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Ellos siempre vuelven

Publicado el 26 agosto 2012 por Rubydelfino
Pero siempre. Es que no falla. Les entra una etapa hormonal de estar cachondos como monas, el rabo como un morcón ibérico, de buscar un polvo bestial, y siempre vuelven. Siempre. Esa es la conclusión a la que he llegado después de múltiples experiencias. Lo cojonudo del asunto es pensar que han sido ellos los que te han dejado a ti y meses después piensan que, por alguna extraña razón que se escapa a mi mente cerda y absolutamente abierta, estás dentro de eso a lo que llamamos polvoagenda. Bien, hecha esta mierda de introducción con la que probablemente estés de acuerdo a pesar de no haber entendido nada, hablemos de mi amigo El Microbio.
En un viaje a Valladolid a ver a mi amiga Mary Beth (a ver cómo hago yo esto... pronúnciese Méuri Bez) me ocurrió uno de los flechazos más potentes que he tenido en mi vida. Tras contarle los infortunios de mi vida y tras ponerme ella al día de la mierda de época por la que estaba pasando, nos fuimos a su casa a tomar café para seguir recreándonos en ese juego al que todos hemos accedido llamado, "Yo estoy peor que tú, zorra".  Mientras estábamos en plena competición, rollo Mireia Belmonte pero sin la cara de TV de 14 pulgadas, mi móvil vibra y veo que me han escrito en el Grindr. Y era guapo. ¡Toma! Y no buscaba sexo. ¡¡TOMA!!
Tras una amigable charla y sin dudar un momento en pasar como de comer mierda de mi amiga triste, nos aventuramos a tomar una caña en la terraza de la plaza donde ella vivía. La caña debía ser muy rápida, puesto que entraba a trabajar hora y media después. Apareció en su coche. Era bajito, muy moreno, con unos labios como el reborde de la taza del váter. Yo pensé "uy, qué bien, boca Rowenta, de aspiradora", pero pronto cesé esos pensamientos impuros. Se llama Wilbur (pronúnciese Güilbur). Tomando la cerveza, me iba gustando más y más. Era super majo, y tenía una mirada muy llamativa. Me pidió que le acompañara al coche y así lo hice. Me metí dentro sólo para darle uno de los besos más calientes que me habían dado en la vida. Tras prometerle que volvería a la ciudad un par de semanas después a las fiestas patronales, me marché.

