Me gusta esta lectura de Carcelona que apareció en Dylarama, una web o blog o frenopático cultural que circula por ahí.
Lo escribe un tal Miquel Deyà y lo copio aquí.
La primera vez que, como estudiante recién llegado, salí por Barcelona aluciné con la cantidad de prohibiciones que mis amigos, ya veteranos, me explicaban con resignación. Para mí era marciano que un bar cerrará a las tres porque estaba prohibido si no eras una discoteca. Ahora llevo ya más de cinco años viviendo aquí y he observado como el discurso prohibicionista se articula con aires de modernidad, cultura y otros adjetivos vacíos. Uno lo habla con sus amigos y conocidos e inevitablemente sabe que no es el único que lo piensa. Por eso y más es necesario un libro como Carcelona (Editorial Melusina) de Marc Caellas.
Carcelona es un libro que con inteligencia y crítica ácida regala a Barcelona una perspectiva que necesita. El autor pone la ciudad y sus habitantes bajo una lupa, no es un libro extenso ni detallado, con la intención de denunciar de manera rápida y efectiva, sus contradiciones, incoherencias, miserias y ridiculeces. No es un tratado de la ciudad, es una disección lúcida de muchas de las estupideces que se han cometido y se han dejado cometer. Se pueden distinguir dos lupas, dos maneras de exponer los barrotes de Carcelona, el primero desde un punto de vista elevado, un crítico que enfoca a los sectores públicos, el segundo como un paseante que observa la urbe y sus habitantes.
Es esta primera figura la que más he apreciado, en la que aparece el narrador más lúcido y valiente, uno que hace que asientas con la cabeza a cada línea hasta que te duela el cuello. Sus objetivos más ambiciosos analizar los políticos y la cultura. Aquí Caellas deshace mitos de la ciudad como el civismo mientras nos señala su superficialidad. > Así explica Caellas > El libro desgrana qué se ha hecho con cierto detalle y la mayoría de veces con nombres o alusiones. Los damnificados de mayor envergadura son sin duda la música, la cultura y el periodismo. La música, que tanto ha dado a esta ciudad, ha quedado restringida a la anécdota, prohibiendo el ruido de las guitarras > En cuanto a la cultura el libro habla de teatro, literatura y periodismo, de como ésta ha sido domada, ya no hay disidencia cultural, han conseguido controlar el volumen y la crítica jamás se pasa de decibelios. Mención especial merece su repaso a los opinadores de la prensa. El autor aquí tiene una valentía a mi parecer inusual en un mundo en el que nadie quiere enemigos, mucho menos si son conocidos. Siguiendo, con este personaje y con las manías prohibicionistas también destacan: orinar en lugares públicos, los happy hour e incluso pintar la fachada de tu casa o tu negocio. Leyes, políticos, empresarios y agentes culturales que moldean una ciudad que Caellas ya no siente como suya. Sin complejos estos análisis toman distancia, así el lector observa la ciudad desde arriba sus núcleos, su ridiculez y sus miserias.
La otra visión es desde el pie de calle, es un narrador que está allí y ha venido a hablarnos de él en la ciudad, no de ella. Este narrador incluso nos presentará una propuesta de guión para la televisión pública dejando claro que ahora quiere hablar de él mismo. Aquí dependerá del lector sentirse más a gusto o menos con las opiniones y visiones del autor. Para muestra dos botones. En el primero el narrador va a los toros con un amigo, antes de entrar se encuentra con antitaurinos > En primer lugar, ¿también?, eso merece una explicación. En segundo lugar este lector echa de menos la distancia, la perspectiva. Sin importar que uno esté a favor o en contra del tema, cuesta mucho querer leer a alguien que ha pasado de analizar a barruntar. Y siempre hay cosas que analizar. Uno tiene la sensación de que, por ejemplo, quizás se hubiera podido denunciar esa superioridad moral y ética que se autoconceden estos grupos. Es una crítica lógica que muchos hacen, hasta ahora el narrador no había lanzado monedas a nadie, se había enfadado, reído, apuntado a las incoherencias, etcétera. Es un cambio de extraño. El segundo botón es cuando nos habla del amor en Barcelona. Aquí el observador se sienta en el diván y hace terapia con la ciudad de fondo. Al principio repasa la actualidad de las escritoras. Habla bien de todas ellas y utiliza a algunas para hablar del corazón de los hombres de Carcelona. Por un momento pensé que a alguien se le había caído un poco de Cosmopolitan en mi libro. "Llucia Ramis [...] no se cansa de repetir que Carcelona es la única ciudad del mundo donde los chicos no les entran a las chicas en los bares por miedo a hacer el rídículo." Acto seguido el observador analiza porque mi paisana tiene razón. Yo que no conozco el aspecto de ninguno de los dos, que no sé por dónde andan por las noches, sólo puedo decir: ¿seguro que es la ciudad?, ¿seguro, seguro? Después el observador, todavía en el diván, sigue hablando de sí mismo y de su vida amorosa, leemos "Se ha constatado: el hombre carcelonés tiene la extraña manía de hablar demasiado de la ex, [...]" No sé qué diantre pensará el lector medio, por mí parte imagino que el autor, en ese momento, escribía para alguien en concreto, espero que le haya funcionado.
En cualquier caso son apenas unas cuantas páginas que ni estropean ni desmerecen un libro necesario para entender el sitio en el que uno vive, sea Barcelona o cualquier otra urbe, porque la unificación de la ciudad es un hecho y nuestros políticos no son originales ni mintiendo ni manipulando. Caellas hace mucho más que decir que el emperador está desnudo, nos dice que está disfrazado de payaso y no sólo le reímos las gracias, lo que es peor, nos las podemos creer.