La majestad impertérrita del palacio de Buckingham anuncia el poderoso despliegue de edificios que se ubican en Westminster y constituyen los pilares de la tradición inglesa: la abadía, donde los monarcas reciben coronación y entierro, y el Parlamento donde se suceden Lores y Comunes bajo la vigilancia horaria del Big Ben, emplazado en el palacio de Westminster.
Las reales personas que habitan la mansión de 775 habitaciones que constituye la residencia oficial, porque éste es el número de recámaras con que cuenta el palacio de Buckingham decoradas con una colección de obras de arte adquiridas por los ancestros de la actual soberana, deben cumplir con un rito previo antes de recibir el título real: la coronación en el que fuera un antiguo monasterio benedictino fundado en el año 960 por doce monjes de esta orden a orillas del Támesis.
La abadía que hoy constituye el edificio más admirado de Londres fue erigida en el siglo XI por el rey Eduardo en lugar del antiguo monasterio y su trazado actual de estilo gótico responde al deseo de Enrique II, quien en 1245 decidió dotar al edifiicio de la majestad que ostenta. Aquí descansan los restos mortales de Isaac Newton y se encuentra la tumba del Soldado Desconocido, erigida en homenaje a los caídos en la Primera Guerra Mundial; aquí se emplaza la Silla de Coronación sobre cuatro estatuas de leones cubiertos de oro, en la que se han sentado desde el año 1308 casi todos los monarcas (excepto Eduardo II y Eduardo VIII) luego de la ceremonia pertinente.
El actual palacio de Westminster, sede de las Cámaras del Parlamento, fue construido en estilo victoriano y neogótico luego del incendio que en el año 1834 destruyó el edificio original. Las torres de los extremos norte y sur se denominan Elizabeth y Victoria en homenaje a las soberanas homónimas; el poderoso sonido de la campana gigante del Big Ben resuena cada hora desde la primera.
El Gran Salón, sede central del edificio. fue construido en 1907, cuenta con uno de los techos de madera más grandes de Europa y bajo su cobijo se lleva a cabo el desayuno más trascendente de la historia del país: el que celebra cada coronación llevada a cabo apenas cruzando Margaret St., en la solemne abadía de Westminster.
En barco por el Támesis
Dedicar un par de horas a navegar el río Támesis en ocasión de una visita a Londres sitúa al viajero respecto del trazado de la ciudad así como de la perspectiva diversa respecto de ambas orillas. Un esforzado guía turístico procurará describir en un lapso acotado de tiempo la historia de la metrópoli a los absortos turistas, que fotografían sin pausa las vistas que se suceden a medida que el barco surca el agua.
Así desde la nave es posible contemplar la silueta de St. Paul y la llama del Monumento mientras Westminster va quedando atrás. La abadía y el Parlamento se van desdibujando a medida que los puentes preanuncian al monumental Tower Bridge y a la emblemática Torre de Londres: en el muro que circunda la ribera aún se puede leer la frase que recibía a los condenados cuando arribaban a su infausto destino conducidos a través del río: “entry to the traitors gate“.
La ciudad se manifiesta en toda su extensión mientras el barco continúa avanzando y la orilla oeste recuerda a Charles Dickens, a las calles turbias donde se desplazaba Jack el Destripador y al previsor juzgador que empleaba las aguas del río para aplicar a cada infortunado reo la inapelable sentencia de muerte. Actualmente estas orillas tienen un destino menos trágico, porque se suceden los edificios con la codiciada vista al río que determina los precios exorbitantes de las construcciones.
El barco arriba finalmente a Greenwich Pier y aparca unos minutos antes de emprender la vuelta, ya que algunos visitantes eligen descender para recorrer a pie museos y atracciones de esta zona de la ciudad. Nosotros optamos por retornar y tampoco llegaremos hasta Westminster ya que descendemos antes para cruzar un puente y descubrir así la orilla este londinense.
Al otro lado del puente
El mercado Borough despliega olores y sabores en la ribera este del río: productos clásicos, orgánicos y eclécticos se suceden en los puestos atiborrados de foráneos y locales. Una vez sorteadas las tentaciones habida cuenta del horario, la hermosa catedral de Southwork se encuentra abierta para recibir a los visitantes; la relación de los antiguos monjes agustinianos con el mundo del teatro se remonta a los tiempos de Isabel I y aquí se celebra el cumpleaños de William Shakespeare año tras año, a punto tal que una estatua del poeta sorprende, al encontrarse emplazada en el espacio sacro del templo.
Clink Street es una calle angosta que conserva su trazado medieval y desemboca en el río; al final se puede ver una réplica del galeón con el que el corsario Francis Drake surcaba los mares para llevar a cabo controvertidas conquistas que le valieron el reconocimiento de la mismísima reina. Continuando el recorrido por la ribera este se puede observar un edificio cuyas puertas talladas evocan los rostros de la comedia y la tragedia: es el Globe, construído a semejanza del teatro al aire libre concebido por Shakespeare.
La ribera este cuenta desde el año 2000 con una enorme construcción que alberga la colección de arte que se encontraba en el Tate Modern. Una antigua estación eléctrica fue modificada y restaurada, conformando un impresionante edificio en el que se exponen tanto la colección permanente como las exposiciones temporarias de los movimientos artísticos más notables del siglo XX: obras de Pablo Picasso, Salvador Dalí o Georges Braque son algunos magníficos ejemplos al respecto.
La tarde concluye con la consabida vuelta en la rueda gigante que conforma el London Eye, la descomunal obra de ingeniería que permite disfrutar de una increíble vista panorámica de Londres. Nuevamente hemos olvidado el almuerzo y optamos por un más que tardío y suculento afternoon tea en el salón distinguido de Caffe Concerto sito en Trafalgar Square.