Revista Diario

La conga del hambre.

Publicado el 01 junio 2021 por Elcopoylarueca

LA CONGA DEL HAMBRE

La conga del hambre.

Fotografía sacada de Google.

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LA CONGA DEL HAMBRE

Echó un vistazo al móvil y lo guardó. Ya se notaba movimiento. Ya empezaba la gente a andar rápido y sin mirar a los de al lado, pero aún sin empujarse. Iban todos hacia un mismo sitio, y eso que el acontecimiento oficial tendría lugar a la caída de la tarde. «Con esto de los móviles, las noticias vuelan», pensó. Y, sin quedarse atrás, comenzó a andar. Mariana quería llegar antes de que la multitud le impidiera conseguir un puesto desde el cuál seguir tan importante acontecimiento.

Ahí va Mariana, caminando y pensando: «Por fin, ¡ha llegado el momento! ¡Eso, eso! ¡Llenemos la plaza! ¡Cantemos! ¡Mostremos alegría! ¡Ella se lo merece!». De pronto, Mariana se detiene y abronca a uno que está enredando en su viejo Chevrolet: «¡Oye, tú, el del pullover del Che, súmate a la fiesta y deja ese cacharro, que bien puede esperar!». Mariana se apresura. Mariana va gritando: «¡Dejen las colas! ¡Aparquen los chismes y las telenovelas! ¡Vengan! ¡Eh…, caminen! ¡Caminen…! ¡Muévanse! ¡El último es la peste, pa’ que lo sepan…!»

El gentío es mayor cada segundo que pasa. Ahora sí se empujan, se pisan, vociferan….; casi corren hacia el lugar donde tendrá lugar el homenaje. ¡Llegan de todas partes! Mariana vuelve al ataque: «¡Bien…! ¡Vengan! ¡Eso es…, muevan los pies! ¡A darse prisa, carajo!». Alguien suelta: «¡Es de bien nacido ser agradecido!» Y la frase se volvió una conga.

La multitud sudaba y gritaba: «¡Vamos…, vamos! ¡Esto es único, caballero…! Y una mulata desde su balcón: «¿Mi niño…., de qué va esto?» «¡Va de jama, compañera…!» —la mujer no puede bajar, tiene una prole pequeña que no tiene con quién dejar; pero no importa, pues al segundo sus niñas y ella están, nuevamente, asomadas al balcón y pegando a las cazuelas con un cucharón.

Y todo el mundo arrollando. Y todos gritando: ¡¡¡Ahora sí, que sí-sí-sí…!!!

(Excitación total. Contagio total. Aumento del griterío.)

Han llegado a Empedrado, las callecitas están colapsadas. Hay gente por todas las esquinas dando gracias al Dios solitario o a los variados  orishas —qué más da si todo se despacha con un «¡Levántate y anda!»—. Suena La Bayamesa —cantan eufóricos—. Se alza la bandera y el nuevo historiador oficial de la ciudad de La Habana toma la palabra. Luego del blablablá…, cuatro tipos con guayaberas destapan el busto y un silencio místico se apodera del espacio.

Ante ellos, la imagen que todos quieren adorar mira hacia el mar —hay quien interpretó en ello un gesto de huida; no sé—. Luego de tantos años esperando, allí estaba Ella, la homenajeada, la invocada durante décadas sin resultado alguno. Por fin un templo donde implorar, donde pudiera ser escuchado y, por tanto, satisfecho el favor solicitado por el pueblo a sus deidades… ¡durante sesenta y dos años! Por fin, señores del mundo libre, en la misma cuadra de la Bodegita del Medio, el cubano tenía un altar donde homenajear a… ¡la vaca que ansiaba llevar a su cazuela! 

La conga del hambre.

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