- ¡Te digo que no! ¡Es imposible que sea un lobo.
- ¿Y por qué no, si se puede saber?
- Hace más de cien años que desaparecieron los lobos en Guadarrama y en toda la provincia.
- También pudiera haber sido una manda de perros salvajes. –Terció otro parroquiano.
- Te digo que tampoco, las marcas de las dentelladas no eran de perros, eran mucho más grandes.
- ¿Quizá un mastín? –Apuntó otro contertulio.
- ¡Anda ya! Un mastín es incapaz de atacar a un ternero.
Una gran barahúnda se formó entonces en la taberna, todos querían hablar y ser escuchados y sobre todo, querían que los demás atendieran a sus razones, yo mientras tanto me encontraba también acodado en la barra un poco apartado del grupo, en mi condición de veraneante en la canícula y dominguero el resto del año, mi opinión, cualquiera que fuese no sería tenida en cuenta, al fin y al cabo yo sólo tenía ojos para mi próxima conquista, la joven camarera del bar, de nacionalidad rumana, cuyos ojos de un arrebatador color verde me tenían embrujado, era el único motivo por el que encontraba allí.
Entre todo el griterío de la reunión, un grito proveniente del exterior se impuso a todos los demás.
- Me han matado a la Pataky.
Un silencio de cementerio cubrió la entrada de Toribio, el pastor en el bar, yo creía que era una leyenda urbana, perdón una leyenda rustica, se decía que Toribio cuidaba una pécora en especial como a la niña de sus ojos, los mejores pastos eran para ella, la esquilaba con un cuidado primoroso evitando cortes en su piel, no permitía a sus mastines que la inquietasen en lo más mínimo, ellos sabían que no quedaría impune cualquier tarascada que la lanzasen.
Tampoco quedaba impune cualquier burla hacia la persona de Toribio, a pesar que no levantaba más de un metro y medio del suelo, tenía unos brazos como columnas y todos sabían de su espíritu vengativo, todos conocíamos el caso de un chaval de un pueblo cercano que un día se atrevió a decirle:
- ¡Pastor! ¿Cuándo caga la oveja te da el olor?
Y él poniéndose escarlata contestó con voz de trueno:
- ¿Y tu madre va a misa mayor?
Según terminaba estas palabras, sacó del morral la honda ya cargada con un guijarro y haciéndola voltear sobre su cabeza, la lanzó contra el chaval que a pesar de haberse alejado corriendo, le atinó en la cabeza, dejándole descalabrado.
Esta historia le costó varios días en el calabozo, pero también todos en la comarca supieron las malas pulgas que atesoraba.
Por esto mismo había que ver a Toribio entrando en el bar, su cara era un poema, lívido y desencajado, cubierto de la sangre de unos trozos de carne y lana que colgaban flácidos de sus brazos.
- ¿Y ahora que va a ser de mí?
- Pero Toribio ¿y los perros?
- Muertos, todos muertos.
No imaginábamos como cierta esa afirmación, los perros de Toribio eran unos mastines enormes tan fieros y malencarados como su amo, según nos contó balbuceante y con los ojos extraviados, se apartó un poco del rebaño para buscar un cordero extraviado y cuando volvió se encontró con la tragedia, la majada estaba llena de sangre y ovejas muertas.
- Vamos todos, los lobos no deben andar muy lejos –Propuso un exaltado
- Muy bien, en diez minutos frente a la iglesia.
Como no poseo ganado alguno, no me uní a la partida de caza, les vi marchar calle abajo, con las armas de caza y sujetando a los perros, yo simplemente iba a lo mío.
- Raluca, cariño ¿a que hora cierras?
- A las nueve, si quieres me acompañas a casa, me cambio y luego ¿Quién sabe?
Ante esa velada promesa, me envaré y henchido de orgullo me marché a casa a aviarme para la cita, daban las nueve en el reloj de la plaza, cuando ya estaba yo en la puerta del bar esperándola, ella salió enseguida.
- ¿Dónde vives?
- En la casa junto al toril. –Respondió
Hacía ya algo de fresco, por lo que me atreví a rodear sus hombros con mi brazo, y acerqué mis labios a su oreja.
- Que guapa que eres.
- Mira que eres zalamero
A pesar que llevaba varios años en España, aun arrastraba un poco las erres, por lo que su voz era más sensual si cabe.
Caminamos por las calles solitarias del pueblo, llenas de oscuridad, sólo rota por algunas farolas dispersas en las esquinas de las calles, fuera de la temporada veraniega, el ayuntamiento sólo encendía una de cada tres farolas para ahorrar en la factura eléctrica.
Según nos acercamos a su casa susurré.
- ¿Vives con alguien?
- Generalmente vivo sola, la semana pasada llegó mi hermano desde Salatruc
- ¿De Rumanía?
- Tonto, ¿De donde va a ser pues? De Tansilvania
- ¡Mira tu! A ver si es un vampiro
Ella se rió de una forma graciosa y sensual apretándose contra mi cuerpo, pero ya llegábamos a su casa, ella abrió la puerta llamando a su hermano.
- Bogdan, sunt aici, aduc alimente
Entonces me di cuenta de mi error, del fondo del salón una figura peluda, enorme y gris se abalanzó contra mí, atenazándome la garganta con sus fauces y es que en Transilvania, no sólo hay vampiros, también hay hombres-lobo.