Pumpum pumpum pumpum...
Se oía latir con fuerza tan minúsculo corazón, empujar con ritmo, arrancarle una sonrisa y hasta la lagrimita a su emocionada mamá. Se oía rítmico, sin dudas, con fuerzas.
Javi seguía asombrado, miraba maravillado a Ana, su valentía, su aplomo. Pero sobre todas las cosas su emoción, su pasión. Su intensidad. ¡Esa sonrisa que aunque quisiera negarlo, seguía encandilándolo! Esa Ana, traviesa y suya. Que le seguía secuestrando el corazón y algo más.
Lo negaría toda la vida.
Seguiría diciendo que ella no era buena opción.
Pero sólo lo decía porque ella no sentía lo que tenía que sentir y eso no era cuestión de cabeza sino de corazón.
Ella le cogía fuertemente de la mano. Se lo miraba con los ojos inundados en lágrimas. Maravillada y agradecida.
"¿Hasta dónde le llevaría esta locura?" Pensó.
Hacía tres meses desde que le hubiera dicho en aquel café que estaba embarazada. Ahora estaba aquí acompañándola, ya estaba gordita, cambiada.
-¿Cómo se llamará? pregunto el médico
-¿Sabemos qué es? -Pregunto Ana.-
-Sí, una niña.
-Se llamará como su mamá: Ana. -Contestó contundente Javi. -
Los dos se miraron aturdidos.
Ella le apretó la mano y él le devolvió el apretón con más fuerza.
Él tenía tantas ganas de verle la carita a esa criatura que el miedo acarició su espalda.
Volvieron a casa en silencio. Él la llevó en coche hasta su casa. En el trayecto algún semáforo en rojo. Silencio. Y ella se giraba sigilosa a mirarlo. Su carita era la más dulce descripción de la felicidad. Sólo sentía éxtasis. Se lo miraba agradecía. Javi en un gesto de respuesta le acarició la cara. "mi niña bonita".
- Muchas gracias, Javi. No tienes porqué hacer todo esto. Pero para mí es una ayuda incontestable. Inmensa. No sabré nunca cómo agradecértelo. Nunca podré pagártelo. No sabría a quién pedir ayuda. Nadie podría estar haciendo esto por mí...
- ¡Quieres hacer el favor de callar y dejar de decir tonterías! La mejor forma de pagármelo es cuidar de esa pequeña Ana, de la mejor manera que sepas. Con esa sensibilidad que sólo tú tienes. Con tu alegría y tus principios. Y si alguna vez te falta algo no dudar ni un segundo en pedírmelo. Todo lo demás son escusas vagas y agradecimientos vacíos. Entre nosotros sobran las palabras. ¿no crees, mi niña? -ante ese discurso, ¿qué decir? Nada. Sentirse más agradecida, de tener ese amigo. Ese trozo de cielo.
- Sí, Javi. Así lo haré.
Él puso la mano en el cambio de marchas. Y ella apoyó la suya sigilosa sobre la de Javi. Ella no hizo el gesto de quitarla y él no movió ni un dedo. Sólo se le erizó discretamente la piel.
Puso el intermitente, giró a la derecha y al final de la calle paró delante del portal de puerta de madera verde, descuajeringada, con tirador oxidado, un apartamento en planta baja suficiente para Ana, escaso para dos Anas.
- ¿Entras a tomar algo? ¿tienes prisa? - preguntó coqueta e irresistible Ana, a pesar de su pancita, seguía siendo Ana, a los ojos de Javi irresistible e inalcanzable, para él era imposible negarle nada. Estaba a su merced. Así se sentía. Pero se impuso Javi. La mente, el deber:
- No, no puedo. Lo siento. Otro día. - mintió Javi.-
Se hizo un silencio. Se heló el ambiente. A ella le sentó aquel no a rechazo justificado, a respuesta necesaria pero amarga.
- Lo entiendo. Claro. Buenas noches. Te veo.
- Cuídate, mi niña. - dijo Javi cuando Ana ya había cerrado la puerta, cuando el sonido de las palabras quedaban sólo para él, cuando la explicación ya sobraba. Había dicho No a Ana, pero si entraba, con los sentimientos a flor de piel, no era dueño de lo que sucediera. No podía cagarla. Intentó no pensar, arrancó el coche y volvió a casa.
Chequeó su móvil. Mensaje de Laura: "los niños ya duermen. No corras. Me voy a dormir. Te quiero tesoro."
Volvió a casa con la mirada perdida.
ELLOS. VOSOTROS. NOSOTROS.
La Suelta.