Las personas que no se conocen no hablan entre si. Las personas que no se conocen no comparten más que fantasías. Y eso es a veces, sólo a veces. Que empiezan, se desarrollan, se anudan y desatan solas.
Ella, una total desconocida, llegó a un bar plagado de personas que hablaban de nada.
Para ella el motivo de festejar el cumpleaños de alguien, le pasaba bastante por el costado. Pero fue igual y al llegar tomó lugar en el mismo asiento de su, tal vez única verdadera amiga, compartiéndolo, dividiendo la superficie en dos, pero de tímida nomás.
Él, un total desconocido para ella, sintió al verla una especie de rareza que no llegaba a dilucidar. Algo que sólo sucede en lugares del cuerpo y la cabeza que desconocen de intelectualidad o lógica, convirtiendo ese sentir en inigualable.
Las conversaciones de ese lado de la mesa no estaban tan mal, pero él sintió cierta necesidad de saber quien estaba detrás de esa sonrisa que portaba una chica de las lindas.
Se dejó llevar sin ponerse ningún tipo de presión sobre el asunto, no quería más que saber de ella. Pero los hombres sabemos lo difícil que es no presionarse y que ellas ni siquiera lo noten.
Es bueno aclarar que en este tipo de festejos, los que no están en pareja se la pasan cotejando o tratando de ser la versión más brillante de ellos mismos para todos.
Los que están en pareja también.
Él no estaba buscando temas para arrancarle sonrisas, aunque suele intentarlo cuando una chica le parece linda. Y en tiempos en donde la gente no acepta que una chica linda puede serlo sólo por sonreír, no habría que subestimar el poder de una sonrisa.
Siento que puede ser mucho más poderosa que la carcajada, porque a diferencia, esa maravillosa expresión de alegría roba desde la sutileza, desde la inteligencia. No suele partir de la humorada sino de la visión entre líneas de un hecho o palabra.
Ella le parecía radiante, brillante, linda y se preguntaba si estaba mal pensar eso. Si bien estaba de novio, se le originaban ciertas cosas raras que no podía negar, pero de eso también se trata el asunto; de justificar y preguntarse si uno debe estar de novio, si se está bien, contento, satisfecho, feliz, agobiado, aburrido, inquieto, ansioso, mintiéndose o simplemente disfrutando de una chica linda y listo.
Cotejar una chica de las lindas es muy bonito, pero es mucho más lindo cuando uno cae en la cuenta de que es sin querer.
Todo comenzó con la descripción de cómo se cocinaban unas papas bravas. Que es una tapa ibérica a base de papas y una salsa picante riquísima. Él se tomó el trabajo contar cada detalle como si fuera el encuentro casi imposible entre dos seres amados que terminan encontrándose. Y ella lo escuchaba como si de ella dependiera que se encuentren.
Al momento de finalizar el relato ella tenía su boca abierta levemente, sus ojos un poco entreabiertos y con el gesto suspendido en el aire, como disfrutando el plato en ese instante preciso.
Él lo notó y en vez de desnudarla, se quedó suspendido mirándola. Algo que ninguno de los presentes que los rodeaban pudo evitar notar.
Ella de pronto abrió un poco más sus ojos y se dio cuenta que estaba disfrutando ese plato sin haberlo comido nunca. Un poco mérito de él que relataba. Otro poco, mérito de su imaginación que le permitía trasladarse a una situación que poco tenía de mágica, pero si mucho de deseo.
Y eso es un montón.
Al sentir esto, sonrieron de un modo casi fílmico y notaron que esa situación así como estaba, despojada de pretensiones, liviana de conquista, había sido muy bonita porque estuvo plagada de sonrisas.
Y ambos cayeron en la cuenta en ese instante preciso, que no debían subestimar las sonrisas. Y casi que siguieron sonriendo, pero desde otro lugar.
Luego de este relato él se levantó y decidió retirarse.
A dormir a una cama deseada.
En la casa deseada.
Con la mujer deseada.
Que era la misma que sentía amar con toda su alma.
La misma con la que no se reía tanto como deseaba.
Y eso también es un montón.