Revista Literatura

Zona Montañosa

Publicado el 04 octubre 2010 por Chaimon
La última vez que escribí algo sobre ella, vino aparejado un día de tormentas. Pero uno de esos días, en los cuales uno siente ser devorado por un tornado de angustias del cual salir, es sólo cuestión de milagro o de una fuerza que lo expulse a uno hacia la nada misma. O por lo menos afuera de ese torbellino de ideas amorfas, imágenes blureadas, punzantes todas, que lastiman todas, pero que no todas terminan siendo reales. Porque muchas veces creemos que nos juega en contra, hasta el viento mismo.
Ayer tuve la sensación de que nada podía detenernos, nada podía doblegarnos. El universo de los besos y una vía láctea propia de mundos plagados de soles y estrellas.
Pero eso fue al otro día.
Al otro día de lo que voy a contarles
Desde niño lamenté mi insana, maldita e inmanejable costumbre de levantarme a cualquier hora de la noche sin tener el más mínimo de los conocimientos y andar hasta destinos tan dispares con el baño, la cocina en busca de agua, o el comedor para apagar la música que quedaba sonando en la profundidad de la noche.
Incluso me he levantado a la nada misma y he mantenido conversaciones con quien compartía mi cama, que nunca pero nunca nunca recordé. No muy largas pero si a veces muy intensas.
Claro que esto lo descubro al otro día, ante la pregunta o el comentario alusivo. Mi cara se arruga acompañando mis palabras en total desconocimiento del asunto referido. En mucha gente eso causa sorpresa, en algunos casos indignación, seguramente porque origino cierta desnudes espiritual incluso sonámbulo.
No sé no sé...raro y mucho no puedo agregar.
Ella entregó su cuerpo somnoliento a la noche, luego de un día plagado de sensaciones que marcan y que originan preguntas, cuestionamientos, y respuestas no deseadas en muchos casos. Un día de emociones en dónde los recuerdos van y vienen. Bonitos muchos, no tan lindos otros, pero inevitables de recibir en la memoria. Pero no voy a incurrir en ese terreno.
Sí en cambio puedo contar, que con todo eso, ella eligió dedicarme la noche y compartir conmigo tanto el final de esa jornada como el domingo venidero. Algo que no dejo de ver como un acto de amor.
Llegó tarde, cansada, con los párpados a lo Rocky como a ella le gusta citar, el cuerpo agotado y la predisposición más bonita del mundo para intercambiar conmigo, besos, caricias, olores, palabras, susurros casi desesperados y millones pero millones de miradas.
Nos dormimos intuyendo que el amor más increíble está naciendo en las entrañas de ambos. Que tiene la forma que ambos siempre deseamos, que ambos creímos haber encontrado en otros momentos, en otras personas, que ambos imaginamos nunca más iba a sucedernos, que ambos sin querer nos estábamos dedicando luego de millones de años de lejanía, para reencontrarnos como dos estrellas a punto de convertirse en fugaces.
Pero que no lo son.
Porque es real que cuando uno descubre una estrella fugaz, lo que vemos es una luminosidad que ya no existe, que viajó hace millones de años luz y que sus destellos quedaron como regalos del universo a los ojos ávidos de sueños. Pero ojo, que esa estrella fugaz fue una estrella. Fue un Sol enorme, brillante, pura vida e infierno dulce y mucho más que cálido. Que abrazó y que iluminó durante millones de años, todo aquello que se le acercaba.
Así nos veo. Así somos. Como dos Soles a punto de besarse y que al hacerlo harán explotar el universo, que van a aniquilar toda historia de amor antes vivida por los seres. Todas las historias de amor previas a la explosión, querrán desaparecer para volver y ser esta historia.
Nos dormimos sabiendo que el otro se encontraba a milímetros.
Y eso, al menos a mí, me provoca una paz inusitada.
En medio de la noche me levanté hacia la nada misma, fui hasta el baño y al volver, mis ojos se toparon con un paisaje que desearía visitar cada día de mi vida: noté sus sus ojos cerrados sin tensión, la boca apenas abierta y que ante cada respiración leve, se entreabría y se cerraba un poquito.
Su pierna derecha aparecía desnuda debajo de las sábanas desde la rodilla hasta los tobillos y la izquierda que continuaba tapada, originaba una especie de zona montañosa uniforme.
Sus brazos en el pecho estaban unidos por sus manos, hacia la pera, como no dejando que las sábanas dejen de cubrir su cuerpo.
Mi mirada atónita, se posó en sus pezones que parecían estar pidiendo a gritos ser besados, se dejaban ver desde lejos en esa irrepetible y hermosa zona montañosa que era su cuerpo debajo de la tela.
En ese instante comencé a desesperarme porque temía que eso fuera un sueño o la típica situación sonámbula que nunca puedo retener ni compartir.
Tampoco podía quedarme ahí parado por horas, esperando despertarme o algo por el estilo; y por otro lado no quería despertarla por nada del mundo.
Me deslicé muy despacio debajo de las sábanas sin quitarle la mirada. Casi no quería tragar saliva. Ansiaba con todo mi cuerpo que ella siguiera durmiendo. Hasta ese momento, mi deseo de observarla dormir no se había cumplido y justo comenzaba a sucederme cuando estoy sonámbulo.
Me estaba dando un poco de bronca.
Bastante bronca.
Logré acostarme y luego de preciosos minutos de observación, quería llevármela así como estaba y cómo sea, al sueño que me tocara esa noche. Al sueño que me tocara en minutos, cuando me deje llevar por el peso de los párpados.
Al cabo de unos minutos me dormí.
No sé como estará su día hoy.
Tampoco sé que le sucederá cuando lea esto.
Cuanto de ese torbellino del último día que escribí algo sobre ella, con gusto a chocolate, habrá hoy.
Si se dejó envolver.
Si salío.
No sé.
Sí sé lo que siento yo.
Siento que muero de amor.
Siento que no sé si merezco tanto.
Pero a la vez, siento que pude por fin verla dormir.
Siento que pude disfrutarla como pocas cosas en la vida.
De hecho siento que puedo recordar ese instante en este instante.
Siento que pude.
Para mí que pude.
Eso siento.

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