Revista Diario

Viaje en tren

Publicado el 12 febrero 2016 por Chirri

No hay nada como viajar en tren. Eso afirmo y eso creo, sobre todo en los viejos vagones azules de RENFE, la alta velocidad ha traído al viaje en tren lo que las autovías al viaje en automóvil, es decir la nada, espacios vacíos, monótonos campos cuadriculados sin un ápice de aventura por entrar en paisajes ignotos a nuestros ojos.
Sí, eran muy incómodos los vagones de segunda clase para viajes de más de cuatro horas. Y no digo nada cuando era el expreso de Algeciras, diez horas de traqueteo infernal sin posibilidad de descanso encajonado en incómodos escaños. Alguna vez viajé en primera pero el resultado era casi igual, la diferencia era un asiento basculante en el que podías escaquear tus pies con el asiento del de enfrente, siempre que éste ocupante quisiera.
¿Entonces cuál era la mejor manera de viajar en tren? Sin duda la litera. Nunca tuve el monetario suficiente para permitirme a mí y a mi familia para viajar en coche cama, pero con un pequeño esfuerzo podía adquirir cuatro billetes en litera donde el descanso nocturno estaba asegurado.
El traqueteo nocturno en las literas nos mecía y el sueño acudía presto, sobre todo después del acarreo de maletas para pasar las vacaciones de verano. El amanecer era lo mejor, traspasados los monótonos campos de olivos de Jaén, la sierra de Grazalema se mostraba en pleno esplendor. El río abajo en la quebrada bordeado por adelfas, que para entonces reventaban de colores blancos y rosados, nos daban la tremenda sensación de altura sobre la que circulábamos atravesando túneles eternos.
Al final se llegaba al Campo de Gibraltar, con sus manchas eternas de alcornoques con sus troncos repelados una y otra vez y sobre todo el olor, un olor rancio y extraño a algo que no era capaz de distinguir, algo que a quien como yo, de tierra dentro era incapaz de concebir, el mar. Primero representado por El Peñón y después por una mancha azul verdosa en la que no se distinguía el agua del cielo.
Para mi desgracia, o mi favor, el viaje se acababa, los huesos doloridos volvían a encajarse y el espectáculo visual terminaba para de nuevo bajar las valijas y de nuevo acarrearlas por el andén.
Viaje en tren

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