Carlota dormida en su habitación. Se despierta hasta tres veces en la noche, afortunada al saber que no se pierde nada, que aún quedan horas hasta que el despertador la arrastre de la cama.
Ella olvida que había olvidado y en el más dulce de sus sueños de hace años aparece él mirándose en el espejo de los camerinos de un teatro. Carlota avanza valiente sabiéndose dueña de aquel sueño, sabiendo que aquello era una mentira y que no era ya la misma de años antes. Ella le obliga a mirarla y le dice que ya no le ama.
En el sueño no recuerda su nombre, pero sabe de quién se trata. Lo mira decidida, lo mira convencida de que ahora no son nada. Carlota se equivoca, pues en su rostro no está aquel al que ahora no anhela, sino la imagen de aquel por el que pasó sus noches en vela. Ya no las quiere, ya no las espera, pero aún viven en ella.
Él le pide perdón. A ella le duele tener que escucharlo. Él le dice que lo siente. Y ella se enfada por no ser capaz de odiarlo. Él le ofrece el beso que jamás se han dado. Y Carlota quiere rechazarlo, pero aquel no es a quien había olvidado. Es el beso de aquel que la había enamorado. Es Carlota que ya no le ama, pero que recuerda haberle amado.
Ella descubre que es un sueño. Que su error no tiene repercusión. Descubre que aquel beso, si se diera, quedaría solo en su imaginación. Le asusta rendirse hasta en un sueño, pero se lanza a los labios del pasado. Él se la juega a la conciencia. Al saber que es solo un sueño, despierta antes de poder besarlo.
Se desvanece la historia. Se despierta su culpa. Carlota que ya había olvidado confirma que su amor ha caducado. Ella con sus pesadillas, tan solo recuerda algo sobre una vez y haberse enamorado.
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