Revista Diario

Un payaso en el metro

Publicado el 19 noviembre 2012 por Chirri
Todos los payasos  tienen el alma triste y aquí estoy yo para corroborarlo, en la vida no podía ser otra cosa más que payaso, cuando nací se me pegó como un estigma del que nunca podría librarme, payaso nací y payaso moriré.No hay que confundir payaso con el gracioso del lugar, poco hay que explicar sobre esto, las diferencias saltan a la vista, el graciosillo es ese que cuenta los mismos manidos chistes una y otra vez ad nauseam, a pesar que haya gente que gaste con ellos el apelativo de payaso, nada más lejos de la realidad.La nariz roja no solo hay que tenerla en la cara, también hay que llevarla en el corazón, no es un galardón, es un peso terrible por la responsabilidad que conlleva, ésta oprime el pecho e impide la respiración.¿Cuánto vale la sonrisa de un niño? Un potosí, sin duda; qué puedo decir, por supuesto que fueron mis primeros clientes, me costó mucho tiempo de ahorro y sacrificio comprar mi primer disfraz, la mitad de él confeccionado por mi madre y su prodigiosa máquina de coser “Singer”.¡Qué público! Apenas abrías la boca, estallaban en carcajadas, por aquél entonces estaban de moda los Chiripitifláuticos y aprovechaba los chistes de aquellos cómicos geniales que eran “Locomotoro” y el “Capitán Tan”, con el tiempo me enteré que a su vez, ellos los tomaban prestados de Abbot y Costello, genios del blanco y negro que hicieron reír a la generación de mi padre.Recuerdo todavía con emoción, cómo al final de mi estreno, después de que prorrumpieran en aplausos, rompí a llorar embargado por la emoción, marcando unos surcos acuosos en mi maquillaje. Cuanto tiempo ha transcurrido desde entonces… Obligado por mi entorno, no tuve más remedio que aparcar el traje de divertir y me dispuse a centrar mi vida en cosas más útilespara la sociedad como estudiar y labrarme un porvenir.Nunca un payaso murió rico, o por lo menos uno que fuera honrado, algunas veces me introducía en el ambiente cirquense y encontraba una trastienda tremendamente dura, las lentejuelas de los trajes cirquenses sirven para que con su brillo, no se noten los múltiples remiendos. Así y todo, tenía su lado oscuro, nunca soporté observar las terribles condiciones en que vivían las fieras, animales enjaulados en cubículos de los que cualquier civilización sería estigmatizada si castigara a seres humanos, penar en esas condiciones.Aun así, apreciaba en grado sumo el aire de hermandad, el ambiente bohemio y el no saber en qué ciudad sería la siguiente actuación y poder contemplar la cara de excitación que pondrían chicos y mayores cuando llegaran a un nuevo lugar.Los años trajeron nuevos aires a un circo que agonizaba, desaparecidos los Hermanos Tonetti  y la gran Pinito del Oro, nada quedó del otrora llamado “el mayor espectáculo del mundo”, algunas patéticas escaramuzas solo lograron darle la puntilla.Y de mí ¿qué contar? Dando tumbos por la vida, añorando la vida que no fui capaz de vivr y el ser que no pude ser.Un día perdí a mi Colombina, mi razón de ser, caí en un abismo sin fondo, o eso creía yo. De mis negros pensamientos me rescataron dos ángeles que conocí, se dedicaban en su tiempo libre a visitar los hospitales para llevar a los niños enfermos una sonrisa y con ella un hálito de esperanza, una simple espuma roja en la nariz y su arte retorciendo globos para darles mil formas, transformaban los pabellones en lugares donde dolory tristezaeran palabras olvidadas y sus rictus mutaban en sonrisas animosas.Y así me embarqué con ellas desempolvando mi viejo traje y mi alma herida en un mundo de fantasía e ilusión.Los domingos por la tarde, alguna gente me miran con extrañeza, no están acostumbrados a ver a un payaso tomar el metro, es lógico, apenas quedamos payasos por el mundo, o por lo menos payasos que utilicen el transporte públicoDedicado a Lorena y a Teresa, porque aun quedan ángeles.
Un payaso en el metro

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