Revista Talentos
Estaba acostumbrado a que su vida siempre dependiera de alguien, era la esposa quien decidía en la casa, sus compañeros de trabajo siempre influían en sus decisiones para buscar crecer, vivía bajo la sombra de su jefe inmediato quien se llevaba los reconocimientos de sus esfuerzos.
Cuando pasaba al Starbucks por su capuchino, el tipo de leche que le ponían siempre dependía del humor de la señorita que lo atendía. En la fila del cine siempre perdía los mejores lugares por la gente que se le metía. Nunca miraba a los ojos de las personas, su eterna mirada al suelo solo lograba que enterraran más una dignidad que ya tenía mucho tiempo de sepultada.
Caminaba arrastrando los pies, con las manos metidas en las bolsas del pantalón, con la eterna mirada baja. Sin pensar en nada, pensando en todo. Con el cabello relamido, igual que como lo peinaba su madre desde que iba en la primaria, no podía ser de otra forma, no sabía que había otra forma de peinarse.
Vivía con una mujer que le quitaba todo lo que el ganaba, ella ya se había acostado con la mayoría de sus compañeros de trabajo, ella cada que podía se lo restregaba en la cara... Y el solo se callaba cuando así lo humillaba.
Estaba desde niño programado a no contestar, a no reclamar. Su madre terminaba con las palma de las manos adormecidas de tanta cachetada invertida en su educación, cada golpe iba clavando mas esta programación en su ser, pasando por cada capa de piel, por cada capa de su alma, cuarteando una dignidad hasta hacerla tan frágil que termino haciéndose polvo con cada sesión, con tanta dedicación de una mujer abandonada por su marido y que tuvo en ese niño la única forma de desquitarse con la vida, de sacar su frustración mientras el Ron que bebía se lo permitía, antes de caer inconsciente por la bebida.
La mama estaba muy acabada por los excesos del alcohol, le diagnosticaron cirrosis hepática en una etapa ya muy avanzada, los dolores que sufría eran muchos y no podía dejar de tomar, la bebida era su única fuga desde que su hijo ya era mayor de edad y no estaba dispuesta a dejar de tomar... Ni a seguir viviendo. La cirrosis le provoco un cáncer en el hígado muy agresivo, ella había comprado una pistola cuando su hijo se fue a vivir con su pareja, "Es para protección", fue la forma de justificarse para hacer tal compra. En una tarde que estaba sola, sufriendo los insoportables dolores, tomo la decisión mas fácil que se le hizo en ese momento, tomar la pistola y sin pensarlo dos veces se disparó en la boca, esparciendo los sesos en la pared en la pared despintada del pequeño departamento que habitaba.
Le avisaron a su hijo, llegó la policía. Después de todo el papeleo, de que quedo confirmado que fue un suicidio, le hicieron entrega del cuerpo para su sepultura. Su mujer solo le permitió que pidiera un préstamo para incinerar el cadáver, era lo más barato, era lo único que le alcanzaba con el limitado presupuesto que le fue permitido. Compró la urna más económica que le pudieron ofrecer y con el recipiente en la mano fue al departamento a recoger lo poco que había dejado la mama.
Ahí se encontró con la pistola que había dejado en una caja cuando se la entregó la policía, era una escuadra calibre 38, aun con nueve tiros en el cargador. La tomo con ambas manos, el peso del arma le hizo recorrer un escalofrió en todo su cuerpo. La cambiaba de mano, la veía una y otra vez, acariciaba el metal, viéndola como si estuviera en trance, mientras por su cabeza pasan cientos de ideas.
Se encontró pensando en su mujer, la que le quitaba todo su dinero, la que se acostaba con todos sus compañeros solo por el gusto de hacerlo. Pensaba en su jefe, quien tantas veces presento como propios los resultados de sus esfuerzos. Pensaba en sus compañeros, quienes se burlaban en su cara y platicaban de los encuentros sexuales con su esposa como si el no estuviera presente. Pensaba y pensaba, mientras acariciaba el arma.
Se sentó en una silla, la misma que había usado su madre, la misma donde ella estaba sentada cuando decidió suicidarse, la misma que aun emitía entre los trozos de madera el eco del arma disparada.
A un lado de la silla estaba un espejo, que entre las manchas de humedad y suciedad aun permitía ver parte de su reflejo, se veía con la pistola, se apuntaba, sonriendo como un niño sostenía la escuadra, sonriendo como cuando era pequeño y se comía a escondidas el helado que compraba, con el los cambios que se quedaba cuando iba a comprar las botellas de licor de su madre. Primero solo sonreía, después fue una gran sonrisa mientras seguía posando con el arma en sus manos, recordando las escenas de las películas de vaqueros que de chico veía, imaginándose disparando a todos los villanos con que convivía día a día.
