Revista Diario

¡Ay, San Lázaro bendito!

Publicado el 16 junio 2017 por Elcopoylarueca

¡Ay, San Lázaro bendito!Leocadia y Rosarito son dos hermanas que enredan amores en los callejones oscuros del puerto de La Habana.

Rosarito, la menor, está enganchada a las novelas románticas de María del Socorro Tellado López.

Rosarito lee los viernes, que es cuando lava las sábanas y sube a la azotea para hacer uso de los tendederos comunitarios. Cuando a Rosarito le preguntas por qué solamente lee las tardes de los viernes, te dice:

-Porque me gusta soñar y llorar a solas ¿tú sabes?

Leocadia también tiene su pasatiempo: dibuja perfiles de muertos por encargo.

*

Leocadia vivió ayer dos experiencias que la alarmaron. Hoy, preocupada por lo que ella considera señales enviadas por San Lázaro, ha decidido pedir a Rosarito lo que tantas veces ha pensado.

Leocadia quiere iniciar a su hermana en las artes de las miniaturas fúnebres. Ella piensa que en las lápidas, además del nombre, los apellidos y el nunca te olvidaremos, debe aparecer tallada la efigie del muerto.

La tarde anterior, Leocadia había cortado unas cuantas flores y las había colocado en un jarrón. Pero, a la mañana siguiente, los pétalos desordenados yacían sobre el mantel.

-¡Caramba, qué extraño! Estas flores son siemprevivas -observó alarmada.

Leocadia entendió aquel suceso como una señal premonitoria y decidió que era el momento de hablar con su hermana sobre el asunto que le preocupaba. Aprovechando que Rosarito comenzaba su ritual de acicalarse las uñas, con aquellas pinturas que demoraban tanto en secarse, le soltó:

-Rosarito, por favor, deja que te enseñe. Mira que el tiempo se nos viene encima -suplicó a la hermana y, sin darle tiempo a réplica, le soltó el sermón que llevaba años ensayando. Rosarito, que no daba crédito a lo que escuchaba respondió:

-Esas son tonterías, chica, ganas de perder el tiempo. 

-Rosarito -dijo Leocadia poniéndose seria-, es una buena manera de preservar los rasgos. Mira, te doy un intensivo el fin de semana ¿sí?

-No creo que hables en serio, Leocadia.

-Deja que te enseñe, mira que la técnica es complicada. Es importante conseguir el tono adecuado para la tez rígida, tienes que manejar pinceles de pluma muy fina, controlar tu pulso para copiar las arrugas, las venas, las erupciones, la profundidad de las ojeras si las hubiera -y, mirándola de arriba abajo le espetó-: Hay que hacer un trabajo fino, aquí sí que no caben chapucerías y sé por qué te lo digo, Rosarito.

-Ay, pero… ¡¿te has vuelto loca?!

-No. Soy precavida, ¿me entiendes?

-¡Qué precocidad, mi niña! Pero si estás en la flor de la vida.

-Oye, en serio, hazme caso, mira que anoche se me llenaron los sueños de cuervos negros y esta mañana no queda una siempreviva en el florero.

-Que no, que no… -contestó Rosarito tocándose la medallita de la Caridad del Cobre que llevaba colgada del cuello-. Además, los nichos que compramos los tenemos orientados al Sur.

-¿Y qué?

-Pues que, con el sol que pega, tu nombre, el mío y las esfigies van a desaparecer en lo que canta un gallo.

-¿Y por qué los compramos ahí, si es que puede saberse, eh? -preguntó Leocadia mientras se arreglaba el moño que se le había soltado.

-Porque tú misma dijiste que comprarlos mirando hacia Miami podría traer problemas… ya sabes.

Leocadia, aunque algo contrariada, volvió a la carga.

-Rosarito, ¿acaso no ves la de encargos que tengo? ¿Eso no te dice nada?

-Bueno, mira… te escribo el obituario, ¿sí? Puedo sacar algo de la última novela que estoy leyendo de Corin Tellado.

-¡Ay, Diosito lindo, haz que me haga caso! Rosarito, ahora, en serio, es importante tener una efigie que recoja el instante que surge del último suspiro, del último momento.

-¡Uy, pero qué picúa! -contestó la hermana soltando una carcajada mientras movía las manos con aspaviento para aligerar el secado de la pintura de uñas.

-Te digo que no es lo mismo una inscripción con nombre y fecha que una con perfil nombre y fecha. ¡Te digo que no es lo mismo! -afirmó Leocadia, haciendo un esfuerzo enorme por controlar el entrecejo que comenzaba a fruncírsele.

-Son modas, Leocadia, modas, igual que los guardapelos y los relicarios de antaño. Modas. Voy a comprar gaceñigas ¿te traigo algo?

-¿Pero qué dices, te enseño o no? -insistió la hermana mayor.

-¡Leocadia, deja correr al caballo! -respondió Rosarito mirándose al espejo del recibidor, ajustándose la falda y retocándose el peinado, porque hasta que no se veía bien bonita no pisaba la calle.

*

En cuanto Leocadia sintió el portazo que dio su hermana al partir, se dirigió al San Lázaro atrapado con chinchetas que colgaba de la pared de su cuarto y, encendiéndole una vela morada, le suplicó:

-Ay, mi santico, por favor, ayúdame a disuadir a Rosarito. Mira que es necesario vender esa tumba y comprar una nueva orientada al Norte o… hacia el naciente, para que pegue un poquitico el sol, pero sólo un poquitico, no sea que se desgaste la lápida ¿sí? -dijo y se arrodilló ante la estampa-. Te prometo que esta misma tarde preparo comida para los pobres del barrio. Hazme el favorcito, Babalú Ayé, San Lázaro bendito, mira que si no la vida eterna se me va a quedar en agua de borrajas.

Un aire caliente y húmedo se coló por la ventana del cuarto.

(Leocadia se dirige a la cocina para cumplir su promesa al santo, pero antes se prepara un café con leche bien cargado. Suda y tiene la bata de andar por casa pegada al cuerpo. En el piso de arriba, un niño juega con uno de esos carritos antiguos que hay que frotar contra el suelo si quieres que hagan buum buum buum).

¡Ay, San Lázaro bendito!


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