El sonido del mar la envolvía. Las gaviotas volaban de aquí para allá. Inspiraba lenta y profundamente aquel aire tan puro que le iba llenando los pulmones.
Paseaba suavemente sus dedos por la arena, dibujando finas líneas que terminaban creando un dibujo, aunque no lo miró. Se encontraba absuelta en otro mundo, perdida en un mar de problemas que poco a poco le fueron ahogando y, en ese instante, quiso terminar con aquelllo. Cogió un bolígrafo que llevaba en su mochila, trozos de papel y gomas elásticas. Había ido allí para sacarse los problemas de dentro. Jamás había utilizado aquel remedio que su abuela le dijo cuando era una cría y, aunque nunca había creído en esas cosas, decidió que era el momento de probar. Puso un trozo de papel sobre una piedra mediana y escribió su mayor angustia, atándolo con un par de gomas para que no se escapase y la tiró con fuerza al mar. Fue realizando este proceso hasta que su corazón, sorprendentemente, se sintió libre por completo. Sentía cómo el mar se llevaría la tinta escrita en cada papel y, con ello, cada uno de sus problemas. Sin pensarlo, se tiró de cabeza al agua y flotó, sonriendo por primera vez tras mucho tiempo.
Su abuela tenia razón, podía flotar y sonreír por encima de sus problemas y preocupaciones consiguiendo, al fin, que nunca la alcanzasen de nuevo.