Hoy era el primer día de colegio de los más pequeños de la casa, pero en vez de oír gritos, ver cosas tiradas por los suelos, sentir nervios, volverse locos, en vez de agradecer ese caos que llenaba su casa de vida, hoy solo se escuchaba el silencio, pero no un silencio cualquiera, un silencio tenebroso, oscuro, desgarrador, que calaba hasta los huesos y hacía enmudecer hasta el propio miedo que ellos dos sentían. Un miedo que los había paralizado porque era un miedo a nada y a la vez a si mismos. Solo podían vislumbrar oscuridad cuando miraban cualquier rincón de esa solitaria casa, cuando se miraban el uno a otro. La peor oscuridad, cuando miraban a sus adentros, esa era la oscuridad que los cegaba. Hacía ya varias semanas que acabaron sus vacaciones. Como todos los años, habían decidido ir a una casa rural en un lugar completamente perdido entre las montañas del norte de España. A sus hijos Rubén y Sonia siempre les gustaba esa idea, en contra de lo que se podría esperar de dos niños de 7 y 9 años respectivamente, a los cuales se les separaba de sus amigos en verano para pasar quince días olvidados y completamente aislados en un abrupto paraje, sin ninguna diversión que la que pueda dar la naturaleza o su propia imaginación. Eran unos niños privilegiados porque vivían en contacto con la naturaleza, aunque fuese durante un mes, toda una excepción en esta sociedad desnaturalizada.Allí arriba, se volvían dos niños completamente felices, se levantaban por la mañana con ganas de aprender algo nuevo, vivir una nueva aventura perdidos por los bosques o simplemente ir con sus padres a visitar el lago o el rio y pasar el día bañándose, completamente libres.Se respiraba libertad y sobre todo amor en una familia que en esos días vivía más unida que nunca y sin las distracciones de la ciudad y de las tecnologías. El matrimonio siempre se fortalecía más en ese mes olvidado, perdido y cada año volvían a enamorarse con los valles, los árboles y sus hijos de fondo. Siempre resultaba el mejor mes del año. Uno de las mejores experiencias que vivían los cuatro en ese mes de vacaciones, era esa deslumbrante luz que todas las mañanas los despertaba y los invadía todos los sentidos, una luz blanca, pura y cristalina que los hacía amanecer con la mejor de las sonrisas. Los problemas llegaban el día de su marcha, la tristeza de los padres sumado a las rabietas y lloros de los niños que no querían abandonar ese estilo de vida tan idílico, tan cercano a la tierra, hacían del día muy difícil para todos.Empaquetar y cargar de nuevo las cosas en el coche siempre era una tarea triste para los cuatro. Cuando terminaban de dejar todo en su sitio y lo tenían todo preparado para marchar, emprendían un paseo cogidos de la mano y en completo silencio, despidiéndose de lo que ellos sentían como su verdadero hogar. Siempre se hacían la promesa, en silencio, cada uno en su interior, de volver a ese sitio. Montados en el coche y con las caras reflejando el deseo de no descaminar el camino que los había llevado a ese lugar, arrancaron el coche y fueron despidiéndose clavando los ojos atrás, mientras el coche se alejaba.Hoy conducía el padre, siempre lo había hecho la madre pero estaba realmente cansada y le cedió el lugar a su marido. Ruben en la parte de atrás, estaba recostado en las piernas de su hermana con sus pies apoyados en la ventanilla izquierda. Sonia apoyando su cabeza en un cojín azul, se recostaba en la ventanilla derecha. La música sonaba de fondo en un tono muy agradable, todo estaba en sorprendente quietud, tanto que los niños y la madre se durmieron. El padre iba pensando en lo que al día siguiente lo iba a esperar a la vuelta de su trabajo. Odiaba volver del paraíso y encontrarse con ese infierno de asfalto, hipocresía y estrés que cada día se iba convirtiendo su rutinaria vida. Recordando todo el mes vivido le volvía la sonrisa a la boca y en un acto de completa ternura miró a sus hijos dormir plácidamente en la parte trasera, mientras le brotaba el mejor de los sentimientos, una luz que invadía todas sus entrañas.Todo se apagó en un segundo.Un camión que circulaba a una gran velocidad y sin respetar el stop que le separaba del coche de ellos, siguió su camino en linea recta y directa hacía la destrucción de su sueños, justo a la parte trasera de su automóvil. Una linea que quedaría quebrada en ese mismo instante, en ese mismo lugar.Se pararon sus recuerdos. Dos personas que se alejan de la realidad, viviendo cada segundo el temor a no sentir nada. Un laberinto se enroscaba en sus cuerpos, creciendo lleno de espinas que se clavaban en sus sentimientos, en su piel. Un dolor que los dejaba fuera de su cuerpo viéndose sufrir. Completamente muertos, condenados a vivir para verse así, para sentirse olvidados en un abismo del que no había solución posible de escapar, del que ni siquiera tenían fuerzas para intentar escapar. Ni las lágrimas ácidas podían limpiar un sentimiento que se les enquistaba en los ojos, en la boca, en el corazón. Ardían sintiendo la más dolorosa de las escarchas ocupando todo lo que una vez fue luz en sus vidas. La luz nunca más iluminaría sus vidas. Anclados en la oscuridad por la eternidad.