Ellos siempre vuelven

Wilbur... eres hepatético

Al volver a Mary Beth's House el móvil vuelve a vibrarme. Ya había llegado a su trabajo. Tuvimos la típica charla whatsappera de "oh, qué bien me lo he pasado hoy", "a mí me ha encantado conocerte", "ha sido genial". Tras esa serie de frases prefabricadas, llegó la sorpresa: "Escucha Ruby, hoy me toca guardia y no hay nadie, puedes venir a hacerme compañía toda la noche si quieres". Oh... Dios... Mío... Me encontraba en mitad del salón, y entonces todos los objetos empezaron a bailar a mi alrededor como en La Bella Y La Bestia, pero sin la tetera gorda porque Mary Beth solo bebe Cola Cao. Bueno, esta parte es mentira, pero me sentí así.
Fui a la dirección que me dio. Supuestamente era un centro, en mitad de la noche. De repente lo vi, me estaba esperando en una puerta. Subimos, era todo muy bonito, e incluso tenían un salón familiar enorme. Le pregunté qué clase de centro era. Me respondió que era un centro de tutelaje de disminuidos psíquicos. Efectivamente, querido amigo. Iba a tener una bella velada rodeado de subnormales durmiendo. ¡¡Bien!! Y así fue. Tras conversar un tiempo, estuvimos toda la noche liándonos entre todo tipo de sonidos guturales que salían de las habitaciones de los allí presentes. Chico, pues sabiendo cómo soy yo, de vez en cuando me entraba la risa.
Tras el amanecer, Wilbur me llevó a la estación de tren. Desde allí volví a Madrid para, tras quince días, regresar a la localidad de mi nuevo amigo. Eran plenas fiestas patronales. Me alojó en el piso vacío que su tío estaba arreglando para alquilar. Allí me esperaba un colchón hinchable, una botella de agua y, la sorpresa del día, sin agua caliente. ¡Bien! Era una barracón militar. Hasta Anna Frank estaba más cómoda en su zulo. Tras pasar una noche bebiendo toda clase de alcohol, perdí el control de la noche. Así terminé, todo me daba vueltas y llevaba una cara que ni el Ecce Homo de la octogenaria cabrona. 
Volvimos a aquello que a duras penas podría llamarse casa a altas horas de la madrugada, e intentamos follar, pero Wilbur y yo llevábamos semejante pedo que se nos hacía imposible concentrarnos lo más mínimo -en realidad estábamos a punto de naufragar en un mar de vómito, así que preferimos dejarlo para otro día-. Lo que me sorprendía de la situación es que mi amiguito intentaba hacerlo a pelo, de una forma absolutamente despreocupada, algo que a mí no me hacía especialmente gracia, sobre todo con lo que vendría después.
Después abandonar la ciudad y volver a mi Madrid querido, los días iban pasando sin que surgiese un plan específico y concreto de volver a vernos. Aún así, nuestra historia continuaba adelante, aunque Wilbur no se cortaba en mostrar dudas de vez en cuando. Mi amiga Cocó me contaba que había algo de todo aquello que no le convencía. No te jode, había descubierto América. La relación con el pequeñín de labios chupones se desarrollaba por completo por WhatsApp, esa herramienta que ha jodido más relaciones que el Diario de Patricia. Y no me extraña, porque este chico lo estaba pidiendo a gritos. Parte del misterio se desvaneció cuando me comentó que tenía que ir al médico a hacerse unas pruebas. Cuando le pregunté a qué se debía aquella visita médica, y tras vacilar unos instantes, me contó VÍA WHATSAPP, que padecía de Hepatitis C y Sífilis. ¡Con dos cojones! Bueno, dos cojones no, pero dos ETS sí. 
En aquel momento me cabreé muchísimo. Entré en una especie de shock enrabietado, puse el modo Naomi Campbell ON y empecé a arrojar teléfonos, libros de autoayuda y hasta la peor imitación que había visto en mi vida de un huevo Fabergé. Me dolía especialmente no sólo que no hubiera tenido la confianza para contármelo antes, después de aquellas semanas hablando todos los días, sino también el hecho de que se despreocupó totalmente en aquella ocasión en la que se empeñaba en follar a pelo. Le comentaba que aquello me daba igual, que tomaríamos precauciones y que nada debía cambiar. Pero al parecer él no pensaba lo mismo, ya que una semana después, cuando compré un billete para ir a verle, me dejó tres horas antes de coger el tren -y sí, efectivamente, vía WhatsApp-. Línea a línea iba exponiendo todos sus argumentos, ante un Ruby Delfino que se negaba a escribir palabra alguna. Sólo una, y sólo al final del baile de excusas: "Suerte".
Pero como te digo, querido, todos vuelven. Y El Microbio no iba a ser menos. ¡Pufff! Por un polvo la gente es capaz de caminar hacia atrás, arrepentirse de sus palabras, pedirte perdón y decirte que has sido la persona que mejor les ha tratado en la vida. Pero no se dan cuenta de que el rencor puede más que el calentón. Lo que a algunos les da sensación de encontrarse mejor consigo mismos, a otros nos hace pensar que tenemos la sartén por el mango. Una sartén con la que podríamos golpear cabezas como madre de extrarradio. Y cuando pronuncias el NO... Ese NO es el símbolo de todo aquello de lo que estás seguro y orgulloso. Especialmente seguro y orgulloso de ti mismo, de que no debes ser una opción o una llamada de emergencia. Para volver así, no vuelvas

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