Revista Diario

El cura titiritero

Publicado el 10 noviembre 2010 por Chirri
Sur le pont d'Avignon on y danse, on y danse. Sur le pont d'Avignon on y danse tout en rond.
Me abracé a mi amor contemplando la majestuosidad del palacio papal de Aviñón, hay lugares en el mundo que te quitan la respiración; la plaza del Obradoiro en Santiago, el foro de Roma y ahora acababa de encontrar otro sitio maravilloso que añadir a mis mejores sueños realizados.No sé como nos localizó, no somos personas de hablar alto en lugares fuera de nuestro entorno, quizás el acento andaluz de mi amor le llamó la atención o simplemente la gorra de mi Atleti que lucía ufano de mí.- Buenos días, pareja.Ante nosotros un cura cuarentón al estilo preconciliar, es decir con negra sotana de infinitos botones, grande de cuerpo, cara mofletuda y en la cabeza una calva mediana o una tonsura grande, pero los ojos vivos con los que nos miraba, nos dio confianza, además de su voz suave, como de maestro de escuela.- ¿Qué tal pater? – le respondí afablemente.- Muy bien hijos, da gusto ver por aquí paisanos a los que saludar, perdonadme mi intromisión, pero estoy aquí en el seminario, llevo muchos días encerrado estudiando y al oíros por la ventana hablando en castellano, no he podido por menos que bajar a saludaros.- Caramba, buen oído tiene usted, nos han contado que estos muros tienen hasta seis metros de espesor.- La verdad es que apenas prestaba atención a mis estudios, algún diablillo me soplaba al oído y estaba más pendiente a las moscas que revoloteaban en mi habitación. ¿Muchos días de visita?- Sólo un par, mañana tornamos a Madrid.- Me llamo Vicente, padre Vicente Páez, P.V.P para los amigos.Nos presentamos nosotros también y estuvimos un rato hablando de donde éramos y el viaje que estábamos realizando por la bella ciudad.- ¿Habéis visitado el seminario?- No, la verdad es que no sabía que se pudiera visitar.- Pues si queréis, aquí tenéis un cicerone a vuestro servicio.Nos miramos mi amor y yo, con cara de sorpresa, pero la verdad es que al lado de ese curilla, a pesar de nuestra desconfianza con todos los estamentos eclesiales, nos sentíamos confiados con él, aceptamos de buen grado.Fuimos pasando por largos pasillos y por recoletas capillas, por bellos claustros y oscuros refectorios, hasta que llegamos a la zona de las celdas de los residentes.- Mirad, aquí está la mía, como tengo cocina dentro os puedo ofrecer una jícara de chocolate si os apetece.Movidos por la curiosidad por ver en que condiciones vivían allí, aceptamos en seguida, nos sentamos frente a una pequeña mesa y allí delante colgados de la pared, dos pequeñas marionetas representaban a un hombre y una mujer, vestidos con trajes regionales de difícil localización. Movida por la curiosidad, mi amor le preguntó:- ¿De dónde son esos títeres?- ¡Ay hija! Están hechos por mí. –Contestó con un suspiro.- Son preciosos, ¿También los maneja usted?- ¡Huy! Hace muchos años de eso, pero hoy voy a hacer una excepción.Tomó en sus manos las frágiles marionetas y de pronto una bella historia tomó vida, allí no había dos muñecos de madera y tela encima de una vieja mesa desportillada por el uso, ante nosotros una pareja de jóvenes, casi niños dialogaban en un pueblo perdido de la meseta. Juntos habían crecido y miles de ilusiones pugnaban por realizarse en su futuro, en una vida que apenas comenzaba a alumbrar, dos corazones unidos en un amor sublime, sin mácula, dos almas que aunque hubieran nacido separadas en los confines más extremos, hubieran acabado juntándose, pues estaban predestinados a ello, él a base de trabajo y con grandes vicisitudes, había comprado unas tierras que con gran afán había trabajado hasta lograr reunir un dinero para comprar una casa junto al río, ella después de sus faenas, preparaba el ajuar el más bello y trabajado de la comarca, para una casa que se aventuraba bella como ninguna, pero aún debían pasar la prueba más cruel, cuando todo en la vida les sonreía, una terrible enfermedad les separó para siempre, ella quedó marchita bajo cientos de flores en el cementerio del pueblo y el sin poder soportar el dolor que le atenazaba, huyó a tierras lejanas, donde olvidar aquella historia tan dichosa.Y así, con los títeres tumbados en la mesa y una lágrima que pugnaba por salir de nuestros ojos, terminó aquella función, a pesar que el chocolate estaba delicioso, un velo oscuro nos cubría a todos, terminada la colación, nos despedimos con un beso y un franco apretón de manos.Nunca imaginé que de aquella extraordinaria población, lo mejor no fueron los monumentos y museos que visitamos, sino aquella bella historia de aquel cura titiritero.
El cura titiritero

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