Magazine

La llamada más corta de mi vida

Publicado el 13 agosto 2012 por Rubydelfino
Miraba el teléfono embobado, recordando una y otra vez las palabras que acabábamos de intercambiarnos durante mi llamada telefónica. Recordándolas todas. No era muy difícil, no llegaban a 20. Con menos de 20 palabras puedes decirle a una persona que no quieres volver a verla ni en pintura, así de sencillo oigan. Te da como para... sí, como para repasar la misma conversación de mierda unas tres o cuatro veces por minuto. Una breve charla sin dramas, ni nada. Sí que es cierto que has de tener la suerte de que no te ocurra con un amante de los histerismos, pero todo puede ser. Bien, empecemos.
Mary Jo (ya sabéis, Meuriyou) me había hablado alguna que otra vez de este chico, pero nunca habíamos profundizado demasiado en detalles. Veía aparecer su nombre en las historia que mi amiga me contaba sobre su vida, como si de un TweetLine se tratara. Pero la cuestión es que en determinado día en que Mary Jo me avisa de que va a salir con unos amigos a tomar unas copas por el centro, yo me apunté. Era viernes, así que le pregunté si iban a ser unos aburridos de mierda, ya que ese día siempre trabajo y tiendo a quedarme dormido en cualquier parte, sin hipnotizador ni nada.
Llegué al bar donde habíamos quedado para el copeo. Moderno, diáfano, colorido, líneas rectas y poca barriga curva. Empecé a entablar conversación con la gentecilla de la mesa. Resultaron ser muy simpáticos y de conversación variopinta, así que oye, ni tan mal. Me integré en un momento. Tanto, que el señorito Nathan (pronúnciese Néizan -que no "necio", aunque dadme unas líneas, gracias-) comenzó a hablar conmigo de estoy de nada, y acabamos bailando como miembros de la dance-crew de Britney Spears al son de sus jadeos de asmática y sus "ooh ooh baby", que no pueden faltar en ninguna de sus canciones.
No sé cómo surgió, la verdad, pero terminamos hablando esa semana vía Internet en varias ocasiones, hasta que salió la oportunidad de vernos ese mismo viernes (sí, otra vez, menos mal que existe el Red Bull). La verdad es que Nathan me había hecho gracia. No sé, era simpático. Yo para nada pretendía un acercamiento sentimental, mucho menos sexual. Me caía bien y no tenía plan para ese viernes, así que iba a trabajar mi lado más social e iba a salir de fiesta con un casi desconocido -wow, qué chico de mundo es Ruby Delfino-. Sí que es verdad que Nathan tenía un cierto punto sexy, esa típica sonrisilla de medio lado, esa apariencia de tipo duro con capas a descubrir, la típica situación de ir descapando la cebolla y disfrutando de cada una de las que eliminas, desvelando detalles intensos e interesantes. Así es Nathan.
La noche del viernes comenzó tomándonos unas copas, charlando sobre relaciones pasadas, tormentosas y menos truculentas, anécdotas para el recuerdo y para romperte el culo de risa al comentarlas  en cualquier círculo social que se precie. Descubrimos que teníamos varios puntos en común, algo que ya me mosquea bastante porque normalmente los humanos tomamos este hecho como el gran acontecimiento del siglo. ¡Oh, tengo algo en común con una persona, guau! Pero empiezo a sospechar que nos estamos estandarizando demasiado. Bueno, que me desvío.
Ya algo alcoholizados, salimos a bailar. No hubo roce ni nada por el estilo, solo baile amistoso. Algún gesto de zorra de L.A. de contoneo pseudosexy, pero nada grave. Las canciones que nos sabíamos intentábamos hacer playback, aunque nos salían peor que los de Chayo Mohedano en Qué Tiempo Tan Senil. Hacíamos esto típico de bajar una octava de repente, sin discriminación, cuando llegaba una nota a la que no alcanzábamos ni aunque nos cortaran los cojoncillos. De repente ocurre algo inesperado. Se presenta en el local un chico con el que Nathan lleva tonteando desde hace algunos meses. Por una parte me alegro, porque se le vio en la mirada la ilusión que le hacía. Por otra no, porque ya veía que el tiempo de fiesta se acababa para mí. Se saludan con un morreo en mi jeta que ríete tú de las porno, de verdad. Qué efusividad. Qué desenfreno. Qué frenesí. Yo, siempre sacrificado, me despedí para que pudieran estar a su aire. Fui al ropero y pedí mi abrigo, ya que aún hacía frío. Salí y comencé a caminar en busca de mi taxi.
