Beatriz Benéitez Burgada. SantanderEn el día a día, es difícil darse cuenta de como va pasando el tiempo. Normalmente, necesitamos alguna referencia temporal para darnos cuenta de que el reloj nunca se detiene. Lo más frecuente es que en el corto o cortísimo plazo, pase despacio. Por ejemplo, he pasado gran parte de la mañana del domingo estudiando -contabilidad de costes- al tiempo que atendía de vez en cuando a las peques, que hacían construcciones con piezas de lego -hoy, una casa para los animales de su granja-. La mañana ha transcurrido lenta, como si no pasaran los minutos en el reloj del microondas. En muchas ocasiones ocurre lo mismo cuando hablamos de un espacio de tiempo pequeño, o cuando esperamos algo que parece que no termina de llegar -la justicia, por ejemplo-. Por supuesto, también tenemos esa sensación de que el tiempo se desliza sin ninguna prisa cuando atravesamos momentos duros. En cambio, las horas pasan velozmente cuando ocurre una de estas dos cosas: que estamos muy concentrados con algo, o que lo estamos pasando muy bien. En el medio y el largo plazo lo más habitual es que el tiempo pase muy deprisa. Hoy por la tarde hemos ido al cumpleaños de nuestra vecina de ¨villa arriba¨, Ariadna. Ha cumplido tres años, y le hemos regalado cosas para pintar, un juego de plastilina y varios cuentos -todo vale con el fin de que estén entrenidas-. Caminábamos hacia la casa y me he acordado de cuando nació y subía por esa misma cuesta con una hamaca de baño para recién nacidos. Y parece que fue ayer. Hoy iba con una niña agarrada a cada mano, entonces empujaba un cochecito gemelar. Cómo pasa el tiempo. También lo pensé ayer, cuando fui a comprar el regalo con las peques, que hace nada ni siquiera sabían hablar, y ayer negociaban entre ellas la elección de las pinturas, los blocs y las plastilinas. El viernes fui a ver al abuelo. Como casi siempre que paso por su casa, me encontré allí con varios ¨numerarios¨de la orden familiar -ya os he contado que tenemos carnet y un boletín mensual de noticias que recibimos por correo electrónico el 28 de cada mes-. Entre otros, estaba el tío Carlos, que resulta que esta misma semana se jubila ¡Qué fuerte!
El tío Carlos trabaja en banca, y me acuerdo bien de cuando hicieron las maletas para marcharse a Burgos, su nuevo destino. Parece que ha pasado poco tiempo, pero me dijo el viernes que fue en el el año 91. Así que lo que iba a ser una temporada se ha convertido en más de dos décadas, que han transcurrido en un abrir y cerrar de ojos. Creo que estará encantado con su merecido descanso, pero dice que le da pena dejar la oficina y a sus compañeras. Sonia, Sara, Cristina y Conchita lloran cuando piensan que se va. Las envío un saludo y ánimo. Sé que visitan con frecuencia este rincón. No os preocupéis, seguro que Carlos irá a veros a menudo. Pasarlo muy bien el sábado.
Pensar en la jubilación de Carlos me lleva a calcular que a mi me faltan casi 30 años para retirarme del mundo laboral. Eso en el caso de que tenga suerte y se mantenga en 67. Porque al paso que vamos me veo trabajando con 75. Aunque de eso no me voy a quejar, porque sé que tener trabajo es un lujo. Y yo una afortunada, porque empecé hace casi veinte y todavía no he parado. Esos sí que han pasado rápido.