Marta caminaba con una sonrisa en la boca, despistada, sonrojada, los ojos luminosos, la cabeza bien alta, mirando en su interior, mirando un rostro, el rostro de la persona que la había enamorado. Esa persona es Raquel, su mejor amiga, su cómplice, su aliada en la vida, su compañera y desde ayer su novia. Se conocen desde siempre, viven en un pueblo pequeño dónde todas las personas saben todo de los demás, con costumbres y rutinas muy adheridas en sus pieles. Un pueblo tradicional, triste, que vería mal lo que ellas quieren comenzar. Un camino lleno de obstáculos. Siempre han sido solitarias, alejadas de todos los demás, cercanas a otros mundos fuera del que las ha tocado vivir. Para el resto del pueblo son las diferentes.Marta es la más decidida, siempre lo había sabido y nunca lo quiso esconder, no veía nada malo en que sus sentimientos se volcaran hacia sus amigas. Es Raquel la que tiene una situación más complica, sus padres la habían educado entre el odio y la desconfianza hacia las personas que son diferentes. Ella siente que no hace nada malo pero no puede evitar sentir la gran culpabilidad que la nace en el momento que roza la piel de Marta.Nunca se habían sentido atraídas una de la otra, fue ayer cuando de repente ocurrió ese instante que te cambia la vida, ese rayo de electricidad que hace que todo cambien de sitio y nunca más se pueda volver atrás. Cuando se siente, acaba con toda antigua creencia, coge todo pasado y lo voltea.En un pueblo pequeño no hay mucho que hacer, sobre todo cuando eres de los pocos adolescentes que lo habitan. Marta y Raquel son muy aficionadas a la lectura, todas las tardes, si el tiempo las deja, a la salida del colegio, después de dejar todo en sus casas, van corriendo a la ladera justo detrás de la casa de Marta, su refugio fuera de toda la realidad que las rodea. Se sientan bajo su árbol y juntas van leyendo todos esos libros que consiguen en la biblioteca del pueblo junto al suyo. Leen a los rusos, sus favoritos. Sería mágico poder verlas, bajo el árbol, con los últimos rayos del día incidiendo en sus cabellos negros, leyendo cada una una página, un capítulo, sintiéndolo, haciendo que cada palabra sea de ellas, solas, disfrutando de un placer que nadie más entiende. Lloran, ríen, saltan, a veces llegan a gritar de la emoción que las trasmite un personaje describiendo el amor que siente por un sueño anhelado. Hay libros que lo alargan durante días, semanas, sintiendo cada palabra, soñando que nunca acaben las caricias que cada hoja, cada letra les imprime en la piel. De una u otra forma las dos llenan su vida de otras vidas que las esperan en cada página. leer para ellas es asomarse a la ventana y gritar en el vacío. Siempre regresan a sus casas bailando, soñando, con la mirada perdida en otro tiempo, otro lugar, otro sueño que las hace sentirse cerca, unidas, cercanas, únicas. Ellas mismas son un secreto. El secreto mejor guardado en ese pueblo, mientras los demás viven para ellos mismos, ellas viven libres, fuera de esas casas, fuera de ese lugar, fuera de sus cuerpos. Eternas soñadoras de un mundo que poco a poco construyen solas, silenciosas, casi de puntillas. Eso mismo es lo que ayer las ocurrió, estaban leyendo juntas un libro que ahora ni ellas recuerdan, sólo sabían que una de sus protagonistas explicaba lo que había sentido con su primer beso, tan pasional era el relato que las dos comenzaron a leer en bajo, para sus adentros, tatuando cada palabra en cada uno de los vellos que poco a poco iba erizándose. Se rozaban como lo describía el personaje, inquietas, algo en su interior había comenzado a arder, con llamas tan altas que se asomaban en sus ojos, se derramaban por sus ojos.Marta lo descubrió enseguida, se había enamorado del libro, de la chica que estaba narrando, de la hierba, del árbol, del cielo, de la tarde, de Raquel. Alargó el brazo y con la yema de los dedos tocó el brazo de Raquel. El escalofrío que sintió todavía la hace temblar al recordarlo. Ella está convencida que el corazón la tembló durante unos efímeros segundos. Efímeros pero eternos en su memoria, sólo pensarlo la vencen las piernas y tiene que sujetarse para no caer.Raquel lo recuerda como la llegada de esa luz que alumbró todo su interior, la convirtió en luz, de todos sus poros sintió emanar millones de rayos cristalinos, blancos, cegadores. Acto seguido recuerda los labios de Marta sobre los suyos mientras la acariciaba el pelo. Comprendió que eso era felicidad. Sus pieles rozándose en un acto natural, bello, sencillo. Dos mujeres amándose libres, de verdad, volviéndose transparentes para el resto del mundo, ardiendo juntas. Las dos convirtieron sus vidas en un sólo centro, en un sólo temblor que se deslizaba en cada una de sus extremidades. Empezaron a sentir todo aquello que llevaban años leyendo en esa ladera, bajo su árbol, escuchando el rumor de la hierba creciendo, escuchando sus corazones hablar al mismo tiempo, latir conjuntamente. El destino había decidido que toda la vida vivieran juntas, cerca una de la otra para que llegado el momento se pudieran perder también juntas. Esa tarde, después de regresar del colegio, habían decidido algo que sería importante para ellas y para el resto del pueblo donde viven. Juntas dadas de la mano, cómplices, pasearon mostrando todo el amor que sentían. Habían decidido gritar su amor para que todos se enterasen, se habían convertido en uno de los personajes que tanto habían amado, soñado, anhelado, habían convertido su vida en real, tan real como los libros que leían.Dadas de la mano, atravesando la plaza del pueblo, la piel erizada, sin dudas, valientes, a contracorriente, mostrándose, desnudándose, con todo el fuego en los ojos, iban dejando cenizas en cada huella de sus pisadas. Se las puede respirar e incluso tocar a metros de distancia, inmensas, proclamando al mundo que eran libres y que se amaban. No se amaban más que ayer o hace varios años, simplemente habían unido el camino que ya era paralelo. El mismo amor, la misma piel.