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El Escapista... Segunda Parte

Publicado el 11 abril 2012 por Rubydelfino
Cuando a la mañana siguiente abrí los ojos, el primer pensamiento que me vino a la mente fue que el escapista se me había escapado, valga de redundancia, por segunda vez. Aún sin moverme, continuaba pensando para mí lo indignante que me parecía que este ser no hubiera hecho acto de presencia. Miré, y el regalo también seguía sobre la cama. Doble humillación. Regalo sin dueño, hay que joderse. Eché mano al móvil, dudando si Arnold me había llegado a enviar algo después de quedarme dormido, triste y solo, con la Caja Supreme de Raquel Bollo de fondo. Para mi sorpresa, ahí estaba. Un SMS.
Me incorporé y abrí el mensaje. Me encontré con lo siguiente: "Ruby, lo siento muchísimo. Me eché en la cama después del trabajo para descansar un momento y me quedé dormido. Acabo de despertarme en mitad de la noche. Me siento fatal. Espero que podamos quedar otro día, si es que quieres. Un beso". Por supuesto, mi indignación seguía ahí. ¿Acaso creía este feo de la vida que yo, Ruby Delfino, me iba a tragar mi orgullo y que se me iba a pasar tan rápido el cabreo de dejarme solo? Pues efectivamente, así fue. A los cinco minutos estaba yo, tomando mi café, y contestándole que debíamos quedar pronto, porque tenía algo que comentarle.

El Escapista... Segunda Parte

Ni un SMS de horóscopo de Esperanza Gracia

Arnold debía de estar acojonado. Porque habían pasado dos semanas y, tras algunos SMS de "¿qué tal estás?", "yo bien, ¿y tu puta madre?", aún no nos habíamos visto. Hasta que finalmente me pidió pasarse por mi casa para hablar. Yo le abrí la puerta con mi sonrisa y él, que esperaba acciones mía, se encontró con dos besos en vez de aquellos besos en la boca con los que siempre les recibía. Obviamente, algo había cambiado. Aquella cara de panoja no me daba ninguna pena. ¡Vamos! Menudo soy yo cuando se me decepcionaba. Él se tiró en la cama. Yo me quedé sentado en la silla. Comenzamos a hablar de cosas muy banales y poco anales (ay, qué bien hilao, qué prosa tengo...). Hasta que se plantó allí un silencio incómodo. Yo pensaba para mí "pide perdón por ignorarme, hijo puta". Y... ¡ta chán! Empezó a disculparse.
Me acerqué a la cama y empezamos a hablar de cómo iba nuestra historia. Le confesé todo lo que había pasado el día de su cumpleaños. Mis compras. El regalo. La cena. La botella de vino. La Caja de Raquel Bollo. Chiquetete la pegaba. Y prefería el ácido hialurónico al botox. Le causé tanta lástima que se retorcía en la cama de la vergüenza ajena. Normal, yo también lo hubiera hecho. Me pidió perdón otras cinco veces, mientras subrayaba lo que le gustaba su regalo.
Da la casualidad que todo ese tiempo que estuvo sin aparecer, Bartholomiu (pronúnciese Barzólomiu), que era un amigo suyo alemán, le había insistido en numerosas ocasiones que debía volver a verme. Yo le pregunté por este chico de nombre irrisorio, ya que parecía el gerente de un colegio de retrasados borderlines. Al parecer, este chcio había sido compañero de piso de Arnold durante su Erasmus. Un chico que, si al principio pareció hetero, luego se pasó medio curso escolar agarrado al biberón de mi nuevo pseudochico. Sí, jugaban a felarse entre ellos. Y habían terminado siendo íntimos. En resumen: se lo tragaban. Fijo.
La cuestión es que dejaron de enrollarse entre ellos y quedaron como amigos super íntimos. Hermanos, diría yo. Bartholomiu estaba interesadísimo en conocerse, así que en cuanto vino a España a verse con Arnold, yo aparecí en escena. ¿Os podéis creer que más de la mitad del día se la pasaron hablando en alemán? Yo hacía como que no me importaba, pero realmente me cabreaba. Tal fue mi cabreo que, a las dos de la mañana, les dije que tenía que irme a casa porque ya estaba cansado y tenía que trabajar al día siguiente. Me despedí de ellos de muy buenas formas. A Arnold le di un besazo. Me dijo que me llamaría la semana siguiente para quedar. ¿Tú has vuelto a saber de él? Yo tampoco. Esta mañana me pareció verle, pero tiré de la cadena y perdí esa sensación.

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