Os preguntareis que gano con esta campaña, en realidad nada de nada, si acaso perder el tiempo, pero en esta pendeja mercocracia en que nos tocó vivir, deberíamos acostumbrarnos a denunciar más los atropellos, a no dejarnos intimidar por los poderosos, a no callar ante las fechorías perpetradas por tanto hijo de mala madre, de los millones que pueblan este inmundo, por ello me doy por bien pagado, si consigo que una docena de posibles compradores del Volkswagen Passat, o tienen la desgracia de caer en esa cueva de ladrones y estafadores que llevan ese rótulo, se lo piensen mucho antes de dejarse atrapar en las garras de esos desalmados.
La pesadilla en realidad comenzó hace unos años, cuando en mala hora decidí acercarme al concesionario Astur Wagen para encargar el auto. Días antes el anciano Nissan Primera –contaba con casi 18 años- Aquello si era un auto de verdad, ¡no me dejó tirado nunca! ¡miento! Excepto el día que entregó su alma nipona al chatarrero Cañamina, después de casi llegar a los 300.000 km, acompañándome fielmente por las caleyas asturianas, que no está nada mal para un coche de gasolina.
A lo que íbamos, bien es verdad que la costilla me venía advirtiendo que aquellos cabezas cuadradas no podían hacer nada curioso, y yo sin hacerle caso ¿qué quies? Estaba aducido y engañado por el espantajo de la fiabilidad y controles de calidad de aquellos que a la postre, resultaron ser unos perfectos cuatreros y estafadores, unos cabezas de chorlito.
La cosa parecía marchar como miel sobre hojuelas, coche nuevo, potente, tenía reprís, aparentemente iba de maravilla, pero el mal discurría parejo como la carcoma, era la novedosa obsolescencia programada, sí ese invento de obligarte a que tengas que cambiar el articulo después de unos años de uso, ya que fue programado para durar ese tiempo. En mi caso hay que quitarse la gorra, merecen una medalla. El auto tenía una garantía de tres años y podéis creer que dos meses después de caducada esta, se fue al carajo el primer inyector, como si de una maldición bíblica se tratara.
Recuerdo que era fin de semana y circulábamos por la autopista de Gijón a Avilés dispuestos a hacer una caminata por la costa, un poco antes de llegar a Tabaza, de pronto el coche que no va, piso el acelerador y que si quies arroz Catalina, apenas me dio tiempo con el impulso de la marcha el arrimarlo al arcén. Fue toda una experiencia inolvidable, nunca había hecho una parada en la autopista en un día de intenso tráfico, mientras colocaba los triángulos llegué a sentir miedo y es que te movían como una hoja de otoño al pasar como centellas por tu lado los tronantes autos locos. Llegó la guardia civil cuando contactaba con el seguro para que me enviasen la grúa. Por supuesto la caminata programada se tuvo que posponer y dejar para mejor ocasión.
Total unos días sin coche y menos mal que por aquel tiempo podía disponer para trabajar del Skoda del hijo que por aquel entonces laboraba en la Pérfida Albión. Al parecer se le había estropeado –cosa por otra parte según decían muy rara- un inyector de lo más fiable que había fallado el pobre (después me enteré de la verdad ¡fíate tu de los controles de calidad de los alemanes! que son de risa, el 90% de aquellas tandas dieron problemas) Con uno y con otro el importe de la reparación venía a rondar los 700 €.
Continuará…
Para quitar el mal sabor de boca siguen unas fotos de Gijón y Avilés que tomé hace un tiempo, eso sí con un recordatorio de lo que le puede esperar al amigo lector si tiene la mala tentación de comprar un Volkswagen.