Revista Diario

Cinco y medio

Publicado el 13 mayo 2011 por Menagerieintime
Las celdas, en Regina Coeli, se componen de tres pequeñas estancias. Tres pequeños cuartos de los cuales dos son dormitorios y el tercero sirve de cocina (simplemente porque allí tienes la pila para fregar los platos) y de cuarto de baño, dividido esta tercera estancia por una mampara de cristal totalmente transparente. Otro día entraré en detalles.
He contado, más de una vez, que cada celda, en Regina Coeli, estaba ocupada por cinco personas. Tres en una pequeña zulo y otras dos en el otro. Esto es válido para todas las celdas, excepto para la 35, en la que pasé más tiempo. La que considero como mi celda.
En mi celda éramos, a saber: Rami, Rolando, Sebastian, Mimmo y servidor. O eso es lo que yo pensaba hasta que una de la primeras noches que dormí allí, y como acto normal de persona ahorradora, tras ir al baño por la noche, apagué la luz de la cocina. Rami, que dormía con los ojos abiertos, dio un salto de su cama y me dijo que no apagara la luz, que la dejara encendida. No pude parar de reírme al comprobar cómo un preso veterano como él, curtido en mil batallas y en cuatro cárceles podría tener miedo a la oscuridad. Él, simplemente, me dijo: “No es miedo, es que si no, no puedo dormir con el ruido de platos”.
¿Con el ruido de platos? Al ver mi cara de sorpresa, al notar que no me había dicho nada, procedió. Apagó la luz de la cocina y, mientras los otros tres dormían, no quedamos apoyados en el quicio de la puerta, como si esperáramos a alguna morena que bajara de la grupa de su caballo y nos pidiera fuego, ojos verdes.
Pasaron tres minutos, en los que Rami solo me hacía el signo universal que significa “silencio”. Como las enfermeras en los carteles. Y lo recuerdo porque me acordé de un cartel que había visto poco antes de que me detuvieran. Y me reí en silencio.
De repente, y como por arte de magia, los platos empezaron a salir, ordenadamente, de la caja de fruta en la que los teníamos, fueron dejados en la pila y el agua empezó a correr. Rami me miró, yo le miré acojonado y me dijo: “Tenemos servicio de limpieza, pero solo trabaja por las noches y cuando apagamos la luz. Si se enciende a luz, todo se para en un momento”. Y así fue.
Desde ese día, y durante unas semanas, me negué a ir al baño por las noches, me negué a apagar la luz de la cocina y me negué, y esto también es importante, a reconocerle a todos que estaba acojonado. Porque esas cosas, cuando las ves así, tan de cerca, acojonan.

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