Revista Diario

Recursos

Publicado el 02 mayo 2011 por Menagerieintime
La vida en la cárcel no es ni más ni menos dura que fuera de ella. La vida en la cárcel no es ni más ni menos complicada que fuera de ella. La vida en la cárcel no pasa ni más rápido ni más lento que fuera de ella. Ni siquiera es más o menos aburrida que fuera de ella. La vida en la cárcel es, simplemente, diferente.
Hay un aspecto en el que la vida carcelaria y la vida en libertad sí se parecen. Tanto en una como en otra solo sobreviven, solo salen airosos, las personas con recursos. O los que son capaces de crearlos de la nada. Porque en la cárcel, como en la vida fuera de ella, son los funambulistas que andan sobre cable sin red los que salen victoriosos. A los que se les abren las puertas.
Así, si hacía fata desinfectar alguna herida, fuera fortuita o totalmente merecida, algunos hacían uso de la enfermería y se sometían a un escrupuloso interrogatorio sobre razones y motivos que habían hecho posible esa herida. Esos tenían sus días contados. En la cárcel y fuera de ella. Otros preferíamos el recurso del vinagre. Que escuece, pero limpia y da esplendor. Y después del vinagre, usábamos la sal para cerrarlas. Para facilitar el proceso de cicatrización. Ya sea una llaga en la boca o una quemadura en el dorso de la mano derecha. Cuando la herida se ponía fea, se optaba por decirle a la enfermera que pasaba cada noche repartiendo medicinas “Valentina, hoy estás especialmente guapa” para que aceptara dejar en la celda uno, dos, o cinco comprimidos de antibiótico. Por si las moscas. Recursos.
Si hacía falta un cuchillo multiuso, que igual te servía para pelar cebollas que para degollar a un enemigo a muerte, podías conformarte con los de plástico que vendían en la cárcel. Cuchillos de camping que por no tener, no tenían ni dientes de sierra. Estábamos, también, los que preferíamos arrancar las asas de las cacerolas para, con esfuerzo y tiempo, fabricar un arma consistente y real. Recursos.
Estábamos los presos a los que no nos gustaba ir con los bajos de los pantalones rotos y que, gracias al ingenio, hacíamos agujas de coser con el hilo metálico de dentro del cable de la antena de la televisión. Agujas que lo mismo servían para coser los bajos del pantalón que para cerrar heridas de guerra o de operación. En ambos casos, con hilos sacados uno a uno de las sábanas de la cama. Aún veo a Sebastian sacando hilos con un palillo de dientes, intentando que no se partieran por la mitad y ordenándolos para que no se liaran y no se echaran a perder. Recursos.
Había presos que se conformaban con el té de mala muerte que se repartía con el desayuno cada dos días. Luego estábamos los que con un sobre de té, agua hirviendo y piezas de fruta (huesos incluidos), hacíamos un delicioso brebaje que, tras estar medio día bajo el grifo del agua -fría-, servía para saciar nuestra sed en las tardes de verano. Brebaje que nos sabía a gloria. Recursos.
También estaban los presos que se mordían las uñas. Los que, a falta de cortauñas y tijeras, optaban por comérselas para ir aseados y presentables. Estábamos los que, conscientes del poder de una uña afilada, y cual gatos de pelea, nos las afilábamos con las cuchillas de afeitar gastadas y las pulíamos contra las baldosas del suelo. Eso eran sesiones de manicura y no las que me dan fuera. Eso era usar los recursos que se tenían.
Algunos presos optaban por tener botellas de agua anudadas con sábanas al palo de la escoba para poder hacer pesas durante las largas tardes, en sus celdas. Botellas que servían para que los guardias te abrieran expediente cuando hacían perquisición en tu celda. Estábamos los presos que, como yo, se ganaban la confianza de un guardia. Confianza gracias a la cual se acabaron los madrugones y las perquisiciones para siempre en nuestra celda. Confianza y recursos.
Estaban los presos capaces de ganar a las cartas apostando lo que quisieran conseguir, ya fuera una tele nueva, ya fuera un helado para celebrar algún cumpleaños. Estaban los presos a los que no les daba miedo decir “Vaya tatuaje de mierda que llevas. Ni tú ni tu puta madre sois jefes de mafia alguna, tío feo”. Estaban los presos capaces de hacer entrar en la cárcel lo que fuera; desde rotuladores gordos para pintar hasta un móvil, pasando por un bote de colonia barata para regalar a algún compañero de celda en el día de su cumpleaños. Recursos y detalles.
Entre todos los recursos que hacía falta sacar a relucir en la cárcel, el más importante era la capacidad de cumplir lo que se dice. La capacidad de ser coherente con lo que se piensa. La habilidad de levantarte por la mañana, calzarte las zapatillas de deporte y salir al patio con armas y miedo en los bolsillos para defender a algún compañero. Eso estaba muy bien mirado. Puede ser que te pusieras el último en la fila de los atacantes, con más miedo que vergüenza, pero ahí estabas. Sacando a pasear tus recursos.

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