No se puede levantar, está tirado en el suelo vistiendo sólo unos calzoncillos blancos, las arrugas prematuras de una vida rápida, unas canas que le dan un aspecto interesante, una mirada que ya no mira a ningún lugar y una botella vacía en la mano. No espera nada de la vida, igual que a él tampoco le espera nadie tras la puerta de su casa. No se levanta porque no tiene fuerzas, porque no merece el esfuerzo y por las decenas de botellas vacías que naufragan vacías en su salón. La tele lleva encendida horas sin ninguna señal, sólo un enjambre de diminutas hormigas negras y blancas que se mueven luchando por salir de esa cárcel. No le quedan lágrimas, hace mucho tiempo que ya las derramó todas, ahora sólo se sienta a esperar que algo le coja de la mano y le lleve al sitio donde poder descansar de sí mismo. Mira la botella que sujeta su mano temblorosa, una más de tantas que lo han acompañado, la última que riega su ahogada vida. Ya no siente miedo, tiene muy claro que esas botellas no han sido nunca su problema, ha sido él que creyendo encontrar la solución en su fondo las ha convertido en las únicas compañeras que han soportado su cercanía, las únicas que aún no lo han abandonado. Se levanta apoyándose en la mesa, le cuesta mantener el equilibrio y por dos minutos cierra los ojos porque todo da vueltas, respira hondo y al abrir los ojos enfoca el único lugar que en estos momentos, a esta hora de la mañana le importa, el armario que tiene a seis metros. Con dificultad, camina empujando restos de una vida deshecha, tirada sobre el suelo, hasta alcanzar un pequeño compartimento de apertura vertical, lo abre y allí encuentra el tesoro que ilumina sus ojos, decenas de botellas sin abrir. Sin mirar coge la primera que palpa y sin importarle donde cae se lanza de nuevo al suelo sobre un montón de basura que lleva días sin recoger. Abre la botella y con una mueca que hace esfuerzos por ser sonrisa se lo lleva a la boca y de un solo trago acaba con el primer tercio de la botella. El mundo vuelve a pararse, igual que su cerebro, se duerme derramando poco a poco el contenido de la botella sobre su pecho, derramando su existencia entre sueños negros. Lleva tantos años en la misma situación que hasta caer en los abismos se ha convertido en rutina. Dos horas después suena el timbre pero él sigue inconsciente, el ruido de unas llaves, portazo y unos tacones que suenan a lo lejos mientras una voz de mujer madura va gritando una y otra vez la misma frase:
-Lo sabía.- De una patada en el costado Patricia intenta despertar a Francisco sin obtener ningún resultado, sólo faltan dos horas para que el hijo de los dos salga del centro de rehabilitación y el psicólogo les ha recomendado que fuesen juntos a recogerlo. Llevan años separados pero los últimos acontecimientos con su hijo les ha hecho volver a tener una relación que aunque no es cordial es casi diaria. Abatida y sin saber que hacer, Patricia deja el bolso en medio de lo que debería ser una mesa y se lanza al sofá, no la importa que esté sucio, está agotada y no puede más. Derrotada, esa es la palabra que mejor la define, a sus treinta y cuatro años conserva la belleza de cuando tenía dieciocho pero la vida que vivió junto a Francisco ha hecho de su mirada la de una mujer anciana y la vida tras él ha acabado por apagarla. Salta de trabajo en trabajo sin ser reconocida y eso que tiene más preparación y cualidades que la mayoría de los jefes que ha tenido, eso ha acabado por eliminar todo rastro de la mujer competitiva que era sólo hace unos años, cuando se quería comer el mundo y estuvo a punto de lograrlo cuando su propia empresa de publicidad fue contratada para la realización de la campaña publicitaría de una de las grandes marcas americanas de deportes. Sentada en el sofá mirando el hombre más importante de su vida recuerda cómo meses después de firmar con esa empresa todo se fue a la mierda, una catástrofe tras otra. Dentro de su empresa hubo gente que empezó a abandonarla pero llevándose