Gabriel García Márquez se fue de este plano físico el pasado 17 de abril de 2014. Recuerdo el momento exacto en el que Juan me comunicó el suceso: estábamos en Quito, habíamos recorrido algunos enclaves históricos de esa amable ciudad y, al llegar al hotel, la noticia fue como un manotazo invisible que fijó ese instante en mi memoria.
Unos meses después mi querida Adriana me cedió Vivir para contarla, la autobiografía del escritor en la que narra sus primeros años de infancia y juventud, desde su nacimiento en 1927 hasta 1950. La infancia en casa de sus abuelos, la trama familiar, las pasiones fulminantes y los amigos incondicionales, las vicisitudes económicas y las primeras incursiones en el periodismo como escritor de cuentos cortos desfilan a lo largo de sus páginas, con la prosa magica característica de don Gabo.
Vivir para contarla aborda aquellos acontecimientos que dejaron huella y luego habrían de integrar el universo fascinante de sus novelas. En el recuerdo de sus abuelos se advierte el germen de Cien años de soledad: por la finca generosa y abierta desfilaban parientes, invitados y extraños cuyas características encarnaron en los personajes de su obra emblemática. Los estragos causados por la compañía bananera en un Macondo que finalmente existía se entrelazan con aquellas personas que luego fueron inspiradoras de Crónica de una muerte anunciada, en tanto que la relación de sus padres fue motivo de tributo en El amor en los tiempos del cólera.
El libro comienza con el viaje a Aracataca a instancias de su madre para vender la casa de sus abuelos, evento que tiene un claro tinte iniciático en la vida de don Gabo. Al recobrar los recuerdos de infancia en esa tierra de aparecidos situada en un contexto sobrenatural, la certeza de que tenía que plasmar en papel estos acontecimientos impulsó la vocación que corría por sus venas. La narración de García Márquez da fe de este llamado a vivir escribiendo y de lo que supo contar en consecuencia, tal como consignó en el epígrafe: “La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”.
Ludovica y el año de la cabra
Se habían anunciado lluvias y tormentas para esa noche, pero al momento de instalarnos en los jardines de Villa Victoria para asistir a la presentación del Horóscopo Chino 2015 de Ludovica Squirru las estrellas iluminaban el firmamento y el aire era fresco y claro. Durante dos horas escuchamos con Ale y Apre a la escritora que desgranó los pormenores del próximo año nuevo chino, que comienza el 19 de febrero y estará signado por la cabra de madera.
El horóscopo chino basa sus predicciones en el comportamiento de doce animales que a su vez se encuentran influenciados por elementos naturales, y se entrelaza con la sabiduría críptica del I Ching. El mensaje de la cabra para el ciclo venidero se basa en la necesidad de adaptarse a los cambios energéticos y a las nuevas premisas espirituales, que deben desarrollarse para dar lugar al orden cósmico de esta era de Acuario.
A través del arte, la bohemia y el desprendimiento la cabra postula una renovación para que aflore la creatividad sofocada por el materialismo y el estrés cotidiano: volver a las utopías, reconocer y soltar las trabas internas y sanar las relaciones fundantes. Para lograr este último objetivo recomienda las constelaciones familiares, el sistema de psicoterapia no convencional fundado por Bert Hellinger.
Para los chinos la cabra de madera es propicia para reconciliaciones de todo orden: con uno mismo a partir de desprenderse de aquello que se ha vuelto sobreabundante por mantenerlo retenido, con la familia a partir de la revalorización de los ancestros y la práctica del perdón en las relaciones conflictivas, y con el resto de los seres que conformamos la humanidad que necesita desesperadamente vínculos sanos y basados en la unidad del conjunto. Sólo resta cumplir nuestra parte para que así sea.
El cumpleaños de Patri
Con nueva figura producto de una dieta sin harinas y cuatro religiosas clases de zumba por semana, Patri recibió feliz a sus invitadas enfundada en una falda blanca que daba cuenta de los 14 kilos que perdió en un año. Radiante, bronceada y sonriente, el agasajo hacia su persona se extendió hasta pasadas las dos de la mañana.
Con Patri somos amigas porque nuestros hijos iniciaron juntos la aventura escolar a los tres años y la amistad de ambos trajo como corolario la nuestra. Han dormido indistintamente en casa de una o de la otra, nos hemos preocupado juntas cuando realizaban viajes escolares hasta la certeza del arribo al lugar y hemos compartido mañanas y tardes en épocas de deportes y cumpleaños, y cenas con los padres de nuestros hijos como la próxima que se llevará a cabo en nuestro hogar.
Hoy, después de tanto tiempo, nos sorprendemos al recordar instantes compartidos y anécdotas que nos incluyen, que fueron forjando un vínculo de afecto mutuo indisoluble. Para honrar esta amistad, Ale preparó con sus manos de acuerdo a mi pedido una vela perfumada especial para Patri y un denario de San Benito para engalanar su muñeca y protegerla: ambos obsequios fueron recibidos con exclamaciones de alegría por la homenajeada.
La fotografía, tomada por Juan hace 18 años, consigna uno de los momentos históricos por los que transitó nuestra amistad, de la mano de los hombrecitos más importantes de nuestras vidas.