De repente noto que me sujetan por detrás. Es Nathan. Me dice, sin cortarse:- Quiero que sepas que yo quería que durmiésemos juntos, pero el plan se ha torcido. De todos modos, él no va a dormir allí, así que puedes venir y terminar la fiesta en mi cama.
¿CÓMO? Okey, no. Mi cara era un puto poema. Tenía cara de ictus total. Era un puto Ruby momificado. Muy amistosamente, entre jaja y jiji rechacé esa oferta, le insté a continuar su noche con Suso -de susodicho- y cogí mi taxi. Mira, algo que tengo claro desde primero de la ESO es que quizás no soy un Adonis, tampoco la mejor persona del mundo ni un Premio Nobel de Física, pero tampoco un segundo plato y mucho menos voy a comerme las babas de otro con el que se acaba de intercambiar fluidos hace dos minutos. No way, man.
Esa semana pensaba bastante en Nathan. Casi dejó de hablarme. Yo no entendía por qué. Empecé a comprenderlo. Casi instantáneamente, y sin razón aparente, como por arte del destino, empezaron a llegarme comentarios de personas a las que apenas conocía sobre él. Su nombre salía en conversaciones con distintos amigos míos. Escuchaba calificativos que no me gustaban un pelo, como si todo el mundo supiera qué clase de persona era menos yo, cómo se comportaba con los chicos, en qué tipo de ambiente se solía mover, con cuántos se acostaba a la semana. A este tipo de cosas he de decir que yo nunca presto atención, porque en toda historia siempre hay tres versiones: la tuya, la mía y la real. Y me costaba aceptar que aquellas palabras lo fueran.
Decidí quedar con él otro día. Para tomar unas cañas. Mi esfuerzo me costó, ya que apenas me hablaba. Para mi sorpresa se me aparece ahí con un amigo suyo, alemán, que estaba de visita. Al parecer no podía quedar con él otro día que no fuera ese. Bueno, a mí no me importó especialmente. Hasta la media hora siguiente, cuando ya sí empezó a importarme. Todo era en alemán. Absolutamente todo era en alemán. Yo miraba ojiplático, a ver si se daban por aludidos, y contemplaba mi vaso anodadado ante lo que estaba sucediendo. Resultado cero. Todo seguía siendo en el puto alemán. Otra media hora después ya no me molestaba, ya no me importaba, sino que me estaba tocando mucho los cojones. Además no me estaba entendiendo ni yo, porque cuando se reían entre ellos, yo también me reía sin darme cuenta de que estaba pareciendo absolutamente down riéndome sin razón. Nathan 2, Ruby 0. Decidí despedirme, e irme. Pero esta vez nadie vino detrás.
Esta tarde me encontré a mí mismo mirando el teléfono embobado, recordando una y otra vez las palabras que acabábamos de intercambiarnos durante mi llamada telefónica. Recordándolas todas. No era muy difícil, no habían llegado a 20.-Hola, Nathan.-Hola, Ruby, ¿qué tal?-Bien, pero no quiero que volvamos a vernos.-Muy bien, pues hasta luego.
Hay que joderse. Tanto tiempo preguntándome qué decir, cómo afrontar la situación, y resulta que mandar a la mierda a alguien que te cae como el culo es más fácil que tirarte un pedo. Supongo que en el tiempo en que me colgó el teléfono y la publicación de esta entrada el sexy de Nathan se habrá tirado ya a alguien. Dicen que la cabra tira al monte y que en la naturaleza del escorpión está la necesidad de picar. Yo quizás no pique y quizás no arrase por donde pase. Pero querido, tengo aquí una estupenda botella de Sangría Don Simón que resulta ser de mayor calidad que el propio Nathan. ¿Brindas conmigo? 

Volver a la Portada de Logo Paperblog