
Las horas pasan y yo me he apuntado al club de los ojos vidriosos, ya no presto atención al zumbido del viento ni al chirriar del anuncio. Realmente no los oigo, me levanto algo mareado y miro por la polvorienta ventana, ya pasó el vendaval. Pago en la barra, me despido, tropiezo con un perro que está tumbado cerca de la puerta, ni lo había visto. Por fin llego al coche, abro la puerta y al sentarme me planteo, ¿ conduzco o me echo una cabezadita ?.