Revista Literatura

Una poetisa a la picota

Publicado el 30 abril 2013 por Kirdzhali @ovejabiennegra

PoetisaTodas las noches Jaime llegaba a su casa con la sensación de que había cometido un delito, sin embargo le pagaban para eso y el sueldo no era nada deleznable. “¿Es preferible condenar a muerte a un par de poetas y periodistas – se preguntaba – o no hacerlo y perder el automóvil de último modelo, las vacaciones semestrales al Caribe y los almuerzos en el Hotel Hilton?”

El funcionario tenía cuatro posgrados, dos maestrías y un doctorado, todos en Ciencias Sociales y cuando presentó su currículo para el cargo de Secretario Observador y Calificador de Contenidos de Medios Escritos, Audiovisuales y Electrónicos del Ministerio de Propaganda de la República Nacional y Soberana de Estulticia, lo aceptaron inmediatamente – el sustantivo “censor” se eliminó en una reforma de ley para que quede claro a nivel internacional que en el país nunca se censura.

El proceso de selección para cualquier puesto burocrático en Estulticia dependía de la cantidad de títulos del aspirante y, sobre todo, de su adhesión incondicional al Régimen. Dichas cualidades le sobraban a Jaime, pues era imposible que faltase a un mitin político o un curso para obtener un nuevo diploma; de hecho sus familiares sostenían orgullosos que en vez de tapiz, las paredes estaban cubiertas de títulos y banderas del partido. En pocas palabras: era un genio de la tecnocracia y, por ende, un gigante de la mediocridad.

Aquel día el trabajo fue mucho más duro que de costumbre, tuvo que condenar a las brasas la obra completa de una joven y bellísima poetisa porque estaba en contra del canon estético de la República. La muchacha se había atrevido a escribir sobre el amor, sin importarle que el Jerarca dijo, en uno de sus miles de millones de enlaces televisivos, que ese sentimiento es el germen de la sedición. “¡No hay peor rebeldía que querer a otro ser humano!”

De todos modos Jaime sintió compasión por ella, al fin y al cabo la quema de sus libros significaba, en el mejor de los escenarios, la cárcel. Y era tan hermosa…

La mañana siguiente, lo primero que hizo fue llamar a sus contactos para averiguar el estado de la muchacha, al tiempo que preguntaba si había algo que se pudiese hacer para librarla del escarnio y la muerte. Finalmente, cuando le informaron que todo era inútil porque el Jerarca había dado la orden de ejecutarla por sediciosa, se encaminó a la prisión.

Muy poco es lo que ella le dijo, estaba reacia a cualquier clase de contacto con un “esclavo del tirano”. Sin embargo Jaime no se resignó, visitándola a diario desde entonces.

Pasaron algunas semanas y justo la tarde previa a la ejecución de la poetisa, esta pareció rendirse y se puso a conversar por horas con él, confesándole incluso su miedo a la muerte y su certeza de que debía existir un mundo mejor.

Jaime volvió al Ministerio víctima de la pasión y la tristeza, mas, no tuvo tiempo para pensar en alguna solución porque un par de policías le franquearon la entrada a su oficina, al mismo tiempo que le entregaban una orden de arresto firmada por el Jerarca. Lo acusaba de haberse enamorado de una sediciosa, convirtiéndose él también en uno.

Enseguida lo encerraron, aislándolo de todos – hasta los guardias tenían prohibido hablarle – y con una alimentación exigua, pero sufría más por el destino de su poetisa y por el miedo a su propia muerte.

1Un día – era imposible saber cuántos transcurrieron durante ese cautiverio – uno de los guardias de la cárcel le dijo que saliese y que, en un juicio sumario, se había resuelto su situación: su condena no era la muerte, era peor, al menos para él: lo degradaban a limpia – letrinas del Ministerio, quitándole todos sus títulos y diplomas.

Luego de obligarle a enfundarse un viejo overol, lo llevaron a una de los baños más inmundos del edificio.

— ¡Limpia! – le dijo el guardia –. Y si te interesa saber, la poetita está muerta y disfrutamos mucho al degollarla.

— ¡No me importa! – respondió Jaime con sinceridad.


Una poetisa a la picota

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