Ian.

Adiós, Ian. Que raro se me hace decirte adiós, porque a pesar de tu esqueleto traidor, de tu cadera con displasia, de tu tos de anciano milenario, para mí tú eras invencible y eterno.

Ayer nos acostamos a dormir 5, y hoy sólo despertamos 4.

Y así de vacío se siente por dentro. No por el censo, sino por la ausencia de tus pasos por casa, de tu ritmo al bajar las escaleras, de tu espera, de tus babas por el suelo y tu tos.

Y ahora… ¿Qué hago yo sin mi guardaespaldas, mi salvavidas, mi jardinero?

Cómo me convenzo a mí misma, que al mirar bajo la mesa de la cocina, no vas a estar. ¿Quién pondrá orden cuando los dos manganzones de Bella y Chejov armen un lío en casa?

A Chejov, probablemente con suerte sólo le quede la C de su nombre, de tanto que lo gastaremos haciendo tu trabajo. A Bella se le disparará la energía cuando llamen a la puerta, porque no estarás tú para controlarla.

Me enseñaste grandes cosas – porque los “animales” son grandes maestros- a ser valiente, a ser leal, a relajar mi energía y a entender tu lenguaje.

Adiós Ian, y lamento si tardo un poco en recuperarme de este sentimiento de abandono, porque en mi cabeza sólo puedo repetir: “Pero si todo estaba bien, si todo estaba bien. Si ayer fue un día normal y corriente”

Tú sólo cerraste los ojos.

Te queremos infinitamente y este vacío, no se llenará nunca, porque desde que Gian y yo nos conocimos, tú acababas de llegar: así que nunca fuimos Gian y Tiby. Siempre fuimos Gian, Tiby e Ian.

7 años de  nuestra historia han sido a tu lado. Este cacho de corazón se queda contigo y con tu nombre.

24.09.2015