo lo del modelo Carcelona. Se trata de la primera ciudad que se ve obligada a poner carteles para que sus turistas, esos que llegan a Carcelona por “su encanto natural” como dice el gurú, no caguen en la calle. Lo peor de todo es que cuando no están cagando están de “balconing”, y el balconing, cuando sale mal, deja el suelo incluso más asqueroso que después de una cagada. Por la sangre y las vísceras, claro. Por suerte, otra gurú, la hermana de la princesa, Telma Ortiz, está de gira por China, con el loable objetivo de conseguir turistas chinos para nuestra cada más vez más sucia ciudad. Los chinos escupen en la calle, eso sí, pero visto como está el patio, es un mal menor. Lo explica de maravilla Antonio Baños en el Pravda, quiero decir en Público. Força Telma!
Mientras tanto a los rosarinos se la quieren meter doblada. No se dejan. Lo sé. En Rosario prefieren los misterios, como éstos, los que escribe Aira.
“... Y como si la palabra (nunca) se materializara frente a él, vio avanzar hacia la escalera a un ser inexplicable.
Era una negra. Una negra africana, corpulenta, sensual, con unos pies enormes (parecían patas de rana para nadar) la mota voluminosa, los ojos negrísimos entrecerrados, los labios gruesos como dos almohadones, las caderas de dos metros de diámetro, el bamboleo casi demasiado fluido. Metía miedo. Era la supermujer salvaje.
¡Una negra en Rosario! ¿Sería una becaria? En la Argentina no hay negros, y en Rosario menos. Y sin embargo, aquí estaba. De pronto Giordano, hacia quien se dirigía la negra como una marea, pensó que nunca antes había visto a una negra, a un negro en general, salvo en las películas, o en fotos, o viajando; nunca en la realidad. Y lo asombroso era que él sentía anticipadamente que la conocía, que él también podía hablarle, responder, acordarse.
- Hola Alberto.
- Hola Sam... dra.
Por un momento, estuvo a punto de decirle Zambomba, que era el apodo con que la llamaban a sus espaldas. Era Sandra, por supuesto, Sandra, que además de ser la única negra que conocía, era una distinguida colega suya y su mejor amiga. Formaba parte de un grupo de tres monjas misioneras que habían venido de Costa de Marfil hacía años, habían aprendido el idioma, adoptado la nacionalidad, colgado los hábitos, y se habían hecho rosarinas (aunque una de ellas vivía en un pueblo a cierta distancia). Las tres se habían casado, Sandra con un músico de rock, y un año antes de estos sucesos habían fundado una editorial. Eran jóvenes, entusiastas, y laboriosas. Y Sandra descollaba en teoría literaria, pero, humilde como era, se declaraba discípula de Giordano.”