Un subte apenas lleno.
Suben dos chicos post adolescentes notoriamente turistas. Y digo notoriamente por su vestir de pantalones de tela rara y colores; porque ambos portaban un corte de pelo atrevido con esa desprolijidad tan francesa o inglesa; por proteger sus ojos con gafas de colores un tanto llamativos; por lucir remeras un poco raídas pero desbordantes de onda; porque colgaban de sus hombros mochilas nunca vistas. Pero por sobre todas las cosas, porque hablaban en francés.
O eran una especie muy rara de senegaleses, pero no creo.
De pronto uno de ellos sonríe al otro y saca de su mochila una Quilmes de litro.
Lo hizo con la gracia inconfundible de un ser que parece haber nacido en el MOMA, en fin...
Los allí presentes observaban la situación con una mezcla de sorpresa y gracia ante esa cuota de ¿cómo llamarla? ¿Inocencia?
El otro turista abre su mochila y saca un llavero que contenía una de estas navajas con más funciones que una PC y con el atrevimiento de un niño de 10 años robándole 2 pesos de la billetera a la mamá para ir a los fichines, abrió la cerveza.
Las sonrisas eran de un comercial de dentífrico, bellas bellas.
La impunidad sobrevoló el vagón de un subte que parecía amar la ingenuidad de estros seres nacidos en otras latitudes. Nacidos en un lugar del mundo diferente, con otras costumbres que algunos imaginan no tan mundanas, que otros como yo sabemos que nada tiene que ver la latitud con las buenas o malas costumbres en ciertas instancias, edades o personalidades.
Comenzaron a disfrutar ese líquido que para ellos era casi amniótico. Todos sonreían y ellos como si nada.
En ese instante preciso confirmé una teoría que tengo hace un tiempito. Y es esta.
Si escuchamos a alguien decir "ayer me tomé un vinito", uno se lo imagina en un bar muy cool de palermo con amigos o una chica despampanante y obviamente tomando un ejemplar cosecha no se cuanto y de un costo por arriba de los tres dígitos.
En cambio si escuchamos que alguien dice "ayer me tomé un VINO", ese ser vivo es un borracho irreversible, que tomó ese líquido barato a escondidas de sus seres queridos, que no tiene trabajo y no hace nada por tenerlo.
Y si estos dos hermosos franceses que disfrutaban su Quilmes de litro hubieran sido dos adolescentes urbanos, argentos; vestidos como dos adolescentes de por acá, más de uno se hubiera bajado del subte con una sensación de alivio ante el mini temor vivido ante hipotéticos desbandes.
La gente piensa así, no yo, la gente. O por lo menos la gente de ese vagón repleto de sonrisas dedicadas a dos franceses.
Y la verdad es que eso me dio cierta bronquita.