Cada persona somos un color. Somos una sensación. Una vibración. Una frecuencia. Somos una pulsión. Un tono. Un timbre. Cada uno tenemos el nuestro.
Hay personas que todo lo aclaran. Suavizan. Son blanco.
Otras que todo lo tiñen. Son tóxicas. Todo es negativo. En caída. Son negro.
Otros que siempre alegran, colorean. Son amarillo.
Mario era rojo. Era pura pasión, era fuerza. Era impulso. Era vitalidad. Mario era pura vida. Intenso. No dejaba indiferente. Tenía magnetismo. Era misterioso. No tenía cultura. Pero sabía más de la vida que nadie. Te veía venir. Te daba la vuelta y te mostraba tu peor versión. Para salir el siempre ventajoso y victorioso. No lo hacía por maldad, para hacer daño, lo hacía por un afán de competir innato, de salir él indemne. Sin cultura. Todo lo veía. De nadie se fiaba. Era fuerza bruta. Física y psicológica. No lo alcanzabas y con sus ojitos almendrados iba ganándose al público femenino. Con su agudeza psicológica se salía de los peores fregaos y así iba sorteando la vida. En el bíceps un tatuaje enigmático de una serpiente. Bonito. Truculento y hasta femenino. Y esa melenita de cabellos quemados por el sol. Con una piel suave y bronceada que transformaba al golfo en traviesa y apetitosa criatura.
Se creía que podía con todo y si no podía, caía o fallaba, siempre había una explicación, un porqué, argumento. Su autoestima intacta. Sabía salirse. No tenía ambición. No quería hacer grandes cosas. Sólo vivir. Vivir lo mejor posible sin preocupaciones. Sólo sentía adoración por una persona: su abuela. Lo demás, anécdotas sin importancia. Circunstancias de la vida. Vínculos prescindibles. O eso pretendía, pues tuvo un amor no tan lejano, a pocas personas confesado. Un amor que de tan intenso pretendía borrarlo por pura molestia. Un amor no previsto. Auténtico. Inoportuno. Limpio y puro. Un amor como sólo puedes sentir una vez. Lo dejó en la parte trasera de su existencia para que no le descolocara su fachada.
Y ahora le tocaba estar allí poniendo cafés. Acababa a las 17.00. Y después. No sabía, había quedado con Juan. ¿Y mañana? Dios diría. Sin plan. Donde le llevará el viento.
Hoy, ahora y aquí. Aquella muñequita al final de la barra. Aquella pava listilla, con pinta de pija, sabionda y culturilla. Hacía días que la tenía clichada. Debía ser una de esas mamis que llevan a los niños en el colegio de en frente. Y llevaba días que le chuleaba y tonteaba. Pues se iba a enterar. Las iba a pasar canutas... le iba a dar la vuelta y ponerla en evidencia.
Hoy había venido más tarde que de costumbre, era casi la hora de comer. Raro en ella.
Laura se había puesto a leer el periódico al final de la barra. Lo tenía abierto por la página de deportes, esa que nunca leía.
Y en ese instante entra un borracho al bar. La camisa desabrochada. Pelo sucio. Pero con aires de grandeza. Una grandeza subjetiva que sólo da el alcohol. Entra y con pinta de depravado se queda mirando a Laura, se sienta al lado de ella y pide un whisky. Se la mira divertido.
Mario lo ha visto venir desde el minuto cero. Sabe lo que va a suceder. Es de barrio.
Ella se incomoda. Pero no osa moverse. No va a salir corriendo. ¡Que tiene una edad! Pero el borracho se la queda mirando con un descaro y una mirada asquerosa. Quiere desaparecer. Desea evaporarse. Pero respira y pasa página del periódico.
- ¿Te estás leyendo los deportes monada? ¿Ya sabes cómo se juega al fútbol? Cuando quieras te enseño. - espeta, deduce y ofrece el borracho. A un palmo de Laura, ella puede oler su aliento a alcohol. -
Ella no contesta. De hecho no sabe qué contestar. Se queda helada. Fría. Nunca hubiera imaginado...
- Como vuelvas a mirártela... O dirigirle la palabra, desearás no haber nacido. ¿lo has entendido? - la voz grave, viril y protectora es de Mario. Se ha acercado a dos palmos del borracho. Suena contundente y con una autoridad incuestionable.-
- ¡¡Qué mal humor mi niño!! Ni que hubiera hecho nada malo. ¡Anda ponme la cuenta que me largo!
- Mejor será.
Habían pasado 5 minutos desde que se fuera dando tumbos el borracho.
Cuando Laura susurra:
Se lo queda mirando. ¿¡Qué niñato violento y adorable es aquel!?
- Tu sí sabes. Gracias y hasta mañana.
Mario se queda mirando ese caminar torpe de niña pija. Tiene un buen culo. Porqué será que le ha salido de dentro defenderla. Tendría que haberla dejado vérselas con ese gilipollas.
No podía. Sencilla y simplemente no podía. Debía defenderla.
ELLOS, VOSOTROS, NOSOTROS.
La Suelta.