Cuenta una historia que hace tiempo —mucho o poco depende de cada uno— existieron tres amigos inseparables. Seguramente estarás pensando en tres personas como tú y como yo, pero te equivocas. Estos tres amigos eran tres varillas de metal, eran las manecillas del primer reloj mecánico que se inventó.
El inventor que los creó vivía obsesionado con el paso del tiempo. Su mente estaba siempre recordando los maravillosos artefactos que ya había fabricado e imaginando los increíbles artilugios que estaban por venir. Rara vez disfrutaba el presente y vivía atormentado por este problema. Un día cogió un trozo de metal, le dio forma y lo cortó en tres pedazos. En el primer corte, el inventor tenía miedo de pasarse y que le saliera un trozo demasiado largo, como otros que había cortado hacía tiempo, así que obtuvo un fragmento muy pequeño al que llamó Nora. En el segundo quiso compensar su anterior fracaso, pensando en lo que dirían de él más adelante, pero acabó teniendo un pedazo muy largo al que llamó Gundo. La porción sobrante, la única de la que no se preocupó, resultó tener el tamaño justo que buscaba el inventor, a esta parte la llamó Tuto.
Nora, Gundo y Tuto se llevaron bien desde el primer momento —no es de extrañar siendo que habían formado parte del mismo metal— y cada uno encontró en los otros dos el mejor de los complementos. El inventor los puso juntos y colocó sobre ellos una cubierta de cristal para poder observarlos y que su mente se centrara en el presente. Los tres amigos estaban encantados con su trabajo, sólo tenían que avanzar juntos, dar vueltas y disfrutar de la compañía.
Pasaron los días, las semanas y los meses y todo funcionaba a las mil maravillas. El inventor se había centrado y le bastaba con mirar su reloj para pensar sólo en el ahora. Los tres amigos, por otra parte, cada vez se conocían mejor y vivían más felices.
Tuto, el más joven, era el que más disfrutaba del día a día. Le encantaban las historias que contaba Nora, siempre hablando de otras épocas lejanas, y dejaba volar su imaginación con las invenciones de Gundo, un genio a la hora de imaginar mundos futuristas poblados por extraños seres. A veces reía, a veces lloraba, pero nunca se aburría junto a sus dos amigos, nunca se sentía solo. Eran incontables las vueltas que habían dado pero, como eran inseparables, no pensaban nunca en ello.
Una mañana, en una vuelta como otra cualquiera, Nora comenzó a quedarse rezagada, a avanzar con más dificultad. Tuto y Gundo la miraron preocupados —era la primera vez que algo así sucedía— y le preguntaron si se encontraba bien.
—Echo de menos el lugar por el que hemos pasado, era más fácil avanzar, olía mejor y la luz que pasaba por el cristal creaba un arcoíris precioso —dijo Nora suspirando con nostalgia y mirando atrás.
De nada sirvió que Tuto y Gundo intentaran hacerla entrar en razón. Nora ya no disfrutaba tanto como en el pasado y pensaba que antes lo pasaban mejor juntos. Poco a poco, Nora se fue quedando más y más atrás hasta que, una mañana, ya no fue capaz de ver a sus dos amigos. Fue esa misma mañana cuando el inventor miró su reloj y vio que las tres manecillas ya no estaban juntas. Sus ojos se detuvieron en la pequeña varilla que era Nora y el inventor, al verla tan retrasada, no pudo evitar acordarse de aquel tiempo, varios años atrás, cuando diseñó uno de sus mejores inventos. Una pequeña parte de su obsesión volvió junto con ese recuerdo, pero enseguida hizo por eliminarla de sus pensamientos y seguir centrado en el presente.
Tuto y Gundo siguieron avanzando pero, al momento, Tuto se dio cuenta de que su compañero estaba acelerando el paso. Acababa de perder a Nora así que se preocupó mucho cuando vio que podía separarse también de su otro amigo. Tratando de tranquilizarse, Tuto habló con Gundo y compartió con él sus preocupaciones.
—Quiero ver qué hay más adelante, qué nos espera a la vuelta de la esquina —dijo Gundo, excitado— ¿No tienes curiosidad, Tuto?
