Revista Talentos
Llaman a la puerta y eres tú. Hacía muchísimo tiempo que no te veía o te abrazaba, pero no me dices nada, sólo me sonríes y tiendes la mano. No sé muy bien a dónde me llevas pero me dejo guiar por ti. Me tapas los ojos y, cuando los abro, estamos en ese lugar que siempre he soñado ir desde pequeña. Ese lugar que tantas y tantas veces te pedí visitar pero no pudimos, nos faltó tiempo. Emocionada, me pongo a saltar de alegría y te vuelvo a abrazar. Respiro tu peculiar perfume, ya un poco olvidado por el paso del tiempo pero imborrable. Te miro a los ojos y permanece ese brillo que siempre has tenido. Tu sonrisa aparece, haciéndome sentir que nada ha cambiado, que aunque tuviste que marcharte nos seguimos queriendo y que nunca nos hemos olvidado. Porque la ausencia no hace el olvido, ni el olvido supera a los recuerdos. Suena nuestra canción favorita y, esta vez, soy yo la que te tiende la mano para bailar. Algunos que otros pisotones se enredan entre la melodía al principio, pero poco a poco nos vamos convirtiendo en dos profesionales que se han olvidado del mundo y se dejan llevar el uno por el otro. Echo la cabeza hacia atrás, disfrutando de este momento, mientras giramos y giramos hasta soltarnos de la mano y caer al vacío. No siento dolor, no hay herida… Pero ya no veo nada, todo está oscuro, no te veo. Despierto sobresaltada en mi cama, con un remolino de sentimientos; feliz porque te he vuelto a ver pero triste porque te has vuelto a marchar. Un bonito sueño con un triste despertar. Vuelvo a tumbarme y cierro los ojos con fuerza, apretando los puños bajo la almohada para sentirte cerca otra vez pero no funciona. Desisto y miro hacia el techo, como si pudiera darme alguna solución. Está alto, intocable desde el suelo, pero si cojo unas escaleras o me subo encima de la cama y empiezo a saltar cada vez más alto, conseguiré tocarlo con la punta de los dedos. Si quiero ver a esa persona que está en el cielo, me dejaré sorprender. Puede que por la noche consiga verle si lo deseo con todo mi corazón, porque sólo cuando alguien se va allí arriba se sabe lo que significa el amor verdadero. Al cielo no puedo llegar con unas escaleras o saltando con todas mis fuerzas, pero sé un secreto. El secreto es que la única manera de llegar al cielo, sin tener que morir, es soñando.