Siempre había vivido a la sombra de todos, siempre abusado por todos, no recordaba la última vez que se había comprado algo por gusto, no recordaba si alguna vez pudo comprarse algo por solo el placer de hacerlo, de tomar una decisión, de hacer por alguna única vez lo que le diera la gana... Simplemente ese recuerdo no existía.
No dejaba de acariciar el arma, mientras su mente vagaba, trayendo ideas, planeando cosas, pensando mil cosas... Hasta que solo fue una sola la idea que se quedó en su mente, ahora solo pensando en cómo darle forma.
Pensó muchos escenarios de una misma historia, los probables finales, los distintos libretos, hasta llegar a una conclusión que le convenciera, hasta pensar en una solución a sus problemas,
Tomo el arma, la guardo en la cintura, exactamente igual como tantas veces lo había visto que lo hacían en las películas donde el héroe acaba con todos los villanos sin siquiera despeinarse. Salió del departamento, bajo a la calle. Ya estando afuera se quedó pensando a donde ir primero, si a la casa donde vivía o al lugar donde trabajaba, él tenía permiso para faltar por lo que todos sus compañeros estaban en ese momento trabajando, todos reunidos, todos juntos. Sonrió, y acariciando la pistola que llevaba oculta en su cintura se encamino a su trabajo.
Durante el camino que tantas y tantas veces había caminado se cruzó con varios vecinos. Ahora caminaba con una media sonrisa, viendo de frente. Algunos con los que se cruzaba lo veían asombrados, muchos de ellos no lo recocieron de inmediato, nunca habían visto sus ojos, siempre su mirada era al suelo, no de frente. Nunca lo habían visto caminar sin las manos en las bolsas, nunca lo habían visto andar erguido como lo hacía ahora.
Caminaba decidido, se veía de reojo cuando pasaba por las ventanas, viendo el reflejo de quien sabe lo que quiere, viéndose con ese poder que llevaba oculto bajo su ropa, viéndose como nunca se había visto antes, con superpoderes ocultos en su ropa.
Vio a lo lejos la entrada al lugar donde trabajaba, sonriendo, acariciando la pistola, empezó a caminar más de prisa, deseando ya iniciar lo que ya tenía tan planeado. De nuevo los rostros burlones de todos los que día a día abusaban de él los veía en su mente, de nuevo escuchaba sus burlas, pero ahora él sabía que las cosas ya no iban a ser iguales, que ahora iba a ser diferente.
Cuando ya estaba a unos metros sentía que flotaba de lo rápido que caminaba, estaba por llegar cuando dio la vuelta y se metió al local que estaba a un lado de donde trabajaba, con la exactitud que tenía programada. Ya en el interior, con toda la seguridad que llevaba, se acercó al mostrador y sin pensarlo dos veces saco el arma y viendo de frente al sorprendido propietario le dijo sin pensarlo... "Cuanto me presta por esta pistola".
El encargado de esa casa de empeño vio la pistola, vio que estaba en buenas condiciones, que era de buena marca por lo que el préstamo represento una cantidad de dinero que nunca había tenido junta ese ser desdichado, tan desafortunado que al sentirse dueño de su destino por el pago en efectivo se retiró con una gran sonrisa, paso por su oficina con la excusa que había olvidado algo, solo para tener el gusto de ver a todos aquellos infelices en la cara, sabiendo que era portador de esa cantidad de dinero, como siempre no faltaron los comentarios ofensivos, cosa que ahora no le importaban, tenía un poder que nadie más tenia, el poder de hacer lo que quisiera con ese dinero en su bolsillo.
Salió de ahí, camino a su casa, caminando alegre, feliz, quería ahora verle la cara a la bruja de su mujer, para sentirse importante, para verla de forma despectiva, para saber que tenía algo que no le iba a compartir, algo que ella no le iba a quitar como era su costumbre, de tener ese poder en sus manos.
Llego a su casa, con una sonrisa que no pasó desapercibida a su mujer, pero no le dijo nada, lo estuvo observando, lo estuvo cazando. Noto que se frotaba la bolsa del pantalón y sonreía. No era quincena por lo que sabía que no le habían pagado, algo se traía aquel miserable y no se lo había reportado.
El paso su día pensando en que gastar su pequeña fortuna, nunca se había comprado ropa nueva, todo lo que tenía era ropa de segunda mano que compraba en el mercado. No tenía teléfono celular, solo su esposa era la que merecía tener uno, que decir de un reloj o cualquier otra extravagancia que no cabía en su vida... Pensaba y pensaba que hacer, mientras una loba no dejaba de asechar a su presa.
