Revista Diario

Tiempo atrás

Publicado el 28 enero 2013 por Chirri

A mi alrededor el equipo de la policía científica, fotografiaba, medía y tomaba muestras del escenario del crimen, pero prácticamente no me daba cuenta de ello, me encontraba en el invernadero de lo que fue la antigua estación de Atocha, con la vista fija en ella y en el charco de sangre que había salido de su cabeza, formando una grotesca figura redondeada, por su forma parecía uno de aquellos animales fantásticos que de niños intentábamos adivinar mirando las nubes; entonces éramos felices y nos tumbábamos en la hierba del prado junto al rio Lozoya en aquél remanso donde solíamos bañarnos, allí fuimos felices jugando a amarnos, pues con esa edad todo eran juegos inocentes, evocándolo ahora no pude por menos que enjugarme una rebelde lágrima.
El comisario Bermudez encargado de ese distrito me palmeó la espalda:
-   Hombre Gracia, siempre en el lugar exacto solucionando todos los crímenes importantes, todavía no me explico cómo lo haces ¿conocías a la asesina? Me consta que la última llamada la hizo a tu móvil.
-   ¿Que si la conocía?
 
-   Te conozco y sé que no vas a ser capaz de apretar el gatillo.
 
-   Ha pasado mucho tiempo, creo que ya no me conoces lo suficiente.
 
-   También tienes razón, pero para mí es más fácil conversar si apartas la pistola de tu cabeza.
 
-   No, tu fama te precede, no de daré esa ventaja.
 
-   Si tan solo supiera el porqué ¿qué te ha ocurrido, tan mal se ha portado la vida contigo?
 
-   Tú no sabes lo que he padecido, el infierno en que se convirtió mi vida, noche tras noche deseando la muerte, pero había algo que me decía que debía ser fuerte, que todo podía mejorar, que él se daría cuenta y cambiaría ¿tú sabes lo que es que den treinta cintarazos? Al día siguiente te tienes que quedar en la cama, pues te duele hasta respirar.
 
-   Todo eso se podía solucionar ¿por qué no le denunciaste? Me podías haber llamado y lo hubiera solucionado.
 
-   El propio miedo que le tenía me atenazaba, incluso me hacía darle la razón, pensaba: soy mala y yo tengo la culpa, me encontraba prisionera de mis miedos, él además era todo un capitán de la guardia civil ¿quién me iba a creer?
 
Nos quedamos en silencio mirándonos, y era incapaz de exponer más argumentos para evitar que además de homicida, se convirtiera en suicida, no están la puertas del cielo como para ir acumulando pecados.
-   ¿Y cómo te pudiste unir a ese monstruo? – sólo pude argüir.
-   Es raro que me preguntes tú precisamente eso, te estuve esperando, esperé una llamada, una carta, alguna nueva de tu parte, pero solo recibí el silencio más absoluto, después de aquellos maravillosos días pasados juntos cuando estabas de permiso del servicio militar, todos esos planes que pergeñamos juntos, toda una vida frente a nosotros, tú con la anuencia de mi padre, entrarías en la guardia civil y estábamos seguros que medrarías rápido, fíjate, si lo has hecho tú solo en la policía, qué no hubieras sido capaz con mi ayuda. En vez de eso, tuve que tapar tu ausencia con este pobre hombre, de buena familia y pésimas intenciones ¿por qué no me escribiste? Tantas esperanzas, tantas ilusiones creadas para nada, sueños rotos día tras día esperando al cartero, abriendo el buzón para esperar la nada, el vacío como mi corazón. Varias veces estuve tentada de coger el tren desde esta misma estación, aquel mismo tren que nos separó para siempre y viajar a aquella remota provincia donde hacías la mili ¿pero dónde buscar? ¿en qué cuartel? No me veía con fuerzas de ir de cuartel en cuartel esperando la hora de paseo como si fuera una buscona ¡Dios qué dolor¡
La dejé desahogarse en su soliloquio, las lágrimas hasta ahora ausentes, comenzaron a manar de sus bellos ojos, ahora que lo pienso, es la primera vez que la veo llorar, nunca estando juntos ocurrió algo que la pusiera en esa tesitura, todo fueron momentos dichosos ¿pero cómo decirla que un maldito número nos separó? Nunca dejé de arrepentirme de haber sido tan estúpido como para haber olvidado el número de tu casa y en el sobre donde te enviaba mi corazón, haber puesto el número doce en vez del trece que era el de tu portal, es cierto, el trece da mala suerte ¿cómo decírtelo ahora? Imposible. Mi mutismo te condenó, pues supe al mirarte a los ojos que en ese instante ibas a apretar el gatillo.
 
La mañana en el Búho Bizco transcurría con exquisita placidez, acompañada por mi búsqueda del fondo del vaso donde de vez en cuando Lola me surtía de güisqui y yo me empeñaba en volverlo a vaciar, esta vez acompañado del son acompasado que provocaba ella al hojear cada poco las páginas del periódico de la mañana.
-   ¿Qué horóscopo tiene usted, inspector?
-   No sé, alguno que tenga cuernos y mala leche.
-   O sea capricornio, a ver que dice: Hoy descubrirás nuevos alicientes amorosos y debes disfrutarlos porque la vida te los regala, no para cuestionarlos, sino para vivirlos. Número de la suerte: 13
-   Lamento disentir, pero el trece nunca será el número de la suerte para mí, no sé como pierdes el tiempo con la astrología, qué se puede esperar de un sistema que sitúa a la tierra como el centro del universo. ¡Vaya! Hablando de mala suerte, por allí viene el subinspector Del Rio, toquemos madera ante el pájaro de mal agüero.
-   ¡A sus ordenes inspector! Traigo un despacho urgente de comisaría, un asunto muy feo que requiere de su inmediata atención.
-   A ver ¿qué ocurre? No, espera, mejor lo adivino, hoy toca un crimen pasional.
-   Pu, pu, pues no sé cómo lo hace usted para acertar siempre – Balbuceó el subinspector. – Pero el Comisario está que echa chispas, pues al parecer el muerto es nada menos que un capitán de la guardia civil.
-   ¡Toma! ¿Y sabemos algo del que le dio el pasaporte al capitán de la benemérita?
-   Si, presuntamente es su mujer, atiende a las siglas M.S.S. aquí tiene el informe.
Al leer su nombre en el atestado, mi mente se nubló, después de tantos años volvía a tener noticias de ella y maldita sea mi estampa, en qué terribles circunstancias nuestros caminos se volvían a juntar, el destino siempre es cruel.
-   ¿Se sabe dónde está?
-   Negativo jefe, tanto nosotros como los picoletos estamos en pié de guerra pero todavía sin resultados.
-   Avisa a todo el mundo para que suspendan la búsqueda, sé dónde encontrarla. Y tú, acerca el coche patrulla y llévame a la estación de Atocha.
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