01:05 horas. Acabas de morir en manos de tu amito. Fui a cogerte para que él le bajase la cena a los perros y vi que ya no respirabas. Tu respiración se fue calmando, ralentizando, cuando te viste entre los dedos del que tanto te cuidaba y te amaba. Ahora mismo soy un mar de lágrimas, aunque sé que ya vuelas libre junto con tus hijos y tu bello amor. No quiero quedarme con el dolor como único recuerdo, Sería algo injusto, cobarde y falso, pues aportaste a nuestra vida momentos irrepetibles, alegrías inmensas y sorpresas maravillosas. Por eso, voy a continuar con el relato que comencé a escribir hace hora y media, cuando sabía que estabas agonizante.

TE VAS...
Son las 23:36 horas de un viernes otoñal y se te va la vida poquito a poco, como se deslizaba el aire por tus bonitas alas. Es como si hubieses estado aguantando todos estos días sin mí en casa para irte estando juntos. Mientras, te doy besos, te hablo y arde una vela en mi altar para que te sirva de guía en tu último viaje vital.
Más de diez años de edad es mucho tiempo para un periquito. Pero a mí estos diez años se me han pasado volando, mi querido Fito.
Siempre quise teneros y tanto dije y tanto hice que un día tu amito fue a por una pareja de preciosos periquitos a una tienda barcelonesa. Y te trajo a casa junto a tu primera novia, la bella y blanca Eva. Pero Eva tenía demasiado carácter y no te dejaba casi acercarte a ella. Un día, mientras yo dormía en el sofá del salón, el amito os abrió la jaula para que voláseis libres, si os apetecía, como hacíamos habitualmente, sin avisarme de ello. Hacía calor, era verano. Y, absolutamente zombi, me levanté a abrir el ventanal junto al que os poníamos para que os diese el sol. Desgraciadamente, Eva decidió irse, libre. Tú, al contrario, renunciaste a huir de tu jaula de oro y preferiste quedarte con nosotros.
El disgusto que me llevé por la marcha de Eva me duró bastantes días. Te sentía solitario, melancólico, con la necesidad de tener otra compañera que te aportara vitalidad, canturreos, ganas de vivir contento. Creo que pasaron unas tres semanas hasta que, de nuevo, tu amito vino a casa con la mimosa Carlota, que nada más llegar empezó a darte besos, mientras tú, asombrado, te mantenías aún en tu sitio, en tu percha, un tanto perplejo ante semejantes confianzas femeninas.

Os enamorásteis. Vivíais el uno para el otro. Te pasabas el día atusándole las plumas, comiendo y regurgitando para alimentarla a ella. La seducías con tus cantos, con tu cresta erizada, moviendo tu cabeza de arriba a abajo incansable y bailando sobre tu percha.
Decidimos poneros a criar. ¡Tremenda sorpresa cuando descubrí el primer huevo! Y a los dos días otro. Y así sucesivamente, hasta un total de cinco huevitos. De aquella puesta nacieron tus dos primeros hijos: Raúl y Beckham. Años más tarde, una nueva nidada, con otros 4 huevos. Dos pollos otra vez: Coji y Nano.
Siempre me pareciste un dandy. Tan azulito, Con esos preciosos lunares negros y violetas en tus esponjosas mejillas. Mantenías un tipazo, ni delgado ni grueso, constante, a lo largo de todos estos años. Salvo durante los últimos meses, donde yo al menos te veía más gordito y más apagado. Dormías mucho más que Coji, el único de tus hijos que continúa por aquí abajo, con nosotros y que será el último de vuestra saga, puesto que la tara con la que nació en sus patitas no le permite procrear con ninguna hembra.

Te prometo cuidarlo tan bien como hasta ahora hemos hecho. Ya sabes que él es feliz en su jaula forrada para que no se dañe el pecho y que se lo pasa pipa tocando sus campanas. Esas mismas que te despertaban de tus siestas.
Vuela alto, Fito. Vuela alto, libre, pleno y feliz. No te fijes en mis lágrimas y si las ves, úsalas como trampolín para subir más y más alto aún. No te entristezcas al verlas. No. Porque no son amargas lágrimas de pena, aunque el dolor de tu marcha ahora sea una losa en mi alma. Son lágrimas dulces que brotan de mis dolientes ojos al recordar todo lo que nos diste durante estos diez años juntos: compañía, risas, ilusiones, esperanzas, vuelos, alegrías, lecciones, sorpresas, canciones, sueños y, sobre todo, ternura, serenidad y AMOR.
Vuelta alto, Fito y el día que también yo tenga que continuar viaje, que sea tu alegre y simpático vuelo el que consiga desperezar a mi alma para, así, volar ambos al son de nuestros eternos corazones.

Te quiero. Te queremos mucho, mi bello y precioso Fitito.
Hasta siempre, nuestro adorado periquito.
