Desde pequeño me asusta la idea de dejar de estar. Dejar de existir. Un miedo demasiado adulto para el cuerpo de un niño. Con el paso del tiempo uno va adquiriendo otros sustos añadidos, como el de que la gente de tu alrededor deje de estar.
Duele. Relativamente duele. En todo el pecho. Ese dejar de estar con el que la vida nos advierte desde el año cero.
Por eso, por ese miedo, de niño empecé a pensar en la fábrica de las almas.
Cuesta poner en entredicho la existencia del alma. Más allá de energía o religión. Cuesta no pensar en que más allá de la química de nuestro cerebro se esconde algo que trascienda a nuestro cuerpo. No sé, ¿es eso el misticismo? Habrá quien piense que creer en esas cosas es escoger el camino fácil. Habrá quien piense que no hacerlo y ceñirnos a los libros es mucho más sencillo.
La fábrica de almas es algo que siempre ha estado ahí. Sí. No sé decirte exactamente desde cuándo. Pero lo que viene siendo siempre. Empezó siendo un pequeño taller donde un par de almas conquistaron los primeros cuerpos. Y, desde entonces, el caos.
Los cuerpos empezaron a multiplicarse y tanta gente exigía una mayor demanda de almas. Aquel taller se quedaba obsoleto. Cada vez que un cuerpo perecía, alguien se encargaba de alquilar su alma para otro cuerpo, pero cuando los humanos superaron en número a las existencias de almas, la fábrica tuvo que empezar a producir en masa.
La fábrica de almas no cierra jamás. Se encarga de equilibrar la oferta y la demanda. Cuantos más cuerpos habitan sobre la tierra, la fábrica envía almas que cubran el superávit de cuerpos.
Digamos que la primera alma que se vendió aún sigue en circulación. Pero no es un trozo de pan que simplemente puedas compartir. Un alma solo puede estar en un cuerpo a la vez. Cuando ese cuerpo muere, el alma irá a parar a uno nuevo desde cero. Todo sería más sencillo si dejáramos de procrear como locos. ¡Basta ya! ¿No veis que en la fábrica no dan abasto?
Hay cuerpos que reciben almas nuevas, a estrenar. Al fin y al cabo, el número de almas es finito, como el de personas. La diferencia está en que solo los cuerpos perecen. Mientras el número de personas crece, la fábrica acelera la producción. Necesitan cubrir las necesidades de alma que pide la carne. Eso sí, también a veces la fábrica colapsa y algunos acaban recibiendo el alma bien entrados en la edad adulta.
¿Y qué pasa cuando el número de personas se sitúa bajo el número de almas ya expedidas? Muy sencillo. Las almas hacen cola. Eso es. Esperan a que un nuevo cuerpo las reclame. Aquí no se tira nada. Es ideal, excepto por ese pequeño vacío legal en el que a todos nos dicen que nos vamos a descansar. Puede que no. Puede que te vayas a hacer cola.
La fábrica ha dejado de ser un pequeño taller para ser una inmensa multinacional. Un monopolio que se ha especializado en el orden. Las almas no están por ahí simplemente vagando. Están coordinadas perfectamente para cubrir la demanda, para existir por siempre y dejarse llevar por la aleatoria organización del mundo que dirigen los cuerpos.
Cuando me convencí de la existencia de la fábrica de almas me quedé más tranquilo. Al final todas ellas cumplen una función. Rellenar huecos. Si alguien se ha ido, ha ido a cubrir un hueco en otro lugar. Es posible que haya ido a otro continente. Puede haber viajado a Pekín, Reikiavik o Tazacorte. Quizás le haya tocado volver a la puerta de al lado. Pero, ya ves, es complicado. Somos demasiados y el alma que echas de menos está demasiado ocupada trabajando.
Supongo que por eso tratamos de buscarlas alrededor. A las almas que se fueron. Las buscamos por si acaso hemos corrido la suerte de que el azar las haya devuelto por nuestro barrio. Pero no pasa nada. Quizás estén en otro lado. Es normal. Es una pena que ellas no recuerden nuestro rostro. Así lo pone en el contrato. ¡Es lógico! Han vivido demasiado. No, no nos han olvidado. Pero ¿cómo reconocer nuestra cara? Los ojos los dejaron atrás con su antiguo cuerpo. Sí, es complicado. Normal. Pero complicado.
Quizás nos encontremos esperando. O ya nos hayamos visto sin darnos cuenta. A lo mejor somos egoístas por querer encontrarnos. Puede que hagamos demasiada falta en otros lados. Pero quizás. Ya ves. Lo dice en el contrato. Quizás nos encontremos por azar. Al fin y al cabo, eso ya nos pasó la primera vez.
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