Hoy una amiga en la oficina llevó causa rellena de almuerzo. Me convidó un poquito y yo le di a cambio mi pollo enrollado ¡Qué delicia! No saben cuánto me gusta la causa rellena, y es que éste fue el primer plato que aprendí a cocinar en mi vida, incluso mucho antes que el básico huevo frito. Hacer una causa rellena es para mi muy sencillo, por eso siempre que me he quedado solo en casa, la única comida que me puedo preparar, es una riquísima causa rellena.
Pero mi relación con la causa rellena va mucho mas allá de un simple gusto. La causa rellena, literalmente me salvó la vida.
¿Cómo?
Cuando iniciaba la universidad decidí participar de uno de esos famosos programas de intercambio en el verano conocidos como "work and travel". Fue una decisión difícil el alejarme de mi familia por casi 4 meses, pero finalmente lo hice pues creí que era necesario vivir solo para madurar mucho más y aprender a ser más autosuficiente.
Fue así como llegué a wrightwood, una ciudad en las montañas al sur de California donde se encontraba ubicado el resort de ski donde trabajaba como recepcionista. Los primeros días fueron alucinantes, era la primera vez que conocía la nieve y para mi sorpresa, descubrí finalmente que era bueno para un deporte: El snowboard. Desde que empecé a practicarlo supe que era para mí. A los dos días era ya casi un experto, hacía piruetas complicadas y hasta me daba el lujo de enseñar a algunos turistas del resort.
Pero no todo era perfecto, el tema del transporte era desde el primer día nuestro gran obstáculo. Allí no había combis, ni nada parecido y el autobús a las justas pasaba dos veces al día. Todos tenían su propio automóvil, así que me junté con Joao, un amigo brasileño con el que habíamos congeniado muy rápidamente, y nos compramos un auto para poder superar este inconveniente. Aprendí a conducir, disfrutaba de ir a donde yo quiera con el auto y todo parecía estar bajo control...
Y sucedió que sin darnos cuenta, la nieve en la montaña era cada vez más escasa, y un resort de ski sin nieve es como una ciudad fantasma. Lo terrible era que recién estábamos comenzando la temporada y aún quedaban tres meses para que concluya mi contrato. La salida más fácil para los empleadores fue reducirnos los horarios y por consiguiente comenzamos a ganar una miseria. Los que sabíamos hablar el idioma relativamente mejor, nos quedamos, el resto, fueron despedidos y "reubicados" por el programa en otros empleos con un salario bastante inferior al prometido.
A mí también me recortaron el sueldo, así que de pronto, mi vida Paris Hilton Style se convirtió en la de la familia Ingalls en la montaña inhóspita de Wrightwood. Para mi mala suerte, justo por esos días, Joao, en un descuido dejó nuestro auto en el grifo, sin el freno de mano, y mientras comprábamos en el market, vimos como nuestro carro se iba montaña abajo haciéndose literalmente mierda y de pasadita, arrollando a un anciano histérico al cual a las justas rosó pero que nos plantó un juicio absurdo. El resultado de tremendo embrollo fue que perdimos el auto y tuvimos que gastar mucho dinero para poder salir bien librados y que no quede huella en nuestro expediente migratorio.
Los siguientes días, sin auto, tuvimos que estar pendientes de conseguir que alguien nos recoja en el camino y nos lleve rápido a la montaña, haciendo "hitchhiking", pero ya cada vez eran menos los carros que pasaban por ahí, ya ni turistas habían pues la montaña era prácticamente marrón con unos bloquecitos de nieve. Las veces que no encontrábamos ride, no nos quedaba más que ir a pie por caminos parecidos a los de la caperucita en el bosque, expuestos a la presencia de los osos salvajes que abundaban en la zona.
No soporté mucho tiempo esa situación. Tenía que hacer algo inmediatamente y por suerte, la inspiración me llegó muy pronto cuando durante nuestra hora del almuerzo en el trabajo, escuché que mi supervisora, Caroline, amaba la comida mexicana, así que no lo pensé dos veces y decidí cocinarle algo especial para de alguna forma llegar a su inmenso corazón. ¡Y pues claro!, le cociné una causa rellena... No había ají amarillo en el market más cercano a nuestra casa, así que tuve que usar un chile rojizo y algo de paprika (sí, raro pero no sabía tan mal eh...) Recuerdo que Joao me decía "Vocé esta bem loco, cara!" pues no concebía que me ponga a cocinar encontrándonos en una crisis como la que estábamos. La costumbre por esos días era comer solamente sopas ramen y pan con mantequilla de maní. Eso era suficiente.
Al día siguiente, me desperté temprano y saqué la causa de la refrigeradora para darle un toque más amigable. Hice una carita feliz con aceitunas y lechuga y dibujé su nombre "Caroline" con mayonesa, como si se tratase de un pastel de cumpleaños y horas más tarde, durante el almuerzo me acerqué a ella, como quien no quería la cosa, y le entregué la causa. Ella recibió el presente muy emocionada y mucho más cuando vio su nombre dibujado en esa masa amarilla y compacta. Tras el primer picotón, supe que la tenía en mis manos. Se la comió toda sin dejar un solo rastro en el plato, y de inmediato me pidió la receta pues le había fascinado y ella misma quería cocinarlo.
