Beatriz Benéitez Burgada. SantanderMis abuelas se marcharon con poco tiempo de diferencia, pero de forma muy distinta. La paterna, Ángela, comió con nosotros el 1 de enero de hace dos años. La comida fue en mi casa, las peques apenas tenían cuatro meses y recuerdo que las tuvo en brazos. Todo transcurrió con normalidad. Al día siguiente la llevaron a urgencias porque no se encontraba bien. La fui a ver. Y al siguiente decidió dejarnos, con 91 años y sin dolor, diría que placidamente. Hoy hace tres años de eso. La muerte de un ser querido siempre duele pero, aunque despedí a la abuela con tristeza, he podido recordar los momentos buenos que pasé con ella, especialmente durante mi infancia. A la materna, María Asunción, le costó muchísimo irse. Porque se resistía, porque no quería dejarnos. Fue largo y muy duro. Meses y meses de visitas diarias a su casa, en las que compartimos con ella muchos momentos. Cuando se marchó, se me plantearon dos cosas: un debate y un problema.
El debate era interno: por una parte, sentía tranquilidad porque ella había dejado de sufrir; por otra me dolía pensar que se había ido. La echaba mucho de menos. El problema lo tuve durante mucho tiempo y fue el siguiente: Como su enfermedad fue tan larga, no conseguía recordar momentos buenos. Siempre que pensaba en ella la veía sufriendo -eso sí, pacientemente, era muy buena enferma-. Por más que lo intentaba, no lograba que vinieran a mi mente escenas amables o divertidas. Pasó mucho tiempo, pero finalmente lo logré. La abuela era divertida, lista, irónica, inquieta, curiosa, caprichosa, testaruda, elegante, presumida, defensora de cuidar las formas, criticona a veces, exigente y sobre todo muy familiar. Su logro, como el del abuelo, fue mantener a todos unidos. Y os aseguro que somos muchos y muy dispares. Pero seguimos juntos, porque aprendimos muy bien lo que ellos nos enseñaron con su ejemplo: que la familia es muy importante, y que siempre debe mantenerse unida. Volviendo a su marcha, cuando por fin pude recordar y soñar con momentos buenos, respiré tranquila. Como cuando yo era pequeña y ella estaba mala. Yo estaba en su casa, y ella en la cama, y no sabía qué hacer para entretenerme. Así que creó una historia: ¨estamos en la playa, nena. Saca la toalla y la sillita de la playa, vamos a tomar el sol¨. Y yo, muy seria, con mis cuatro años, me puse en mi papel, me tumbé en la toalla extendida en la alfombra de su cuarto, la miré y la dije: ¨abuela, si pasa el patatero, me avisas¨. Un día os contaré lo del taxi. Es buenísimo. Y os hablaré del ¨agridulce¨ y de los huevos al plato, y de lo bien que cocinaba. Y de los campamentos que montábamos en la playa. Y de cuando íbamos a Potes. Y de cuando me quería casar con su médico. Y de cuando descubrí que se teñía el pelo. Y de cuando nos enseñaba sus notas del colegio. Ahora ya puedo contaros lo que quiera sobre ella. Porque me acuerdo de todo.