las manos llenas de información del negocio, eso hizo que la empresa americana agotara la confianza y rescindiera el contrato. Después de meses de centrar los esfuerzos en una sola cuenta hizo que su agencia quedara en números rojos y lo que era una empresa con futuro cerró las puertas y con ellas los sueños de Patricia.En casa las cosas iban peor, su marido comenzó con los celos porque ella se pasaba muchas horas fuera de casa. Los gritos y las broncas eran su saludo nada más llegar a casa, los reproches y lo que fue peor, las noches en el hospital porque Francisco se había pasado de copas o se había caído y hecho algún daño.Lo que acabó por hacerla trizas era su hijo pequeño de quince años, igual por lo que vivía en su hogar, las compañías o un grito desesperado de atención comenzó a tontear con las drogas, todas las noches al igual que su padre llegaba a casa borracho y drogado, insultando y rompiendo los muebles de la casa. Nunca le pudo culpar, desde la temprana edad de 12 años tenía llaves de casa y hacía lo que quería, hubo meses que sólo se veían a la hora antes de ir al colegio él, a trabajar ella, a beber su padre.Todo acabó cuando la noche que cerró la empresa definitivamente, Patricia al llegar a casa encontró a su hijo inconsciente y a su marido dormido rodeado de botellas vacías, llamó a una ambulancia y a un abogado. A su hijo lo dejó en un centro de desintoxicación y a su marido los papeles del divorcio.No le ha ido mejor desde aquello, ha saltado de mano en mano de hombres que sólo querían su cuerpo, trabajos que sólo la quieren para que sirva el café y de amigos que sólo la quieren por su dinero.Francisco despierta poco a poco y logra, con dificultad, ver la mujer que llora en el sofá de su casa, intenta levantarse pero vuelve a caer de espaldas al suelo, Patricia al verlo corre a ayudarle y con un gran esfuerzo le acompaña a la ducha y le ayuda a asearse, lo hacen todo en silencio, ya no hay reproches, ya no hay odio, los dos comparten un destino que ya han dado por perdido hace muchos años, son lo único que tienen en su vida y quieren intentar que su hijo tenga la vida que nunca ha tenido.En el coche camino del centro no hay palabras, Francisco esta un poco más despejado pero Patricia sigue llorando, le aterra ver a su hijo, le espanta que Diego les mire a los ojos y vea en lo que se han convertido, dos muertos que no tienen nada por lo que luchar. Tiene miedo y dentro de su cabeza una frase que se repite una y otra vez: -No se lo merece, no nos merece.-Son las dos de la tarde y Diego sale por la puerta del centro de rehabilitación, el sol le da en la cara y respira profundamente la sensación de libertad que invade todo su cuerpo. Sus padres se retrasan y el psicólogo le ha dejado marchar, para él es mejor, no quiere verlos, siente que si vuelve a la misma vida de antes todo volverá a ser ese túnel oscuro que le ha traído hasta aquí. Camina ligero, sonriente, no sabe que va a ser de su futuro, pero eso le emociona y por un momento siente alivio que no sea de lado de sus padres, siempre pensó que los que deberían haber estado encerrados son ellos, su padre como alcohólico y su madre como una gran adicta de lo que se llaman drogas legales. Ríe mientras mira el cielo, completamente despejado y le da gracias por tan bella bienvenida a la vida. Suena en móvil, mira el número y duda cogerlo pero lo hace, la voz de un hombre al otro lado le asusta, le es familiar, su tío.-Diego, tus padres han sufrido un terrible accidente, ven a casa y te lo explicamos mejor, pero no han sobrevivido, Diego, Diego…
Diego camina aún sonriente por el parque junto al centro de rehabilitación, no ha llorado y le hace sentir culpable, sobre todo por vivir esa extraña sensación de libertad, se siente liberado, como si el miedo a los fantasmas hubiese desaparecido. Quizás es cruel, se dice, pero nunca los sintió como sus padres, quizás es el momento de nacer y ser él mismo, tener la vida que tanto habían soñado ellos que tuviera.