Viajaba, levanté la vista y le vi. Cazaba.
Su figura estilizada, la escopeta en su hombro, allá en la lejanía, la montaña terminó por atraparlo. Mi cielo estaba gris y la nieve cubría las cimas. Sin duda hacia frío. Un buen día para salir. Las presas se descuidan, aletargadas, reaccionan lentamente y él lo sabía. Exterminador......La soledad del paraje, también ayuda, danzan quejumbrosas las retamas, torturadas por el gélido e insensible viento. La piel se agrieta a cada paso, el dolor se acentúa y desaparece igual que llega, nada. Las gafas se quedaron literalmente incrustadas en su cara, las tiras de piel huían despavoridas ante su inminente llegada.Ningún ruido superaba su umbral, al supremo todo le rendía pleitesía no había más. Retumbaban en sus oídos el eco de aquello que escupía su arma, sensaciones absurdas consentidas cruzaban en una exhalación galopando a lomos de lo único que allí en ese lugar y en ese momento se movía, el viento.
Su melena iba desmembrándose a pasos agigantados. Los dedos de sus manos. ¿Qué había ocurrido? Se sintió extraña al ir a coger aquella baya. Su estómago crujía, no eran mariposas no. Debían ser pirañas al menos. Se encontraba exhausta. Pasaron unos minutos que parecieron eternos y nuevamente nada....
Hasta la noche huía de aquello. Sintió como le traspasaba la entrañas, la sangre a borbotones el caudal de un riachuelo formaba, rápidos en los que sus órganos se deleitaban para de repente precipitarse al vacío, enorme turbulencia de engendros, insoportable levedad del ser. La falta de la gravedad complicaba aún más la existencia. No se sorprendió de sentirse mucho más ligera, sus dedos, lo que de ellos quedaba, tocaban las costillas abiertas en su esqueleto. Eso era. Nada. Casi agradeció que el viaje hubiese concluido, el agotamiento era extremo. El exterminador pasó, hizo su trabajo y desapareció como la nada......María José Luque Fernández.