Tuto lo miró sin entender, habían dado cientos de vueltas, ¿qué curiosidad podía tener? Intentó hacérselo ver a su amigo, pero éste ya había tomado una decisión y avanzó más deprisa hasta que, como pasó con Nora, Gundo desapareció de la vista. El inventor miró el reloj y por poco se cayó de la silla cuando vio que otra manecilla se había separado. Fue entonces, al ver a Gundo tan adelantado, cuando su imaginación soñó con los inventos tan fantásticos que no había construido aún y que traerían más fama y gloria a su vida. De repente, su problema había vuelto y, al observar la separación de Nora y Gundo, volvía a pensar más en el pasado y en el futuro que en el presente.
Tuto se vio por primera vez en su vida solo. No tenía las historias de Nora ni las invenciones de Gundo, sólo contaba con sus recuerdos y con la esperanza de volver a reunirse con sus amigos. Siguió avanzando con menos alegría que antes, más por inercia que por otra cosa, hasta que, más adelante, divisó una forma que le resultaba familiar. Continuó moviéndose y, para su sorpresa, vio que estaba a punto de alcanzar a Nora. ¡Había dado una vuelta más rápido que ella! Tuto se sintió con fuerzas renovadas y saludó con alegría a su amiga. Hablaron un rato, pero enseguida volvieron a distanciarse poco a poco.
—Podrías ir más despacio, Tuto, así volveríamos a estar juntos como antes. Te contaría historias y seríamos tan felices como al principio —dijo Nora al ver que su compañero se alejaba.
Tuto meditó la tentadora oferta de su amiga y se planteó el aceptarla, pero al momento supo ver que nunca volvería a ser como al principio. Nora perseguía un sueño imposible y era incapaz de darse cuenta. Tuto se despidió con una disculpa. Al rato volvió a estar solo: echaba de menos a su amiga.
El tiempo pasó y la angustia de Tuto creció al mismo ritmo que la obsesión del inventor. Estaba inmerso en sus pensamientos cuando una voz familiar lo sacó de ellos dándole un susto de muerte. ¡Gundo lo había alcanzado! Una vez más, tal y como le pasó con Nora, Tuto recuperó la alegría al ver a su amigo. Parecía una eternidad desde la última vez que se habían visto y Gundo tenía muchas cosas que contar, tantas que los dos amigos empezaron a distanciarse de nuevo mientras éste hablaba.
—Tienes que venir conmigo, Tuto, es increíble. No puedo esperar a ver lo que hay más adelante, siempre me sorprendo. Ven conmigo y estarás mucho mejor que ahora —dijo Gundo intentando convencer a su amigo.
Tuto se negó tal y como se había negado a la propuesta de Nora. Era fácil pensar que las cosas podían ser mejores, pero Tuto sabía lo peligrosas que son las expectativas y las esperanzas. No, se dijo a sí mismo, él seguiría avanzando como siempre, sin mirar atrás o adelante.
Paso tras paso, Tuto tuvo acabó por darle vueltas de nuevo en las ofertas de sus amigos. Pensaba en las propuestas de Nora y Gundo y se preguntaba si había tomado la decisión correcta. Tuto se sentía muy solo pero, con el paso del tiempo, aprendió a disfrutar de su propia compañía y del momento en el que se encontraba. El inventor, por su parte, al ver las manecillas separadas, se rindió definitivamente a su obsesión. Lo que ninguno de los dos esperaba es lo que sucedió en un momento dado. Tuto alcanzó de nuevo a Nora y, cuando estaba a punto de saludarla, escuchó de nuevo la voz de Gundo tras él. La alegría no pudo ser mayor, ¡estaban los tres juntos! Tuto estaba más feliz que nunca y lo mismo podía decirse de sus dos amigos. Hablaron hasta que volvieron a separarse, pero esta vez no fue una despedida triste porque sabían que se juntarían otra vez. El inventor, que ya daba por inservible su invento, sintió una inmensa dicha cuando vio las tres agujas juntas de nuevo. En ese instante dejó de preocuparse por el tiempo y vio que por mucho que recordara su pasado y pensara en su futuro ambos se unían en el presente. De la misma forma Tuto supo que, por mucho que Nora quisiera volver atrás y por mucho que Gundo quisiera adelantarse, los tres amigos se encontrarían siempre.