Revista Diario

Paredes grises

Publicado el 16 enero 2016 por Laika
PAREDES GRISES
Era una casa oscura, de grises paredes. Tan grises como la vida de las mujeres que la habitaban.
Olía a humedad, que es el olor de la desolación más absoluta.
Aquellas mujeres habían sido educadas con un severo rigor, procedente de la religión que profesaban sus padres.
Cuando un día, él, las descubrió, sintió una enorme lástima por ellas y se prometió a si mismo cambiar sus vidas poco a poco.
Bien es verdad, que al principio, un enorme rechazo se instalo en su alma alegre y cantarina, e intentó correr lejos, muy lejos...
Pero de sobra sabía que había sido dotado de un singular don que no debía guardar tan solo para si mismo.
Aquellas pobres mujeres, jóvenes todavía, le recibieron con enorme recelo. Los hombres no eran bienvenidos en aquella casa desde hacía un par de décadas.
Bien les había insistido su padre antes de morir, que se tenían que comportar conforme a la moral sobre la mujer que mandaban los cánones, y había que salvaguardar su honor por encima de todo. Dejándolas muy claro, que las manifestaciones de amor solo debían darse dentro del matrimonio.
Después de su muerte, habían quedado junto con su madre, sin apenas color en sus mejillas, huérfanas y desprovistas de la ilusión y la esperanza que todo lo alcanza.
Muchas tardes se acercaba a la casa llamando a la puerta,  y con insistencia lograba que le abrieran.
Fue una labor lenta, pausada, casi ceremoniosa...
Volvía a veces un poco desanimado, mientras cabizbajo llegaba de nuevo a su casa con aquel olor a humedad metido hasta los tuetanos.
Una se las primeras cosas que hizo, fue abrir las ventanas para que entrara la luz.
Aquellas vidas habían sido manipuladas, vejadas, ninguneadas y relegadas a la más absoluta oscuridad de las cosas bellas de la vida.
Por eso, cuando la luz penetró en el interior, todas las telarañas y espantajos de sus paredes grises, se vinieron abajo.
Después, se empleo a fondo para limpiar rincones donde habitaban los miedos más ancestrales, mientras la sonrisa se instalaba en aquellas caras femeninas desvelando sus preciosos rasgos y la belleza de la liberación.
Con el paso de los días llegaba a su casa exhausto, pero el olor a humedad era menos penetrante.
Comenzó a llevarlas de paseo por el campo, donde el sol, la lluvia, el frío y el calor se hicieron inseparables de sus correrías saboreando todo ese mundo de sensaciones que les habían sido vetadas durante largos años.
Al principio tímidamente y al final sin ningún reparo.
Saltaban con los pies descalzos por los prados, se bañaban en el río mientras jugaban con el agua cantarina. Gritaban al viento empeñándose en largas carreras para ver quien era la primera en llegar.
A lo lejos, las montañas las observaban divertidas viendo su cambio e invitándolas a subir.
Y efectivamente subieron...
Una vez allí, a voces se fueron llamando, mientras el eco burlón les devolvía los nombres y su propia esencia.
Un día les llevo a conocer la ciudad. Para ello tuvieron que coger el tren muy temprano.
Cuando comenzó a deslizarse por la vía, sintieron como se alejaban para siempre de su anterior vida.
Con enorme asombro miraban el paisaje por la ventanilla como quien ha descubierto el mundo por vez primera.
Muy bulliciosas daban las gracias a su salvador queriendo abrazarle.
Cuentan las crónicas que no volvieron nunca más a aquel lugar.
Tan solo queda de aquella época, un ligerísimo olor a humedad y una fobia al color gris, porque el pasado de alguna manera siempre nos acompaña...
P.D. Dedicado, a Carmen, Elisa, Violeta, Pamela, María, Inma, Rosa....

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