Siento el frío ardor de la pared contra mi espalda mientras tus manos levantan mi camiseta. Ya llegamos tarde a rompernos. O quizás para ti demasiado pronto. Entonces acaricio tu pelo, que hoy trajiste despeinado, y dibujo con mis dedos el corte al aire de tu barbilla, justo debajo de tu boca, ese encanto tuyo que hacía tanto que no veía. Y aún helados y paralizados, estamos sudando. Porque va a suceder. Después de tanto tiempo dándole vueltas, va a suceder. Tu nariz a punto de rozar la mía ya parece estar echando chispas. ¡Qué ganas tengo de robar tus labios! Que deben saber a arrepentimiento y chocolate negro. ¡Qué ganas de acabarnos, besos! Y, entonces, alguien abre la puerta.