Revista Ilustración

XXIV. ELLOS. Mierda.

Publicado el 22 abril 2016 por Lasuelta

Se lo diría. La dejaría. Acabaría con aquello.

Le costase lo que le costase.

Se le hacía un nudo en la garganta. En el corazón. En la conciencia. No podía respirar. Imaginaba a Laura hecha trizas. Descompuesta.

Laura no le entendería. Le rompería el corazón.

A esa muchacha que estaba dispuesta a partirse la crisma por bajarle la luna.

Pero el problema estaba en él. Lo sabía. No discernía. No comía.

Sólo existía Ana en su pensamiento, en sus acciones, en su necesidad. En su ímpetu. Tiempo atrás perdido.

Hacía semanas que buscaba escusas. Razones. Explicaciones. En las estrellas. En el trabajo. En el llanto de los niños. En las ventas. En las no ventas. En los costes y hasta en sus padres. En la casa. En el jefe. En el sueño.

Escusas. El resto Ana.

Esa sonrisa, esa manera de decir tonterías. Esa sutil forma de tenerle. De cautivarle. De someterle. De volverle adicto. A esa tonta llamada. Esa vocecita al final del teléfono. "¿Qué haces bicho? ¿Cuándo vienes? Te he estado esperando. ¿Qué ya no piensas en mí?" O esa fina forma de no contestar el teléfono en un día, dos. Tenerle en vilo. ¿Le habrá pasado algo?

Y la llamada de Ana al tercer día. Su brinco y su respingo al contestar:

  • Hola, trasto. ¿estás bien? - temeroso Javi.-
  • Sí, ¿Por qué? - respondía traviesa. Había vuelto a picar. Lo sabía.

Mas le tenía. Era su droga. Le tenía atrapado en su fina tela de araña. Ella lo sabía. Él se lo permitía. A los dos les encantaba. Eran el bombón dulce, potente y prohibido al final de la comida. Eran la sal y la motivación del otro. Sorbía de ella. Bebía de su risa. Le motivaba sorprenderla. Como nunca le había permitido. Pero no le había tocado un pelo. No la había ni besado.

Y ahora debía dejar a Laura. No podía no apoyar a Ana, dejarle en el camino. Todo lo que le esperaba. Debía estar. Laura había dejado de estar. Laura le sonaba a hueco. A desconocido. Lejano. Añejo. Impuesto. Ana era frescura. Aire. Mar. Sol. Playa. Era vida. Fuerza. Perfecta imperfección. Traída del pasado a los pies del presente para saborear la vida. ¿Cómo permitirse dejarla? No podía. Era su niña. Su muñeca. Su angustia y su alegría. Ahora lo era todo. Aunque Ana siguiera colgada de ese tal Mario, pero Mario no estaba. En la vida de Ana ahora el apoyo era Javi. El día a día.

Sí, le dijo que estaba locamente enamorada de Mario, pero él percibía otra presencia. Y simplemente él sentía que debía estar por ella. No pensaba claramente.

¿Y los niños?

Prefería no pensar. Apartaba su mirada de angelito triste. De un plumazo. Como apartas las cosas que no te gustan. Que te desagradan. Apartaba su pensamiento como apagas las noticias del telediario. Como cambias de canal. Pero se decía a si mismo que aquello no eran las noticias, no era África, Arabia Saudí, no era un atentado a tomar por culo. Era la vida. Su vida. La consecuencia de sus decisiones. Eran el plato de mal gusto del que debería comer toda su vida. Un camino sin retorno. Ellos se mirarían en él toda su vida. Y él lo estaba haciendo como el culo. Y lo sabía.

Cogió el móvil en un arrebato de evasión.

Releyó el último chat con Ana:

¿Qué haces trasto?

Aquí pensando en ti...

Y le volvía esa tonta, patética, barata y cruel sonrisa iluminada. Ese chute de ilusión falsa. Lo sabía. Pero ilusión al fin y al cabo.

Su niña morena estaba por él. El resto humo.

Qué más daba que al girar la esquina no quedara nada. Qué importaba el devenir del tiempo, el ir y venir de las olas. El chapuzón habría merecido la pena.

Un chute de irrealidad. Una zambullida en ese océano incontestable de adrenalina. Y al minuto siguiente bajón. Silencio.

Bip. El móvil. Laura:

"Olvida lo de la cartera. Nos vemos en casa. Ok?"

¡Qué raro!

Javi no contesta. Se queda mirando al vacío. Al pasado. Al futuro. Todo incierto.

Y vuelve a casa andando sin pensar, pensando en nada, en esa nada llamada Ana.

Cuando entra en casa encuentra los niños en la cama, durmiendo, se da cuenta de lo tarde que es. Cuando ve la luz de sus mesitas de noche en la habitación encendidas. Ni un ruido. Se acerca sigiloso pensando en que Laura estará dormida.

Se la encuentra sentada en la cama a los pies, sentada sobre sus piernas cruzadas y rodeada de kleenex.

  • ¿podemos hablar? - le había preguntado ella en apenas un susurro.
  • ¿qué pasa? ¿Por qué lloras? .- Laura levantó la mirada inundada en lágrimas, destrozada. Laura estaba hundida.
  • Te he fallado Javi, soy lo peor, no valgo nada. Lo siento. Te he fallado. Me he liado con otro tío. No sé cómo ha podido pasar.
  • ¿Qué qué? Laura, ¿qué me estás contando? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿cómo? ¿por qué? ¿cómo has podido?
  • No lo sé, ya me atraía. Pero yo no lo busqué. No sé Javi. Perdóname. De verdad. Eres el amor de mi vida.
  • Laura estoy en shok. No puedo pensar. Si te atraía es que no ha sido un arrebato.
  • ¿con quien?
  • Eso no te lo diré nunca, Javi. No me preguntes eso.

A Javi se le había helado la sangre, congelaron su presencia, su ser, le dejaron sin vida, se imaginó a Laura, su Laura y se quiso morir, de celos, de pánico. Se dio cuenta de un bofetón lo que la quería y que le importaba más de lo que minutos antes había pensado.

Se quedó blanco. Sentado en la cama con mil imágenes en su cabeza.

Era incapaz de elaborar un pensamiento constructivo y coherente.

La vida se quedó en blanco.

Era como estar en pausa ni adelante ni atrás. Nada.

Silencio. Dolor. Mierda. Quemaba el pecho. Dolía la boca del estómago.

¿Se podía sentir más dolor? Imposible.

Quería literalmente morir.

El futuro ya no tenía valor. Sentido.

ELLOS, VOSOTROS, NOSOTROS.

La Suelta.


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