La luna sobresalía a través de el montón de basura, alumbrado, con su fria penumbra, esa calle cargada de sombras y barro, casi sin iluminar.
La estrechez de las paredes de la calle, se hacia eco de los llantos de las comadres, que en ese momento, rasgaban sus vestiduras, a los gritos de una hija difícil de consolar,arropada ,como no, por toda la solidaridad, que da la miseria.
Y yo...
Un niño que hacia poco que había aprendido andar, a hablar, y sobretodo , a llorar.
Mis hermanos mayores intentaban hacer una muralla cubriendo al pequeño, con juegos y bromas .
Pero aun así, con su madurez temprana ,no podían evitar lo que su rostro reflejaba.
Porque cuando se muere tu abuela, no hay coraza capaz de evitar tal envite.
La gente entraba y salia del nº 24 de la calle Córdoba con aquella raza de hombres morenos por el sol, con rostros duros,que disimulaban sus penas, escondiéndose detrás del humo de un cigarro mal oliente.
Mi padre era el primero en recibir el pésame con una frase, que de repetitiva había terminado por ser fría.
-Gracias, Matilde esta dentro.
En la calle ,Los críos vagabundeábamos, de arriba abajo sin saber que hacer, para muchos,con los sentimientos aun por estrenar
Fue mi primera vez, casi sin darme cuenta.
...Y ahora me busco entre los restos de la memoria de Paquito algún vago recuerdo .
De mi abuela, siempre dispuesta ayudar, siempre atenta con sus nietos, y en los bolsillos de su delantal, no falta una galleta,que daba a cualquier chiquillo que se la pedía.
Mientras entre las sombras, en los escapados ...
Los perros medio salvajes, ladraban como locos a la luna, intentado asustar a la del velo negro, que había echo de mi casa ,suya.
Solo una frase, escondida entre un montón de escombros ,que no se quien me dijo:
Cuando los perros ladran a la luna, es que la muerte esta cerca.