Ella no sabía que sucedía, solo que ese desgraciado se traía algo entre manos, de inmediato noto ese raro gesto de pasar continuamente su mano por encima de la bolsa del pantalón, sabía que ahí estaba el misterio. ¿Que podría ser? Ese miserable solo cobraba cada quincena y era tan poca cosa que nunca ganaba ningún bono adicional a su sueldo. ¿Qué es? ¿Qué es? No dejaba de preguntarse la desalmada mujer.
Esa noche hizo lo que nunca, le preparo algo de cenar, tampoco se esmeró mucho, solo calentó un bolillo viejo que quedaba y le puso una embarrada de frijoles, acompañado de un café cargado de pastillas molidas para dormir, le puso mucha azúcar para disfrazar lo amargo del polvo de las pastillas.
El vio muy desconfiado esto, jamás le había preparado algo de comer, era a él al que siempre mandaba hacer de comer. Sabía que algo raro sucedía. Ella vio que veía con desconfianza la cena preparada pero basto un ¡Comete eso! Para que el accediera a comerse el bolillo duro con fréjoles e intentar tomarse el café demasiado dulce. Jamás había tomado un café preparado por ella, así que supuso que el estar demasiado endulzado era porque no sabía prepararlo adecuadamente.
Intento comerse el duro bolillo pero el café ya no lo probo, demasiado dulce, no estaba acostumbrado a lo dulce, en esa casa solo a la esposa le estaba permitido el uso del azúcar. Ella lo veía con desesperación, no tenía la paciencia de esperar, por lo que se acercó por un lado, le grito que se tomara el café, mientras que con una mano intento tocar la bolsa del pantalón.
El, cuando vio la intención de tocar por encima de la bolsa del pantalón, hizo que algo dentro de él se activara, fue como si una muy vieja maquinaria a la que tenían mucho tiempo de no encender de repente le pusiera gasolina y bujías nuevas, algo hizo prender la mecha de una vieja pólvora que se estuvo acumulando por muchos años, algo hizo clic en esa cabeza que parecía llena solo de estopa, algo hizo que estallara lo que nunca había estallado, que arrancara una vieja maquinaria que en realidad nunca se había usado.
El dejo el pan que tenía con su mano izquierda y con la mano derecha aventó la mano de la mujer que pretendía tocarlo. Ella se sorprendió, por un momento no supo que hacer, el jamás se había atrevido a hablarle de frente, menos a levantarle la mano. Por un instante ambos se quedaron viendo, como asimilando que había pasado, ella de inmediato se recuperó y ahora sin intención de disimulo alguno volvió a intentar tocar lo que tanto cuidaba el desgraciado de su marido.
Él ahora se levantó de golpe, aventó a la mujer con ambas manos, golpeándole el pecho. De pronto sintió un placer enorme en hacer esto, un poder que se incrementó cuando vio la mirada de su mujer, una mirada de alguien que de pronto pierde el rumbo, como si de pronto un ataque repentino de alzhéimer le hiciera perder la noción de donde estaba, de quien era. Él ahora la tomo de los hombros, sacudiéndola mientras gritaba, un grito de desahogo, un grito que destapaba sentidos tapados desde hace muchos años por los abusos de todos los que rodeaban su vida, empezando con su madre.
Un grito que movió fibras que estaban desde hace mucho tiempo desconectadas, un grito que duro solo unos segundos, pero que pareció eterno por todo lo que significó.
La mujer ahora no dejaba de verlo, con los ojos abiertos, tan abiertos como las cuencas de los ojos se lo permitieron, pero no lo suficiente para poder captar lo que a su marido le estaba sucediendo. Con la boca abierta intento balbucear algo, tratar de poner orden, pero no pudo decir nada, esas manos en los hombros le esfumaron toda esa autoridad con que antes se pavoneaba en la casa.
El la hizo a un lado, obligándole a sentarse en la silla donde unos momentos antes el estaba sentado, aun sosteniendo sus hombros se le acercó y le murmuro... "No lo vuelvas a intentar" Y con la mirada le dio toda la explicación que ella pudo necesitar para saber que ya nada iba a ser igual.
El la soltó, se paró erguido, se sacudió la ropa. Tomo una chamarra y se dio la vuelta para salir a la calle, realmente no sabía a donde ir, en todo los años que llevaba casado nunca había salido de noche, era una más de las miles de cosas que tenía prohibidas, abrió la puerta para salir de la casa, solo volteo para decirle "No me esperes, regreso más tarde"
Ella lo vio y bajando la mirada solo movió la cabeza, aceptando sumisa la información que le daban. La mirada que había recibido era de un desconocido, no del marido que conocía. Era como si alguien hubiera usurpado el alma de su marido, como si un alíen se hubiera posesionado del cuerpo de su esposo. Alguien que con solo mirarla le había dado miedo, la mirada de alguien nuevo... La mirada de un extraño que en el fondo la excitaba, la mirada de un extraño al que ahora quería llevarse a la cama, en cuanto regresara.