ahora le gusta la realidad en la que vive, y hasta se siente guapa. Le tiemblan hasta las entrañas y las rodillas se le tambalean y amenazan con tirarla al suelo, y aunque siempre ha sabido caer sobre sus propios pies, tiene la macabra certeza de que tú vas a estar ahí a partir de ahora para ayudarla a levantarse. Le salen agujetas en la cara de reírse a carcajadas por las cosas tontas que a veces os da por decir. Ha cambiado el enfoque del objetivo: no apunta a su yo introspectivo, te apunta a ti para estar segura de que no te marchas, quererte como jamás a querido, y retratar en su retina tu cara cuando duermes para no sentirse tan sola cuando te marchas. Se ha puesto voluntariamente la venda en los ojos y se deja llevar (y te lleva), porque ha aprendido que las cosas que realmente merecen la pena pasan un día que no te das cuenta, cuando te chocas con alguien, pides disculpas y dices cuatro tonterías tópicas. La conversación fluye. La primera mirada te estremece, con la segunda ya te sientes perdido. No se mete las manos en los bolsillos al caminar, porque ya no tiene frío si tú estás ahí. Sueña con un perrito, un neceser con tu perfume y una casa llena de trastos. Celebrar aniversarios en la Polinesia francesa o en la sala de estar, con algún regalo que haga tambalear tus cimientos de chico duro. Ser la última pareja en abandonar la fiesta.
Manda narices que en mis días de libertad, esté con un catarro que me moquean hasta las palabras. Os dejo con Capman y con Daniel Orviz. Un poema esdrújulo y muy especial para mí.