Revista Literatura

Verano de 1956

Publicado el 11 abril 2013 por Alex Vonkarma @alexvonkarma

El reloj de cuco que colgaba en la pared del salón se activó en cuanto éste marcó las nueve de la mañana.
Los párpados de Christine se contraían entre sí evitando separarse, y obligarla a contemplar, como todos los días, el mundo que la rodeaba. Con un golpe seco, acalló los gritos y clamores que emitía el maldito despertador desde hacía ya cuarenta años.
Liberándose del enredo de las sábanas se incorporó en la cama y contemplo su reflejo en el espejo; una mujer madura de 64 años que había conseguido llegar a lo más alto en la empresa a la que había entrado hacía ya veinte años. Se acicaló el cabello con sumo cuidado y sin fingir la canicie propia de la edad.
De pronto llamaron al timbre de su casa.
- ¿Quién será a estas horas? – Pensó mientras se calzaba las zapatillas y salía hacia la puerta.
- Traigo un paquete para Christine Ayusco – dijo el nuevo repartidor de la compañía Service Express.
- Sí, soy yo – dijo Christine. Y tras firmar el albarán de recibo cerró la puerta al mensajero olvidándose de entregarle un par de monedas que tenía apartadas para esos casos en un cenicero del recibidor.
Lo dejó sobre la mesa de la cocina y comenzó a romper con insistencia las duras cuerdas que ataban el envoltorio a la caja. Tras desistir de romper las cuerdas con las manos, decidió ir a por unas tijeras. “Siempre tan impulsiva Christine, ya podrías aprender a estas edades”.
Tras conseguir desenvolver el paquete encontró una pequeña libreta azul acompañada de una nota:
Querida Christine, probablemente no sepas quien soy dado que ha pasado ya muchísimo tiempo desde que nos vimos por última vez. Puede que ya no te acuerdes de mi nombre ni de donde era, ni que ha sido de mí en estos últimos años, pero lo que probablemente no habrás podido olvidar, y espero que no lo hayas hecho, es aquel verano de 1956”.
De pronto los ojos de Christine parecían que se iban a salir de las cuencas, cuando leyó la frase de “aquel verano de 1956”. Tras hacer una pequeña pausa, comprendió que para seguir leyendo el resto de la carta, sería mejor que lo hiciera sentada en su butaca del salón.
Sé que desde entonces no hemos vuelto a hablarnos, ni a vernos y tampoco hemos vuelto a saber nada el uno del otro. Pero puede que por una parte haya sido lo mejor, tú debías estar con él, te había prometido un futuro y cosas que yo jamás podría haberte dado, salvo amor. También sé que jamás volviste a la playa donde pasamos las tardes de aquel verano, o al menos, no conmigo.
No pretendo cambiar el guión de tu vida, solo quería despedirme de ti antes de que la postrera sombra me lleve a un lugar donde puede que no te vuelva a ver, o puede que sí. Este cuaderno azul quiero que sea tuyo, para siempre y que lo leas algún día que te apetezca recordar ese maravilloso verano.
Para siempre y para el resto de lo que me queda postrado en esta cama,
Christop.

El baile, el atardecer, las olas, los paseos nocturnos por la playa, y las risas acompañadas de besos en la feria de la bahía entre otros muchos recuerdos de ese verano comenzaron a resurjir en la cabeza de Christine.
Cerró el cuaderno y lo apretó hacia su pecho con fuerza, y había comprendido que estaba dispuesta a volver a revivir el verano de 1956.
Verano de 1956

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