Revista Talentos

El paraíso de los autos chutos

Publicado el 17 julio 2014 por Perropuka

El paraíso de los autos chutos

Ivirgarzama y su próspera feria del automóvil


Es increíble cómo, paulatinamente, el departamento de Cochabamba, se ha convertido en la segunda región con más vehículos indocumentados, “chutos” en el lenguaje popular.  Pero cómo ingresan miles de motorizados hasta el mismo corazón del país es la madre de las incógnitas. Bolivia es el país de las trancas, con innumerables retenes recaudadores para el supuesto mantenimiento de las carreteras que más parecen sitios bombardeados por los constantes huecos que se hallan en el asfalto. En esas trancas, al parecer la policía caminera no hace bien su trabajo o sus efectivos se hacen a los opas para dejar pasar estos autos chutos, que llegan desde la frontera chilena, no precisamente en camiones transportadores sino conducidos por avezados pilotos que conocen muy bien los caminos rurales para esquivar los controles.
Aun así, estas rutas del contrabando son de sobra conocidas por lo que es inexplicable cuando algún jefe policial sale con el cuento de que es complicadísimo interceptar estos vehículos. La excusa valdrá para la extensa frontera altiplánica de Oruro y Potosí donde prácticamente se hace camino al andar, como reza el poema. Pero Cochabamba es mayormente una región montañosa, que se hace menester circular por rutas serpenteantes antes de bajar a los valles. Yo mismo he visto, en ocasional viaje a provincia, cómo durante la noche pasan caravanas de diez o más coches en fila india por esos caminos poco transitados para llegar hasta la ciudad como si nada. Lo saben los lugareños. Lo saben las autoridades. Todo el mundo sabe.
Es más, mientras los agentes duermen, los chuteros aprovechan las altas horas de la madrugada para atravesar los retenes, según confesó uno de ellos ante un periodista camuflado de comprador con cámara escondida. Pero lo insólito, para cualquier ciudadano de un país civilizado, es que a plena luz del día en varios pueblos se efectúen ferias de autos chutos, como si de una feria común de productos agrícolas se tratase. Cada domingo, por ejemplo, a escasas cuadras de la oficina policial de Ivirgarzama, un pueblo de diez mil habitantes enclavado en la ruta entre Cochabamba y Santa Cruz, se ha vuelto normal desde hace algunos años la exposición de vehículos japoneses, muchos todoterrenos lujosos, casi todos indocumentados. Cientos de motorizados que posan todo el día a la vista de las autoridades, que son transados en efectivo sin apenas regateo. No hace falta adivinar el origen de ese dinero cuando estamos hablando del corazón del Chapare, feudo de los cocaleros, tierra sin ley, al estilo del viejo oeste.
Por si fuera poco, a pocos metros de la playa de autos confeccionan matrículas falsas de circulación a pedido por escasos cien dólares. Hasta rosetas de inspección son falsificadas para circular sin molestia por la región. A lo largo de más de doscientos kilómetros, la circulación es totalmente libre, incluso para transportistas que tienen minibuses y taxis ilegales operando en varios pueblos. La misma Aduana ha denunciado que algunos de esos municipios otorgan salvaconductos, una especie de legalización de facto, a título de recaudar impuestos a espaldas de la ley. Hace pocos días el jefe policial de la región fue destituido por denuncias de extorsión a los dueños de autos sin papeles. Toda la operación tenía hasta un nombre sugestivo, los vehículos eran “vacunados”, otorgándoles un número o seña para que en otros sitios no sean pasibles a una segunda extorsión. Pingüe negocio. El Chapare no solo es paraíso terrenal con selvas y ríos tropicales, sino también paraíso de narcotraficantes donde danzan los dólares, y los contrabandistas de autos han hallado el suculento nicho de mercado, además de refugio seguro para su mercancía. Hace algunas semanas, el COA (control operativo aduanero) quiso decomisar vehículos en la zona, al poco rato tuvo que retroceder ante la reacción violenta de los traficantes y demás pobladores
En 2011, el gobierno central aprobó un decreto de amnistía que legalizó de sopetón alrededor de cien mil vehículos, una gran parte de ellos robados en países vecinos. Las mafias internacionales roban incluso modelos de determinadas marcas, a pedido. En el exterior saben que nuestro país es el principal basurero de automotores, por lo que continúan llegando a puertos chilenos contenedores provenientes de Asia, especialmente Japón, donde sus vehículos son sacados de circulación por cuestiones ambientales. Que tengan el volante a la derecha es lo de menos, en cualquier taller de Arica o en la frontera boliviana son rápidamente reacondicionados. El país, en menos de una década se ha visto inundado de autos “transformes” que han colapsado las carreteras y ciudades. Tener un coche con volante original aumenta el precio y hasta da cierto prestigio a su poseedor. Lo demás suena a pirateado, a objeto trucho, por muy bonito que parezca por fuera.
Así, con los rumores de una nueva amnistía circulando en el ambiente, los contrabandistas han seguido internando mercancía a ritmo lento pero sostenido. El ejemplo de las ferias ha cundido por todo el territorio. Ya es normal que en varios municipios la gente compre con toda tranquilidad a pesar de saber que es ilegal, pues tiene la seguridad de que las autoridades van a volver a torcer el brazo. Estos días, nos sorprendimos con la llegada de dirigentes de una “Asociación de autos indocumentados de la zona andina de Cochabamba” que vinieron a exigir una inmediata legalización de sus “herramientas de trabajo” y amenazar tranquilamente que no iban a permitir el ingreso de agentes del COA a su feria dominical recientemente instalada a en plena carretera interdepartamental, a noventa kilómetros de la ciudad. 
Quién diría, que en la región más empobrecida de Cochabamba, lugar inhóspito de frio extremo, montañoso y poco favorable a la agricultura, floreciese un mercadillo de autos, que a pesar de su ilegalidad no son ciertamente baratos, pues se cotizan en dólares, de cinco mil para arriba. Y verlos en manos de esos campesinos pobres de toda la vida es un sacudón al sentido común, una estampa surrealista por poco. Uno los veía con cierta envidia, orgullosamente portando sus vestimentas típicas, al volante de un sedán Toyota, a la puerta de sus casuchas de paja y adobe. Cómo prosperaron de la noche a la mañana, se preguntaría cualquier citadino de clase media. Decía uno, a modo de justificativo ante la televisión: “por el cambio climático nuestros burros y llamitas se han muerto y no teníamos en qué sacar nuestros productos, por eso nos hemos comprado estos autitos, de buena fe”.  Y a continuación mostraba cómo cargaba su costal de papas en el casi lujoso interior de su coche de pasajeros. Aquella postal de los granjeros yanquis con su destartalada camioneta Ford es lo más cercano a la miseria, por lo visto.

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