Aprovechando la situación le conté sobre nuestro problema de transporte y lo difícil que fue llevarle la causa caminando desde tan lejos (Sí, hice algo de drama, lo admito) y fue así que desde ese momento, quedó en recogernos con su auto, todos los días y regresarnos por la noche al acabar la jornada. Días después me preguntó si tenía alguna otra receta peruana que ella pudiera aprender, pero no creí que fuera buena idea enseñarle a freír un huevo así que tuve que decirle que no, pero prometí aprender otras cosas para luego enseñarle.
Los Angeles here we go...
Todo parecía estar ya solucionado, sin embargo, dos semanas después, despidieron a Joao sin motivo alguno del resort. Noté que se encontraba totalmente desesperado, así que no lo pensé dos veces y lo anime a irse conmigo al famoso Los Ángeles, pues sabíamos que en cualquier lugar habrían mejores oportunidades que allí. Me despedí de todos en el resort y prometí volver a verlos algún día. A esas alturas, todos ellos ya habían probado mi causa rellena y eran muy amables y buenos conmigo gracias a ese insignificante pero delicioso detalle.
Al llegar a L.A, alquilamos un departamento súper pequeño pues andábamos como mochileros, con el dinero a las justas en los bolsillos. Debo confesar que en más de una oportunidad me daba ganas de mandar todo al diablo y presionar el botón HELP!!!!!, para llamar a mis padres y pedirles ayuda, pero mi deseo de hacer las cosas por mí mismo y superar esa prueba difícil, era mucho más grande, así que decidí aguantar al máximo.
Por suerte no fuimos totalmente a la deriva pues uno de los jefes de mantenimiento de lifts, del resort, a quien también había conocido y conquistado gracias a mi causa, me había recomendado buscar a un amigo suyo que tenía su restaurante en la misma ciudad de Los Ángeles. Se trataba de un filipino muy amable que me dio trabajo de inmediato como mozo, aunque ganando muy poco. Aun así, lo acepté porque teníamos alimentación gratuita, podíamos recibir propinas y porque también iba a contratar a mi amigo.
Como era de esperarse, el dinero no nos alcanzaba para nada en la ciudad, todo estaba muy caro y
en el departamento todo parecía estar malogrado, comenzando por la calefacción, los caños, y el sistema de gas. Semejante desastre comenzaba a colmarme la paciencia, y lo peor era que teníamos a un casero extremadamente cargoso que solía golpear la puerta todas las noches con su bastón, para que le paguemos el alquiler del mes. En el restaurante aún no nos pagaban así que prácticamente teníamos que huir de él para que no nos vea llegar en las noches (Y sí, me sentí como el pobre tipo de La Mascara o como Spiderman con Tobi Maguire).
Una noche, me encontraba solo en casa pues Joao había salido a bailar. Tenía al teléfono a mi madre pues la había llamado para que me indique paso a paso como preparar un ají de gallina. Se me había antojado comer el bendito ají de gallina (que ahora de adulto, es uno de mis platos preferidos) y no quería esperar a llegar a Perú para poder hacerlo. Había conseguido todos los ingredientes en el restaurante así que solo era cuestión de que me den las indicaciones para poder prepararlo. Pero justo cuando estaba dándole los toques finales a la cena, el imprudente casero comenzó a tocar la puerta una y otra vez con su bastón. Me harté de la situación y salí a encararlo. Quería decirle que no me daba la regalada gana de pagarle y luego quitarle el bastón y rompérselo en la cara. Estaba realmente al borde de una crisis de nervios terrible. Pero me contuve (¡uff!) y le pedí que me tenga un poco más de paciencia pues en una semana nos estarían pagando y con ello podríamos pagarle a él.
No sé si fue mi cara de perro desesperado o el olor increíble que emanaba la cocina, lo cierto era que el hombre me miró intrigado y me preguntó - "Are you cooking peruvian food?", asentí de inmediato algo sorprendido, y le dije que estaba preparando un Ají de gallina. Al tipo le cambió por completo el rostro y me contó que él solía ir a un restaurante peruano llamado "El Pollo Inka" y que gustaba mucho de esa comida. No lo pensé dos veces y lo invité a acompañarme y así podríamos compartir mi cena. Desde ese momento, el anciano se volvió un pan de Dios conmigo y no me volvió a insistir con la renta, hasta cuando finalmente nos pagaron en el restaurante y yo personalmente fui a buscarlo para darle el dinero en sus manos, llevándole conmigo una causita rellena en forma de bolita. El viejo quedó muy agradecido y días después me devolvió el favor regalándome una bicicleta que tenía guardada y que en adelante me sirvió para trasladarme gratis por toda la ciudad.
Mi amigo Joao, me jodió el resto del viaje por "lo que había pasado esa noche" con el anciano, insinuándome que me había acostado con el "Sugardady" para pagar la renta. Pues claro, eso resultaba más sencillo de creer, a pensar de que un simple plato de papas apachurradas o demás menjunjes que hacía en la cocina, podrían llegar a ser tan poderosos.
Lo cierto era que mi querido Joao, no se había daba cuenta de que el amor realmente entra por el estomago...
122 Antes de ti: Joao (cara, Eu estarei sempre muito obrigado pela sua companhia, ate logo!)
PD. Esta es la historia que quería contarte Pancho ;) Hoy ocurrió algo que me hizo recordarla al detalle! :D
Enviado desde mi BlackBerry de Claro.