Beatriz Benéitez. Santander
Me disgustan los clasistas. Me parecen unos imbéciles. Y que nadie me riña por hablar mal, porque imbécil viene en el diccionario. Dice la RAE que significa alelado, escaso de razón, débil. Y eso es exactamente lo que me parecen los clasistas. No puedo comprender cómo alguien piense que es más que otro sólo porque tenga más posibilidades económicas o haya tenido más oportunidades en la vida. No lo entiendo. Ni tampoco que una persona se sienta superior a otra por tener más diplomas colgados en la pared. Me gustan las personas de mente abierta, las que, cuando viajan, sienten curiosidad por ver y conocer como viven los lugareños; las que se informan de los temas teniendo en cuenta más de un punto de vista, para sacar después sus propias conclusiones; las que son capaces de tener una visión global porque no llevan orejeras.
Tampoco me gustan los vagos, ni los perezosos. Todos tenemos momentos mejores y peores, a todos nos falla la energía vital en alguna ocasión, pero no me gusta la desidia permanente, ni tampoco las personas que viven de las rentas. Me quedo con los trabajadores, los emprendedores, los que son capaces de arriesgar algo, los que prefieren perder antes de quedarse sin jugar. Los que, al menos, lo intentan.Otra cosa que aborrezco son los ¨trepas¨, capaces de pisar cualquier cabeza con tal de subir un peldaño más. No me gustan porque son mezquinos (y libreme Dios del agua mansa...). Prefiero quienes son capaces de construir, con teson y con constancia. No creo en la suerte, ni tampoco en las casualidades. Creo en la gente buena, en los que son amigos de sus amigos, en la lealtad, en la inteligencia natural, en el don de la oportunidad. Los desleales y los tontos (que, como dijo la madre de Forest Gump, son los que dicen tonterías), me desconciertan, porque nunca sabes cual será el siguiente puñal que claven o la próxima tontería que digan.
Todo esto viene a cuenta de que hoy me he encontrado con un imbécil y necesitaba desahogarme. Que de vez en cuando viene bien.